Hay escenas de películas que quedan grabadas para siempre en la memoria y se vuelven icónicas, particularmente si hay una banda sonora escogida especialmente para modular nuestra respuesta emocional. El efecto del estímulo de dos o más sentidos, con un mismo objetivo, suele causar una respuesta sinérgica que incrementa el impacto sobre nuestro cerebro. Con ocasión de otro artículo sobre violencia, os recomendé ver, ni que sea una vez en la vida, una de las escenas iniciales de la obra maestra 2001: una odisea en el espacio, de Stanley Kubrick. Esta escena representa el momento en que nuestros antepasados simios aprendieron a utilizar herramientas como armas, una clara señal de inteligencia. En la película se relaciona directamente inteligencia con violencia, y la música espectacular de Richard Strauss hace que esta explosión visual y acústica quede indeleble a la memoria (¡miradlo en pantalla completa y los altavoces bien altos!). Carne de gallina.

Bien, esta alegoría tiene un claro sesgo, ya que muchos otros animales, además de los humanos, son violentos. Para empezar, otros simios en ciertas situaciones pueden mostrar un nivel de violencia y crueldad similar al nuestro. La violencia es seguramente una señal de inteligencia, pero no es un comportamiento exclusivamente humano. Cuando la violencia se ejerce de forma masiva y está dirigida a conquistar nuevos espacios o eliminar el contrario, lo denominamos guerra. Las guerras son siempre destructivas. Todos somos conscientes de ello, porque de vez en cuando, la guerra llama a nuestra puerta, y justamente ahora estamos inmersos en la guerra entre Ucrania y Rusia. En época de guerra, muchas acciones que creíamos impensables en tiempo de paz, pueden llegar a ser aceptables. Las guerras destruyen vidas y matan esperanzas, pero quizás también tienen otros impactos a largo plazo sobre la sociedad.

La historia humana está "plagada" de guerras, al menos desde que tenemos memoria escrita. En los últimos 10.000 años (como mínimo), los humanos nos hemos expandido y hemos ocupado nuevos territorios, y hemos construido mayores imperios. Concomitantemente, las sociedades humanas se han hecho cada vez más complejas, incrementando en número y pasante de unos pocos integrantes a millones de personas, de forma que la forma predominante de organización social actualmente es tener un gobierno estatal. Este tipo de organización comporta jerarquías de función diferente y también, inequidad social. No todo el mundo sirve para hacer el mismo tipo de tareas, y hay tareas mejor valoradas (y retribuidas) que otros. El poder social y económico no está bien repartido, pero las sociedades son cada vez más complejas. ¿Cómo ha surgido esta complejidad? Muchos historiadores creen que el advenimiento de la agricultura fue crucial para generar este cambio social, el hecho de poder disponer comer que se guardaba en almacenes después de la cosecha permitía tener una sociedad mayor y mejor alimentada. Hay historiadores, sin embargo, que creen que la guerra ha constituido siempre un motor de cambio, un catalizador o revulsivo social. La guerra permite adquirir o anexionar territorios, con lo que implica de ganancia de riqueza, de terreno de explotación y de población trabajadora. La guerra necesita un estamento militar, incentiva la generación de tecnología militar y también incrementa los estamentos de jerarquía gubernamental para que lleguen las órdenes eficientemente, es decir, la guerra también favorece un estamento de burócratas. Los grandes Estados (los de la antigüedad y los actuales) necesitan muchos avances sociales a su alrededor para ser funcionalmente sostenibles o posibles, ni que sea transitoriamente. Pues bien, investigadores e historiadores de todo el mundo recogen datos de toda la historia conocida de la humanidad. Se alimentan de datos arqueológicos e históricos con gran detalle, y han creado el mayor banco de datos histórico sobre agricultura, religiones, datos históricos por periodo, y complejidad de las sociedades, es el Seshat (banco global de datos de historia), que sigue recogiendo datos, para hacerse más y más completo. Este banco de datos promovido por muchos científicos es abierto, ya que se alimenta del conocimiento de muchos investigadores y es financiado por proyectos de investigación pública.

Pues bien, usando los datos del Seshat, de 35 grandes regiones del mundo, que incluyen 373 sociedades diferentes que se extienden desde 9600 años antes de nuestra era hasta el año 1900 (s.XX), durante un periodo de casi 12.000 años, y midiendo más de 100 variables o características sociales diferentes (por ejemplo, tipo de alimentación, si tenían material de guerra o no, si las ciudades eran grandes o pequeñas, etc.), los investigadores han hecho diferentes modelos de predicción dinámicos del nivel de complejidad adquirido por las sociedades. Sobre más de 100.000 combinaciones de predictores (es decir, de variables analizadas), el modelo de macroevolución cultural que mejor explica el incremento de complejidad social se basa, o bien en la implementación de la agricultura con una mayor productividad (aparición del sedentarismo, creación de ciudades y división del trabajo), o bien en la invención de la tecnología militar (particularmente, el uso de armas de hierro) combinado con la implementación de la caballería (domesticación y uso del caballo como elemento importante militar). Es decir, tanto el uso de caballos y de mejores armas en la guerra, así como la implementación de la agricultura, favorecieron la generación de imperios y, por lo tanto, de sociedades más complejas, con una multitud de estamentos y tareas intermedias, necesarias para la supervivencia y mantenimiento de grandes Estados. Estamos hablando de nuestra sociedad, pero también de muchas otras de la antigüedad.

Por ejemplo, la expansión de las armas de bronce en Afro-Euro-Asia en torno al 3000 antes de nuestra era permitió la aparición de 2 grandes Estados, uno en Mesopotamia y el otro al Reino Antiguo, en Egipto. La aparición del carro de guerra, con caballos, además de arcos complejos y componentes protectores, como cascos y escudos, implicó la generación de imperios mucho mayores, como los que hubo en la Anatolia, China y el Nuevo Reino en Egipto. Sin embargo, estos imperios colapsaron con los avances militares que comportó la edad de hierro, con la incorporación de la armadura y del caballo. La caballería permitió que los imperios se extendieran más allá del límite de dos millones de kilómetros cuadrados. Todos estos megaimperios surgieron entre 300 y 400 años después del advenimiento del avance concreto. Por la revolución de la edad de hierro, los imperios se sostuvieron durante casi 2 milenios, hasta el advenimiento de otra revolución tecnológica militar, el uso de la pólvora, que implicó la aparición de las armas de fuego. De nuevo, el colonialismo y el imperialismo europeo (que hizo uso de estas armas para conquistar nuevos territorios) se produjo unos 200-300 años del avance inicial. Se pueden observar los sucesivos ciclos de los imperios usando solo estas combinaciones de marcadores históricos. Es evidente que este trabajo es una primera aproximación y hace falta más refinamiento, ya que seguro que hay otros factores que determinan la evolución y complejidad de las sociedades en otras regiones. Sin embargo, es sorprendente cómo con muchos datos de muchas regiones, y el análisis de muchas variables utilizando principios de los sistemas complejos y algoritmos de macroevolución, se puede predecir cómo han ido surgiendo los diferentes imperios socioeconómicos y militares de nuestra historia.

Para acabar, no nos tenemos que quedar con el hecho de que la guerra (además de la agricultura) es un elemento inductor del cambio. Como dicen los autores, no es la violencia la que guía a los humanos, sino la competitividad. Más espacio, más productividad, más riqueza, más poder. Quizás a los seres humanos no nos define la violencia, sino la competitividad. Una idea para reflexionar porque tiene muchas otras derivadas.