“Los Mossos negaron a la Policía información clave sobre el 17-A”. Así abría su portada El Mundo el pasado jueves, trabucando los hechos como quien da vuelta a un calcetín. En realidad esa es la versión de la policía española, pero se informa como si fuera un hecho. Es otra muestra de la obsesión de la mayoría de los medios de referencia españoles por desacreditar a la policía catalana y, por extensión, al Govern, como actores negligentes, ofuscados por su “deriva independentista”, una conspiración violenta, golpista, sin escrúpulos.

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La fabricación de este relato precede a los atentados del 17-A en Barcelona y Cambrils, desde luego. Peroen la tarde-noche de ese día se intensifica la espiral de mistificaciones que, un año después, desemboca en un titular como aquel, la “realidad alternativa” en la que luego encajaría como un guante la represión del independentismo.

Ese es el mismo relato que asume la Fiscalía General del Estado en sus querellas contra el Govern, la Mesa del Parlament, la cúpula de los Mossos y los Jordis. El mismo que incorpora en su informe la jueza Carmen Lamela, de la Audiencia Nacional. El mismo que acepta en su instrucción el juez Pablo Llarena, del Tribunal Supremo. El mismo que justifica la prisión provisional de nueve de los 25 procesados por el 1-O y el exilio de otros cuatro.

Es el mismo relato que han desautorizado las justicias belga y alemana.

Policía desleal, Govern desleal

Desacreditar a los Mossos d’Esquadra es parte fundamental de esa realidad alternativa. Esos medios —con las excepciones de los digitales eldiario.es, Público, Infolibre y, a veces, El Independiente— se han aplicado en presentar a los Mossos como una policía desleal al servicio del independentismo. La eficacia antiterrorista de los Mossos el 17-A no podía quebrar ese relato, que por esas fechas ya era una suerte de estado mental desde el que se informaba de todo lo relacionado con el procés.

Un detalle tonto y revelador: el 17-A y siguientes, en la mayoría de los textos publicados en la mal llamada prensa de Madrid, salta a la vista la omisión del nombre propio de la policía catalana, salvo cuando se le atribuyen errores, como el mal control de la Diagonal por donde escapó Younes Abouyaaqoub, abatido dos días después en Subirats. En su lugar se habla casi siempre de “policía” o de “cuerpos y fuerzas de seguridad”, etcétera, o se equipara la tarea de todos para diluir el protagonismo —natural, no es demérito de otras policías— de los Mossos. Las fotos que van con esos textos, sin embargo, no engañan: el 90% de los “policías” que aparecen son mossos.

También se alaba continua y forzadamente la “coordinación entre las policías” con ocasión de los atentados, precisamente el factor más criticado por los expertos españoles e internacionales desde la misma semana de los atentados y hasta hoy. Que no salga humo por la chimenea.

Un vistazo a la cuenta de Twitter de la Policía Nacional de ese día, donde la información sobre los atentados es poco más que inexistente –casi toda es promocional–, da una idea, seguramente muy imprecisa, sobre qué tenían en la cabeza. Ni retuitean a los Mossos, a los que nunca se nombra. Siempre se habla de "policía" ( "en estos momentos operación policial en Cambrils ..."), por lo que es fácil creer que son ellos quienes actúan. También tienen tiempo para colgar historias sobre "Yoda", un perro policía, o "Luckypunch", un perro atropellado "que necesita toda nuestra ayuda", o del día mundial de la fotografía. Todo escrito en castellano excepto dos tuits en inglés y uno en francés donde se informa de los teléfonos de emergencias.

Los comunicados del Ministerio del Interior después el atentado tratan sobre el calor y la Vuelta Ciclista a España. Un día después añadieron el teléfono de emergencias para las víctimas de los atentados y sus familiares y otro para denunciar a posibles radicales.

Influencia editorial

La línea informativa venía muy marcada por las editoriales y bien influida por los columnistas de cada medio, firmas que en muchos casos eran altos cargos en sus redacciones. Una línea editorial cerrada ayuda a encajar la información volátil y fragmentaria como la que genera un atentado, más aun en las circunstancias políticas de aquellos dos días después del 17-A.

La sensibilidad estaba a flor de piel. No se pasaba ni una. Un ejemplo. A raíz de un tuit de Societat Civil Catalana, El País se escandaliza en sus portadas web del día 19 porque el conseller de Interior, Joaquim Forn, distingue las víctimas catalanas y españolas. “Forn dice que entre los fallecidos hay dos personas ‘catalanas’ y otras dos ‘con nacionalidad española’". El Mundo, también se queja. Otro, en El País: "La Generalitat utiliza el duelo oficial de las autoridades para hacer campaña del referèndum. Romeva acudió a hablar con representantes internacionales al aeropuerto y el portavoz de Puigdemont dice que sucedió en su despacho”. Un pufo del portavoz se exagera como el accionar de la estrategia indepe y una herida a las víctimas.

