Llegará un día que las principales calles de Barcelona se parecerán tanto a esta calle Joaquim Costa que, más que calles, serán como cualquier zona comercial del aeropuerto, créeme. Habrá tiendas con productos nada artesanales y sin ningún vínculo con la ciudad, bares que sólo son franquicias de cafeterías y locales dedicados a la última fiebre de aquel momento, ya sean cigarrillos electrónicos, carcasas de móvil o peluquerías caninas. Eso es lo que le expliqué a Domenico, un amigo mío de Siena que trabaja como Strategy&Operations Manager en Amazon Logistics, la única vez que fuimos al Two Schmucks, el séptimo mejor bar del mundo según los TheWorld's 50 Best Bars. De eso ya hace más de un año, pero no olvido aquella noche: nunca en la vida había estado en un local de Barcelona donde no me atendieran ni en catalán ni en castellano, donde el 100% de la clientela no fuera de Barcelona y donde la carta, evidentemente, estuviera únicamente escrita en inglés.

Llegará un día que los pisos más bonitos de la ciudad sólo podrán alquilarlos gente como tú, Domenico, le dije. Gente con sueldos de ochenta mil euros el año y para quién un alquiler de dos mil euros en al mes como el que tú pagas en el Poblenou no supone ningún quebradero de cabeza. Ya pasa ahora: por cada familia que tiene que abandonar la casa donde vive por un aumento del alquiler de 300€, una hilera de profesionales y nómadas digitales nacidos en cualquier rincón del mundo llama a la agencia inmobiliaria para pedir ver el piso. Pasa en el Poblenou, en Ciutat Vella y evidentemente en Gracia, pero también empieza a pasar en Sants, Sant Andreu o el Clot. "Con los vecinos de mi edificio de la calle Mirallers tengo la misma relación que con el típico guiri con quién compartías habitación en un hostal de literas cuando eras joven, yo les digo 'hola' y ellos dicen 'hi!'", le dije, dado que en aquel momento yo residía en el corazón del Born, donde sobreviví durante trece meses que no recomiendo a nadie.

El Paradiso y el Sips son la cara de una ciudad que tiene por cruz una oferta de calidad de vida para|por sus vecinos más amarga que un cóctel demasiado cargado de cynar

Llegará un día que Barcelona tendrá bares con los mejores cócteles del mundo, pero sin barceloneses que se los beban, le comenté aquella noche. Un año después de hacer de Nostradamus con un negroni en la mano y ahora que el Paradiso ha estado galardonado con el premio a mejor coctelería del planeta, sigo pensándolo: sin que ellos tengan ninguna culpa, el Paradiso y el Sips -tercero en el ranking de los TheWorld's 50 Best Bares- son la cara de una ciudad que tiene por cruz una oferta de calidad de vida para sus vecinos más amarga y desagradable que un cóctel demasiado cargado de cynar. Eso es así. Si quieres vivir jubilosamente en el centro de Barcelona, no pretendas tener luz natural con un alquiler bajo, no pretendas vivir sin ruido con un alquiler bajo y no pretendas tener un portal que no huela a pis, a mierda de perro o a cerveza sucia con un alquiler bajo. Tampoco pretendas encontrar muchas ferreterías cerca, ni panaderías artesanales, ni muchos bares donde hacer un bocadillo y un quinto por menos de cinco euros. Tampoco muchos talleres mecánicos, colmados que no sean ni gourmets ni supermercados 24h o peluquerías donde no haya que tener el First Certificate para pedir que te corten las puntas y te recorten los lados.

