Queridos Reyes Magos,
No sé si este último año me he portado bien o no, pero sé que he sido muy pesado con un tema: mi lengua. Un día, mientras tomábamos un quinto en la plaza Virreina, una persona que aprecio me dijo que le gustan los articulistas que escriben sobre aquello que les apasiona, pero que personalmente detesta infinitamente leer columnas que transforman aquella pasión hasta diluirla en un lamento continuo, como una especie de disco rayado. No hablo de ti, eh, me dijo mientras se encendía un cigarrillo y yo le decía que no sabe mentir. Evidentemente, me sentí tan aludido que inconscientemente le respondí que mi gran pasión es escribir sobre literatura, sobre bares con alma propia o sobre conversaciones dentro de un taxi, pero que ni siquiera hablando de estos temas puedo evitar dar la tabarra con el catalán, ya que la lengua no es para los catalanes una temática, sino un filtro desde el cual se observa el mundo.

Por eso, por ejemplo, cuando Narcís Oller escribió La papallona, el año 1886 y con prólogo del gran Émile Zola, la primera reacción que recibió de Benito Pérez-Galdós no fue ninguna valoración narrativa, sino una carta donde el novelista le reprochaba que «es tontísimo que V. escriba en catalán», y también por eso cuando el bar Two Schmucks entró el año pasado al Top10 de mejores coctelerías del mundo, lo que hicimos muchos no fue ir corriendo al Raval para tomar un Garam Sour, sino, lógicamente, criticar que en el local, a pesar de encontrarse en Barcelona, solo se hablara en inglés. Sea porque la hablamos demasiado o porque se habla demasiado poco, cualquier aspecto central de la vida, diariamente, tiene que ver con esta lengua nuestra minorizada por un idioma universal como el castellano y amenazada por un fenómeno global como la globalización. La del catalán es una causa noble y le sobran argumentos para luchar a favor de ella, faltaría más, pero hay un problema: desde hace años, vivimos con la permanente sensación que vamos perdiendo la batalla, pero en vez de luchar por sumar fuerzas y cambiar el resultado con ilusión, realismo y seducción, más bien nos dedicamos a lamernos las heridas que permanentemente nos recuerdan, a todas horas, lo fastidiados que estamos.

Pero tranquilos, no he decidido escribiros la carta de este año para pediros mejores cifras en el uso social del catalán. Sois 'magos', pero no tanto. Lo que os pido es que regaléis a los catalanes vacunas contra el desánimo, ya que la única cosa que permitirá mejorar la situación es recobrar la esperanza. Si no sabéis dónde conseguirlas, os informo de que se esconden en varios almacenes de Catalunya Nord, igual que las urnas del 1 de octubre. Seguro que vuestros camellos tienen un buen GPS y saben encontrarlas. A mí las agujas siempre me han dado miedo, pero la primavera pasada codirigí a un "30 minuts" sobre el catalán en Catalunya Nord y el pinchazo en el brazo que me proporcionó conocer aquella realidad lingüística me ha inmunizado tanto que desde entonces soy otro. No he dejado de escribir sobre lengua, pero lo he hecho con un tono diferente. Incluyendo, lógicamente, el tono mismo de aquel reportaje. Siempre genera más retuits y vende más diarios, explicar que has ido a Cotlliure y no te han entendido en la farmacia cuándo has pedido crema solar, pero quizás lo que nos hace falta es decir más alto que un 82% de los habitantes de Catalunya Nord afirman querer aprender catalán y que lo aprendan sus hijos. Algunos dirán que es negar la realidad, pero quizás si dedicáramos más titulares a la segunda noticia que a la primera anécdota, una catalana como Rosalia se habría atrevido a hablar en catalán cuando este verano cantó en el Barcarès.

