Los columnistas que escribieron en las 48 horas siguientes a los atentados yihadistas de Barcelona y Cambrils trataron de relacionarlos con el procés en mayor o menor medida, con más o menos pericia, en sintonía con el relato del independentismo como una conspiración violenta, golpista y sin escrúpulos. Esa línea tiene dos variantes. Una traslada la impresión de que las instituciones catalanas, Mossos d’Esquadra incluidos, descuidaron la vigilancia antiterrorista a causa de su “deriva independentista” (“quimera secesionista”, “órdago soberanista”, etcétera). Otra, que el independentismo manejaba a los Mossos para proteger el referéndum.

Esas conjeturas se echan a volar pocas horas después de la tragedia y con amb la operación antiterrorista de los Mossos aun en marcha, mientras España estaba en alerta antiterrorista 4 (en una escala de 5) a causa de los tremendos atentados terroristas que Daesh (Estado Islámico) había cometido en Francia, Bélgica, Alemania y el Reino Unido desde 2014. Además, como telón de fondo mental, la lucha contra la banda terrorista ETA, que la Brunete mediática equiparaba con frecuencia a la pugna contra el independentismo y el “catalán violento”.

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Portada contundent, menys de 36 hores després dels atemptats

Contubernio con los Mossos

El contubernio, indocumentado, del independentismo y los Mossos es el trasfondo de dos piezas firmadas por dos directores adjuntos de El País. En “El fin de la frivolidad”, del mismo día 17, Lluís Bassets, asegura que “los Mossos de Esquadra, como policía integral de Cataluña, necesitan contar con todos los medios de coordinación internacional para combatir esta plaga”. A continuación, especula con la sospecha: “es dudoso que esta coordinación sea posible si sus mandos extienden constantemente sombras de duda sobre el comportamiento constitucional de sus comandados”.

Bassets también aventura un segundo comportamiento frívolo que habría puesto a Barcelona en la diana del yihadismo: la turismofobia. [No está solo en la pirueta. Algo parecido hace en La Razón el exdiplomático español Inocencio Arias en “Zarpazo en la meca del turismo”].

Al día siguiente, Xavier Vidal-Folch, en “La política no volverá a ser igual”, parece amenazar, dando por hecho el contubernio secesionista con los Mossos: “Los ciudadanos reclaman unidad en defensa del orden democrático compartido. No tolerarán ningún debilitamiento de sus defensas, ni bromas ni especulaciones con la idea de apartar a ningún cuerpo policial de la legalidad constitucional y estatutaria”. Ni una palabra sobre el buen desempeño de la policía catalana.

Connivencia yihadista

La sospecha de connivencia del independentismo con el yihadismo, sin datos o documentada torticeramente, también viene de lejos. Ya en diciembre de 2015, El Mundo publica un magnífico ejemplo de esa manera de pensar: “La Yihad y el secesionismo catalán”, donde la da por hecha.

Su autor —Ignacio García de Leániz Caprile, profesor de Recursos Humanos en la Universidad de Alcalá de Henares— afirma que “el silencio de la dirigencia catalana ante una cuestión tan crítica [la implantación del islamismo radical] puede deberse, [por] un lado, a su convicción de que el islamismo catalán y sus centros de difusión se alinean con el proceso de independencia…”. Atención al detalle: “Islamismo catalán”. Más adelante habla del independentismo como “patología política […] capaz de arriesgar hasta la salvaguarda de su población”.

Este prejuicio no solo tiñe las editoriales de El Mundo y La Razón. No pocos columnistas lo asumen con normalidad. Un día después de los atentados, en ABC, José María Carrascal firma “Esta vez, Barcelona”, donde asegura que Barcelona y Cataluña “viven […] con todas las miradas puestas en el 1 de octubre, los nervios como cuerdas de violín y las pasiones desatadas por un gobierno local dispuesto a saltarse todas las leyes del Estado e incluso internacionales para lograr la independencia. No me digan que no era el escenario ideal para atraer la atención del mundo entero. El ISIS no podía desaprovecharlo y ahí tienen los resultados”.