Quimera secesionista

El País, en su editorial “Terroristas muertos”, relaciona los atentados con “la quimera secesionista”, que describe como “sinsentidos democráticos, la violación flagrante de las leyes, los juegos de engaños, los tacticismos y los oportunismos políticos”. Señala la necesidad de “máxima coordinación y unidad de acción entre las diferentes administraciones y fuerzas de seguridad del Estado”, que “solo puede nacer de la más absoluta confianza entre los diferentes niveles de Gobierno y sus instituciones”.

La gracia es que concluye dirigiéndose a uno solo de esos niveles: “Hacemos por tanto un llamamiento al Govern y a las fuerzas políticas catalanas para que se pongan a trabajar en una agenda real…”. Si esto no es señalar, se le parece bastante.

El Mundo, en su editorial "Unidad y firmeza en la lucha contra el yihadismo en toda Europa", publicado el 17-A por la noche, indica entre los factores de los atentados “una política de acogida [de inmigrantes de la Generalitat] en la que han primado a veces los intereses electoralistas, vinculados al independentismo, sobre la seguridad nacional”.

Desconfianza

En el editorial del día siguiente ("Días de Luto") acusa directamente a los Mossos y a sus jefes, todavía en plena operación antiterrorista, con un argumento similar al de El País. “[...] la política de coordinación entre las diferentes policías difícilmente puede establecerse cuando hay desconfianza y deslealtad creciente al estar embarcada una de ellas —por mandato de sus más altos responsables— en un proceso independentista y en abierto desacato de la Constitución”.

Hoy están procesados el conseller de Interior, Joaquim Forn (rebelión y malversación); el mayor de los Mossos, Josep Lluís Trapero (dos delitos de sedición y organización criminal); la intendente Teresa Laplana (sedición); el exdirector de los Mossos, Pere Soler, y el exsecretario general de Interior, Cèsar Puig (ambos por sedición y organización criminal). La pena por rebelión es de hasta 30 años de cárcel. Por sedición, de 10 a 15 años.

Más adelante, El Mundo, cambia de objetivo: “Puigdemont calificó con desfachatez de ‘miserable’ el hecho de que se mezclen sus planes independentistas con la digestión de los atentados. Pretende así zafarse de la necesidad de que el Govern abandone sus delirios estériles…”, insinuando descuido. Y regresa a la inmigración, sin datos: “el nacionalismo ha ido cebando una verdadera bomba al favorecer la llegada de inmigrantes de países musulmanes frente a los de países hispanohablantes, como parte de la estrategia de ruptura de España. Así, se ha contribuido a convertir Cataluña en uno de los centros neurálgicos para grupos salafistas". Matiza que "nada de ello explica por sí solo un acto de barbarie”... pero la bola ya va rodando.

En la misma línea se pronuncia el editorial de La Razón de ese día "Cataluña, nido del salafismo radical": “Más de ochenta de los cien centros de culto vinculados al yihadismo en España operan en esta comunidad. Empresarios de Qatar financian el adoctrinamiento en sus mezquitas, que aumentan año tras año”, afirma.

Unidad nacional

El tabloide monárquico ABC no cae lejos de sus colegas. El editorial se titula "Unidad nacional contra el terror". “Quien busque contextos políticos para explicar este acto salvaje o cuestione el rigor de la lucha antiterrorista del Estado, estará rompiendo la unidad nacional”, avisa de entrada.

El texto hace desaparecer a los Mossos como “policía autonómica”, se limita a felicitarles porque “el centro de Barcelona fue desalojado inmediatamente” y da a entender que los terroristas fueron abatidos por las “fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado”. No cita a los Mossos pero sí a la Policía. Elogia, por su nombre, a Rajoy, Sáenz de Santamaría y Zoido por su “respuesta diligente”, aunque tardaron más de 20 horas en llegar a Barcelona. La Generalitat ni aparece, ni tampoco se nombra a los verdaderos responsables políticos y técnicos de la operación antiterrorista.

Los columnistas de esos diarios abundaron en la misma línea en los dos días posteriores a los atentados, como se ve en otra entrega.

En cuanto a los Mossos y la ocultación de “información clave”, los hechos son tozudos. El Mundo, en esa pieza del pasado jueves, cita anónimas “fuentes policiales” y “de la Policía”. De los Mossos, ni una, como es frecuente en esos medios. También oculta el hecho nuclear: los Mossos no necesitaron compartir ninguna “información clave” para acabar con los terroristas en 72 horas, con una eficacia reconocida internacionalmente. De hecho, tras un año de investigaciones, la única “información clave” que queda por aclarar tiene que ver con el organizador de la célula yihadista, el imán de Ripoll, cuyo perfil y andanzas eran bien conocidas por las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado y de los que —ahora sí— no informaron a los Mossos. El diario ni lo menciona. Claro que no.