Exceptuando las maniobras de Pedro Sánchez para mantenerse en el poder, adecuando incluso el horario europeo al son de sus campanillas, presto escasa atención a las performances políticas de los españoles. No obstante, de vez en cuando vale la pena acercarse a la jaula del zoo para ver qué hacen los hipopótamos, y es así como últimamente me he aficionado al nuevo héroe de la derecha castiza, el simpático Vito Quiles. Hará cosa de semanas, el periodista-activista (lo conoceréis porque acostumbra a perseguir a gente como Gabriel Rufián, José Luis Ábalos y Ione Belarra a las puertas del Congreso, acorralándolos con preguntas supuestamente incómodas) ha iniciado un right-wing tour paseando la rojigualda por diferentes universidades del Estado. También visitó la Autònoma, donde los responsables del ente —y un gran número de chiquillos antifascistas— impidieron que celebrara un acto que previamente no fue autorizado.

En Catalunya, este tipo de cosas las solucionamos con mucha civilidad (antes de entrar en una facu, en definitiva, siempre hay que rellenar un formulario, por absurdo que sea), pero en la nación vecina la presencia de Quiles ha provocado un torrente de manifestaciones en las que se ha requerido una importante presencia policial. Vale la pena observar las diferentes concentraciones, donde se puede contemplar la propia de la España franquista y republicana de siempre gritándose (eso sí, sin llegar a las manos por obra y gracia de unos agentes de la pasma a quienes da una pereza inmensa pasarse una mañana placando jovencitos, pero que cumplen la tarea como un metrónomo). También es interesante que toda esta apología de los contrarios, con estéticas y referentes intelectuales igual de abominables, se celebre en los claustros, centros donde se debería fomentar el diálogo entre contrarios, no el vocerío de zoquetes felizmente polarizados.

A mí esto de Vito Quiles me hace gracia porque (así como la izquierda española empezó a excitarse haciendo caso a profesorcitos madrileños neocomunistas que han acabado todos siendo más ricos que cuando ingresaron en la política) parece que la derecha española ha tenido igual destreza en la búsqueda de sus héroes. Quiles es un hombre de un carácter autista —con fundamentos de una sexualidad que se intuye barroca—, un aprendiz muy torpe de Charlie Kirk que se acerca más bien a los procedimientos de un integrante de la prensa del corazón. Pero es un hombre de mérito, pues ha conseguido montar pequeños ensayos de guerra civil que son el espejo perfecto para advertir cómo la política estatal, si no vigila los extremos, puede acabar implosionando entre contrarios y, en el ámbito de la calle, acariciaría seriamente la presencia de guerrillas partisanas.

La gracia del fenómeno Quiles es que también ha provocado un conflicto entre el universo de los fachas por ver quién abandera el púlpito contra el monarca del PSOE

La gracia del fenómeno Quiles, y por eso Pedro Sánchez y sus socios lo han promocionado a base de vetarlo en el Congreso para relegarlo al universo callejero, es que también ha provocado un conflicto entre el universo de los fachas por ver quién abandera el púlpito contra el monarca del PSOE. En efecto, Sánchez confía su supervivencia al hecho de que la derecha que va de Abascal a Alvise acabe devorando al PP con la fuerza suficiente para debilitar a Feijóo y sus hipotéticos sucesores. Intuyo que el presidente del Gobierno debe fundamentar sus cálculos con mejor información que la mía, por lo que ha llegado a intuir que los jóvenes manifestantes contra Quiles lo acabarán votando con aquella cantinela de la “lucha contra el fascismo”. No sé si se saldrá con la suya, empezando por el hecho de que esto de Vito es mucho menos serio que el fascismo, ideología nefasta pero con algún filósofo lo suficientemente meritorio.

Otra cosa interesante de nuestro protagonista son sus orígenes familiares, pues, por parte paterna (su primer apellido es Zoppellari), él mismo ha confesado que proviene de una rama italiana con orígenes en Buenos Aires; lo cual, en nuestra casa y en cristiano, quiere decir que es medio argentino. Este dato tiene su gracia, porque certifica el nuevo clima sudamericano que está irrumpiendo de forma progresiva en la política española, una presencia que va del paradigma ayusista según el cual los latinoamericanos no deberían considerarse inmigrantes al hecho de que Madrid se esté convirtiendo en la madre patria fiscal de los antiguos oligarcas de Venezuela o Colombia. Esto es algo que a los españoles ahora les hace mucha gracia, por aquella mandanga de la hispanidad, pero que irá convirtiendo la capital del reino en un DF bastante hortera, lleno de iglesias evangélicas y de un nuevo capitalismo de raíz feudal.

Sea como sea, lo importante del caso es que —desde nuestra tribu— hay que admirar todo esto como si no fuera con nosotros, no solo porque Quiles no haya podido actuar en nuestra tierra como hace en otros lugares vecinos, sino porque ver cómo se va destruyendo el enemigo en sus propios traumas siempre hace cierta ilusión. Ahora estamos en tiempos de espera, y bastará con contemplar cómo la decadencia del Reino es paralela a la muerte de las antiguas escurriduras del procesismo; de hecho, no es extraño que, causado por la fuerza del embudo con la que actúa a menudo la historia, todo baje por el mismo pedregal. Habrá que ver qué tendremos que hacer cuando todo esto acabe muriendo. De momento, resistir y observarlo de lejos es una decisión bastante sabia.