En el mismo diario, el mismo día 18, Hermann Tertsch (“Muerte y mentira”) no se corta: “Ayer destacaba en sus solemnes condenas la soldadesca de la depravación política del nacionalismo catalán y la izquierda española. Como si Barcelona fuera un escenario equivocado. Como si cuando firmaron con ETA que no matara en Cataluña y solo en el resto de España, la yihad también hubiera firmado”.

De nuevo en el tabloide monárquico, Salvador Sostres (“Barcelona sangra de realidad”) abunda en el argumento: “[…] Barcelona languidecía […], con una alcaldesa y una Generalitat incapaces de atender a las amenazas reales, demasiado ocupados en la invención de enemigos imaginarios. Y el mal verdadero llegó crudamente ayer y se encontró las puertas abiertas y descuidadas”.

ABC también publica el análisis “Cinco claves del ataque contra España”, de Pedro Pitarch, un teniente general retirado. Además de sumarse a la sospecha yihadista, se queja de que la Generalitat ofrezca “la información ¡en catalán!” y de que Puigdemont apareciera “sin mención alguna a España ni a la actuación de las FCSE. Vaya, como si fuera el jefe de un Estado independiente”, cosa que le parece “estupidez, ruindad y óptica provinciana”, que atribuye a “mezquinas actitudes para obtener una miserable rentabilidad política doméstica del dolor y la consternación”. Pitarch está despistado, pues los Mossos informaron en cuatro lenguas, castellano incluido.

Otra onda

Hay columnistas en otra onda. Pocos. El exministro García Margallo, en La Razón (“Civilización contra barbarie”). Lucía Méndez en El Mundo, que en “Unidad para el duelo” dice que “ambos presidentes entendieron que lo importante no era el proceso independentista, sino sumarse juntos al duelo colectivo”. También, esos dos días, el columnista insignia de El Confidencial, José Antonio Zarzalejos (“Los atentados y la nueva agenda política”), habla de “no […]relacionar torticeramente los atentados con el proceso secesionista”. O Ignacio Camacho en “Examen de Estado” (“Es muy probable que asistamos a manipulaciones ventajistas, a posverdades virales, a inculpaciones arrojadizas, a explicaciones sesgadas”).

Un tono y tema muy diferentes se gastan otros columnistas que escribieron en esas 48 horas. Vienen tres de El Mundo. Arcadi Espada, en “Sangre para los coquetos”, asegura que la preocupación que le embarga en ese momento no son los muertos —todos son iguales— sino “los incalificables burgueses de Barcelona que llevan años supurando una grotesca fábula sobre la libertad. A mí me importan esos tipos y tipas de pueblo, toscos como sus mandíbulas, incultos como sus campos, cuya pasión nacionalista y xenófoba solo es una venganza personal sobre la Ciudad”.

José María Albert de Paco, en “Atentado en Barcelona: Cuando empezó todo” también se lamenta en una sola dirección: “hay que tener un cuajo especialísimo para, en un instante así, acudir a la protesta a presentar armas, con la estelada anudada al cuello para que no se diga que el proceso decae”. En “La ciudad violada, la idea refutada”, Ignacio Vidal-Folch quiere asegurarse de que no haya confusiones con la nacionalidad. “Para los yihadistas, también los barceloneses somos literalmente «cerdos españoles» […] Aquí nada de «hecho diferencial», ni sociedad democrática y pacífica…”, etcétera.

El director adjunto de ABC, Luis Ventoso, de vacaciones, también escribe el día 18. En “Un abrazo a Cataluña” recuerda “los fortísimos lazos que unen a los españoles de todas las latitudes con los catalanes” y pronostica que “toda España dará un ejemplo memorable de solidaridad y afecto por sus compatriotas catalanes, un ejercicio de cariño y racionalidad que va a chocar poderosamente con la pestilente prédica del radicalismo separatista y xenófobo”.

Fernando Reinares, el mayor especialista español en yihadismo, dice en su último análisis, esta semana, que “cuando tuvieron lugar los atentados, la sociedad catalana se encontraba ya profundamente dividida entre independentistas y quienes no lo son. La reacción social a esos actos de terrorismo reflejó esa fractura”. Tal vez. Pero esa fractura no se hizo sola.