Llegará un día, le dije, que la globalización nos meterá una bofetada en la cara, como catalanes, porque mientras la globalización seguía su implacable curso y gente como tú llegabais a Catalunya para ganaros bien la vida, Domenico, nosotros estábamos pendientes de defender urnas para poder votar, de no desfallecer después de ser aplastados y de salvar las migas de la inmersión lingüística sin darnos cuenta que tus hijos, los hijos de tus compañeros de trabajo y los hijos de la mayoría de gente de este bar estudiarán en escuelas privadas internacionales y quizás nunca hablarán la lengua de Barcelona. No sólo eso, sino que quizás nunca comprenderán por qué pesados como yo todavía damos la tabarra defendiendo la quimera de que Catalunya es una nación y que el catalán puede ser una lengua de prestigio. No lo comprenderán porque no tendrán ni amigos ni medios de comunicación seductores que se lo expliquen, ya que la natalidad entre los jóvenes catalanes provoca el mismo entusiasmo que un gwhisky on the the rocks a ojos de un abstemio y la oferta audiovisual infantil en catalán es menos atractiva que un Tom Chollins sin hielo. Por suerte, un año después, parece que el Super 3 empieza a ponerse las pilas.

Llegará un día, de todos modos, que aquellos Erasmus que se enamoraron de la ciudad pero nunca aprendieron catalán volverán a Barcelona, aunque ahora ya no serán estudiantes que van a hacer pintas de 3€ en el pub George Payne d'Urquinaona, sino expats que beben cócteles en lugares como el Two Schmucks donde estamos ahora: refinados locales de turistas y para turistas que evidentemente se ubican en una calle de turistas, checks marcados en un mapa y frecuentados por gente que no tiene interés en saber si allí había o dejaba de haber la sede histórica de la CNT, en saber que el Raval antes se llamaba Barrio Chino y era un barrio de trabajadores, en saber qué obra de teatro hacen a Goya o al Romea o en saber que muy cerca están las redacciones de diarios que no leerán nunca como el Vilaweb o el Ara.

Barcelona sin Catalunya no es más que un parque temático, una atracción turística y un decorado lleno de lugares atractivos a los cuales ir, pero sin ninguna identidad atractiva detrás

Llegará un día que eso será así. Piensa, le dije, seguro que no tienes ningún compañero de trabajo inglés, francés, italiano o alemán que conciba el galés, el corso, el napolitano o el sorabo como una lengua de prestigio con la cual se pueda trabajar, estudiar o comunicarse, ya que lo entendéis como un dialecto regional y absurdo que sólo sirve para hablar con las cabras o para cantar rondallas que os explicaba vuestra abuela. Ninguno de vosotros, sin embargo, se atrevería a vivir en Praga o Riga sin hacer el mínimo esfuerzo de aprender el checo o el lituano, porque estas sí que son lenguas válidas por el solo hecho de que son necesarias. La diferencia radica en un detalle simple pero trascendental: República Checa y Letonia, por decir dos ejemplos al azar, no sólo son un estado propio con una legislación que protege su cultura, sino que no forman parte de un estado que, además, constantemente pretende borrarles culturalmente del mapa, haciéndoles desaparecer.

Llegará un día, quizás, que la Barcelona cosmopolita y global estará tan desconectada de Catalunya que ya no habrá poetas que le escriban la enésima Oda a Barcelona de turno, sino ya directamente una elegía como tal, ya que como intuyó el gran Valero Sanmartí, Barcelona sin Catalunya no es más que un parque temático, una atracción turística y un decorado lleno de sitios atractivos a los cuales ir, pero sin ninguna identidad atractiva detrás. Un no lugar lleno de no lugares, vaya. En la era de la globalización, el marketing feroz y los nombres en inglés como panacea de todo, pretender que Barcelona tenga un storytelling vacío de catalanidad es tan absurdo como soñar que Catalunya tenga punch en Europa sin Barcelona haciendo motor. Llegará un día que entrar en la séptima mejor coctelería del mundo y no saber si estás en Londres, Amsterdam o Nueva York será mucho más normal que coincidir con un vecino en el ascensor de casa y decirle 'bon dia', le dije a Domenico. "Sei pazzo", me dijo sonriendo mientras hacía un trago a su Gimlet. Tan pazzo, tan loco que aquel día, ese famoso día que algun dia llegará, resulta que ya hace tiempo que ha llegado.