Ser crítico es necesario, pero obsesionarse acaba siendo destructivo. La semana pasada misma, sin ir más lejos, en Twitter se habló mucho más de que el uso del catalán entre los jóvenes cae 15 puntos en los últimos 15 años, que, por ejemplo, de la presentación de ViaRàpida, un canal de YouTube muy necesario con vídeos divulgativos de pizarra blanca, en catalán, sobre los temas de Historia que se estudian en la ESO. También llama más la atención siempre titular que en Barcelona, solo 1 de cada 3 empresas afirma atender habitualmente en catalán o que solo 1 de cada 4 alumnos de ESO se identifica con el catalán, pero si os pido que regaléis a todos los catalanes la vacuna que os digo es porque el vaso siempre se puede ver medio vacío, claro, pero cuando te das cuenta de que el alud de peticiones para los cursos de catalán del CPNL satura el sistema, que el 84% de los catalanes quieren que el catalán sea oficial en la Unión Europea o que The Tyets han conseguido 13 millones de escuchas con 'Coti x Coti', para poner tres ejemplos, pienso que hay argumentos de sobras para verlo también medio lleno. A mí mismo también me habría resultado más sencillo escribir hoy una columna explicando que el pasado día 30 de diciembre, haciendo compras para la cena de Fin de Año con mis amigos, pedí a una dependienta del Carrefour de Sant Pere Molanta (Alt Penedès) donde estaban las truites precocinadas y su respuesta fue '¿las qué'?.

Si llego a hacer un tuit diciéndolo, lo peto con likes y, de rebote, criticamos el Carrefour, que a los catalanes nos apasiona poner a parir todo lo que sea francés. Pero no. Resulta que le dije las truites, de nuevo, pero como ella volvió a responderme igual que la primera vez, con un tono malhumorado, evidentemente tuve que decirle 'las tortillas'. Inesperadamente, me pidió perdón, se puso roja y mientras me acompañaba al pasillo de las neveras me explicó que era argentina, hacía un mes y medio que había llegado a Vilafranca del Penedès y todavía no sabía qué eran las truites. Pero ahora ya lo sé, y mi propósito de año nuevo es aprender catalán, me dijo. El mío, le dije, es aprender a hacer tortillas caseras y no tener que comprarlas en el súper, le respondí de manera bilingüe, como le gustaría en Salvador Illa, con un tono radicalmente alejado del que había utilizado un minuto antes. La chica se rio y dejó de ponerse roja, pero cuando me preguntó cuál era mi propósito real de año nuevo, de repente fui yo quien se quedó sin palabras. Ser más positivo y dejar de dar la brasa con el catalán, le dije antes de decirle adiós y buen año.

Así pues, esta carta pública que os envío, queridos Reyes Magos, es también el último artículo sobre lengua catalana que publicaré en "Café, copa y piti," ya que hablar una vez tras otra del catalán con tono de queja, sin ningún fundamento divulgativo y con la desolación apocalíptica como bandera, no hará que más personas hablen catalán. En todo caso, hará que menos personas sientan atracción por un tema que, de tanto repetirlo, acaba dando la misma pereza que el debate sobre el impuesto de sucesiones, la polémica sobre los orígenes de los primeros bebés del año nacidos en Catalunya o las escasas trazas de guardiolismo que contiene al Barça de Xavi. Igual que las polémicas de la tribu parecen inmortales y cíclicas, tampoco los catalanes ni la lengua que hablamos morirá nunca, ya que como cultura tenemos unas raíces milenarias tan y tan profundas, que algún día, más pronto que tarde, la mayoría nos daremos cuenta de que la Catalunya global del futuro hablará en catalán o no será. Entenderemos, entonces, que vacunarse contra el desánimo no tiene nada que ver con la lengua. Ni siquiera con la independencia, de hecho, sino con un futuro mejor donde, como sociedad, no nos pasamos el día lloriqueando por lo que perdemos, sino dando valor a lo que tenemos y trabajando para construir lo que no queremos perder nunca: la prosperidad. Ni que esta, ahora mismo, haga falta que la escondéis entre oro, incienso y mirra.
Atentamente,
Un expesimista llamado Pep