Resulta difícil imaginar un espectáculo menos europeo, digno y democrático que el ofrecido por el Borbón emérito en su reciente viaje a Galicia. Se proyectó de principio a fin un relato de impunidad e irresponsabilidad. Un relato basado en la esencial diferencia entre el Borbón y el resto de los mortales, en abierta contradicción con el soniquete “la ley es igual para todos” con el que nos regalaban el Borbón padre y el Borbón hijo por Navidad. Todo en el viaje se diseñó para demostrar falta de respeto con la ciudadanía y, de paso y muy especialmente, con el Gobierno del Estado que en la letra de la Constitución es quien le dice a Felipe de Borbón y “Casa Real”. Se proyectó un relato según el cual el Borbón Bribón y sus amigos de fiestas, copas y —¡¡¡ayyy!!!— negocios pertenecen a un mundo donde no se responde por las consecuencias de los propios actos y en el cual aún le tenemos que estar agradecidos por las migajas que dejan allí por donde vayan.
El supuesto apoyo al Emérito en Galicia
Algunas conclusiones que se ofrecieron, ya antes de aterrizar el costoso avión privado que transportaba al emérito, no son ciertas, como la del supuestamente masivo apoyo al viaje por parte de la ciudadanía gallega. Empezamos por Vigo. Una veintena de ciudadanos, la mayoría de acento castellano y madrileño, junto a más de 120 periodistas. Seguimos con Pontevedra, donde Juan Carlos de Borbón compareció en el partido de balonmano donde jugaba su nieto Pablo Urdangarin (y donde el equipo local Cisne consiguió su regreso a la Liga Asobal). La presencia del anterior jefe del Estado fue comunicada por la megafonía y el resultado fue mucho silencio, pocos aplausos y bastantes murmullos.
En cuanto a Sanxenxo, la máxima comparecencia ciudadana, excluidos los periodistas, fue de unas noventa personas en el Náutico en la mañana del viernes. Las diversas fuentes locales consultadas coinciden en señalar la presencia de numerosos turistas de fuera de Galicia (Madrid y Valladolid, al parecer) como elementos mayoritarios en la presencia cortesana, junto con dos docenas de amigos de Juan Carlos y del presidente del Náutico sanxenxino, Pedro Campos. Las mismas fuentes reconocen unas dos docenas de vecinos recurrentes en su apoyo al real visitante y las identifican vinculadas a los agentes electorales del PP local y de su alcalde, Telmo Martín, en su día derrotado en su pugna electoral por la alcaldía de Pontevedra por el alcalde Miguel Anxo Lores (BNG). Las personas consultadas reconocen que los efectos económicos inducidos para la hostelería sanxenxina fueron muy positivos, pero incluso varios titulares de establecimientos hoteleros y de restauración señalaban la consolidación de Sanxenxo como destino turístico de calidad sin necesidad de determinados impulsos exteriores que suman, pero también —advierten sin dudarlo casi todos— restan.
Más participación local tuvo la manifestación organizada por el BNG y Galiza Nova, su organización juvenil, que ocupó la Praza de Portugal de la villa turística gallega en el mediodía del pasado sábado 21-M y a la que se le impidió por la policía local acercarse al Náutico. Ya saben, todos somos iguales, pero unos más iguales que otros.
Uno tiene la impresión de un reparto de papeles para defender la Monarquía como clave de bóveda del deep state en el frente del padre y en el frente del hijo. Lo que ocurre es que vivimos tiempos bárbaros del nacionalismo español que justifican cualquier cosa, hasta el delito si es por España.
Un relato de apología del delito
La visita del Emérito vino inmediatamente precedida de una campaña en redes sociales por la fundación Concordia Real Española, denominación altisonante de un grupo de amiguetes y muy posibles business partners del Emérito. El leitmotiv de esta campaña es que el Emérito ha generado un gran negocio exterior para la economía y empresas españolas, con lo que implícitamente su fortuna personal tendría un origen tan justificado como el de una modesta retribución en comisiones a lo mucho que ha contribuido el Borbón a la riqueza del Estado español y, sobre todo, de algunos de sus empresarios. No se le robaría a los pueblos del Estado español, sino que se generaría negocio exterior del que el Borbón se llevaría sus legítimos porcientos.
Ya tuvimos ocasión de escribir hace algo más de dos meses que las conductas del emérito, recibiendo los 100 MUSD (8 agosto de 2008) del rey de Arabia Saudí y los 1,4 M € del emir de Baréin (que transportó en un maletín que eludió al control policial aeroportuario gracias a sus privilegios como Jefe de Estado), constituirían sendos delitos de soborno pasivo que no prescribirían en razón del subsiguiente delito de blanqueo de capitales que cometió, al transferir a su amante, la princesa Corina zu Sayn-Wittgenstein, los 65 M€ remanentes de los fondos de la Fundación Lucum.
Se trata, pues, de pura apología del delito. Y no es extraño que los amigos y muy posibles socios del Emérito, con el ex secretario de Estado de la Marca España, Carlos Espinosa de los Monteros al frente, reivindiquen el real latrocinio, pues han estado con él en las maduras y en las muy maduras. ¿O cómo se explica, sino, que se le presten al Emérito 5,1 M€ para una regularización fiscal a medida? La prensa representativa del unionismo centralista ha querido destacar el enfrentamiento entre estos pájaros y “Casa Real”. Pero uno tiene la impresión de un reparto de papeles para defender la Monarquía como clave de bóveda del Deep State en el frente del padre y en el frente del hijo. Lo que ocurre es que vivimos tiempos bárbaros del nacionalismo español que justifican cualquier cosa, hasta el delito si es por España.
Por España, siempre por España.