La primera victoria electoral en el Parlamento generó acto seguido una palabra: unidad. Es decir, la unidad de los tres partidos independentistas. Eso chocó, lo hemos visto, con la investidura torpedeada de Pere Aragonès con algo que pocos no avistaban: unidad entre diferentes enfrentados, para hacer qué y bajo la dirección de quién.

Con la confusión de estas regiones —curiosamente la misma que en las carpetovetónicas— la hegemonía electoral se confunde con la mayoría absoluta. Sin mayorías absolutas, que ningún analista serio confía en ver en un horizonte próximo, la hegemonía se basa en la victoria, en ser el primero. Eso quiere decir dos cosas: sería de mal perdedor que los segundos y los siguientes aceptaran la victoria del primero utilizando circunloquios. La segunda: el primero debe facilitar el acuerdo con el resto, pero no a cambio de abandonar los planteamientos que lo hicieron ganador. Negociar le llaman.

El segundo orden de temas en la logomaquia en que se ha convertido la unidad esta, se diría que debe ser una unidad total. Sin embargo, total es ontológicamente imposible: si fuera total, no hubieran concurrido en las elecciones tres partidos diversos; muy legítima y pluralmente diversos, por ideología, por organización, por militancia, por trayectoria. Como punto en común, los tres partidos independentistas tienen la independencia de Catalunya. Y aquí la concurrencia radica en el hito final, no en los caminos ni en la manera de llegar, se escoja la vía que se escoja. Bueno sí, hay otra convergencia: todo el mundo descarta la vía unilateral, al menos hoy por hoy. Se dirá, o no, con todas las letras, pero nadie quiere volver al 10 de octubre de 2017, una fecha que hizo mucho daño al independentismo, no por el 155 subsiguiente, sino porque no pasó de ser una muestra de impotencia. Hoy por hoy, nadie quiere reproducir este no-hito.

hay un "mientras tanto" lo bastante imperioso y exigente que hay que atender sin dilaciones

Todas las demás cuestiones relativas a la independencia –cuándo, cómo...– y el “mientras tanto” están abiertas y cada una de las tres formaciones indepes hicieron ofertas electorales diferentes. Aquí es donde radica la imposibilidad de la unidad, más allá de diezmar los maximalismos propios. La CUP ha comprendido perfectamente –esto parece irritar a los juntaires– que hay un “mientras tanto” lo bastante imperioso y exigente que debe ser atendido sin dilaciones.

Parece que esta evidencia es también ahora comprendida por los convergentes y la desunión no vendrá por este lado. Habrá que priorizar unos puntos de la agenda, especialmente, la social y la de la recuperación. Sobre otros, sin embargo, habrá que luchar. Lo normal en las coaliciones. Porque la cosa va de crear una coalición estable entre próximos, término que parece no gustar prácticamente a nadie. Coalición y negociación. Repetid: coalición y negociación.

Quedan todavía dos temas. El primero, Madrid. ¿Es necesario tener una posición común entre los tres grupos de parlamentarios –que no es lo mismo que tres grupos parlamentarios– en Madrid? En algunas cosas sí, en otras no. Desde la mesa de diálogo a los temas de la recuperación, la economía sostenible o, incluso, una financiación territorial mínimamente razonable. Seria suficiente con que las votaciones en Madrid no supusieran una enmienda a las políticas acordadas por el Govern en su seno.

Finalmente, lo más peliagudo. Es decir, el Consell per la República o como se le quiera llamar. El nombre no hace la cosa. Lo que hace la cosa es la cosa misma. Siendo importante, no es decisivo que los juntaires tengan preeminencia absoluta en el CxR. Primero, porque eso lo han querido ellos: no hay más que leer sus estatutos y cómo se han designado los cargos, sin ningún tipo de elección. Es lógico que los independentistas no posconvergentes rehúyan integrarse (la CUP) o quedarse en un muy discreto segundo plano (ERC). Ese no es el meollo de la cuestión.

Que los partidos —e incluso los grupos— independentistas se tengan que confabular para alcanzar la independencia puede ser conveniente e incluso necesario. Pero no es una tarea del Govern llevar a cabo sus designios, y menos todavía seguir sus instrucciones

Lo que ni ERC ni —seguramente — ningún partido de gobierno en el mundo acepta, es que dicte la agenda política desde fuera del gobierno un reducido grupo de resistentes, por honorables que sean —que lo son — pero que no han sido objeto de ninguna elección democrática, por mucho que lo hubieran sido antes y a pesar de haber sido desposeídos ilegítimamente —entendemos muchos— de sus cargos. Al no poder ser elegido nuevamente el president Puigdemont en la anterior legislatura, resultó elegido Quim Torra a propuesta de los juntaires, en un drama de sobras conocido. Este, con una actitud absolutamente infrecuente en la historia política, aceptó ser la voz de Waterloo en la Casa de los Canónigos. Eso le hizo perder autoridad ante todos los consellers. Ante todos. El tono vicario del que hizo bandera en el Govern lo lastró permanentemente en la acción política catalana.

Que los partidos —e incluso los grupos— independentistas se tengan que confabular para alcanzar la independencia puede ser conveniente e incluso necesario. Pero no es una tarea del Govern llevar a cabo sus designios, y menos todavía seguir sus instrucciones, sea cual sea la persona o dignidad que se designe al frente de este ente, que no es oficial, se llame como se llame.

Dicho de otra manera: Waterloo no tendrá en el próximo gobierno, —porque no puede tener— voz y voto en el quehacer político del ejecutivo catalán. No habrá —porque en democracia no puede haber— una especie de teléfono rojo Bruselas-Barcelona, en ninguna de las direcciones.

Las decisiones del Govern nacen de su seno y, cuando sea pertinente constitucionalmente, deben ser desarrolladas, ratificadas o instrumentalizadas como ley por el Parlament. El Govern podrá escuchar, como hacen todos los gobiernos, a todos los actores sociales según los asuntos que se dilucidan en su seno, pero ningún actor social es preferente, ni mucho menos puede imponer o vetar decisiones que los órganos democráticos de los catalanes hayan decidido adoptar. Esta, y no otra, es la madre del cordero. Cuanto antes se sitúen todos los protagonistas en escena —todos de indudable relevancia— donde les toca, antes se acercarán al hito que todo el mundo persigue, impulsando el bienestar de la ciudadanía.