No es que me hayan gustado, ni defiendo, las imágenes de la fiesta multitudinaria en Palafrugell de esta Semana Santa, ni ninguna de las otras imágenes ―o noticias sin imágenes― de encuentros de todo tipo y manera saltándose las normas restrictivas impuestas a causa de la Covid-19, pero las entiendo. No me parece que solo sean una ruptura de la norma, una transgresión, una provocación a las autoridades, o una respuesta a la apariencia de desconcierto y arbitrariedad de las normas impuestas. Me parece que son ―o al menos tienen― un componente central de necesidad de contacto, de proximidad, de pertenencia al grupo, de convivencia en el sentido más simple de la palabra.

Estos encuentros son ―o cuanto menos tienen― un componente central de necesidad de contacto, de proximidad, de pertenencia al grupo, de convivencia

Somos seres sociales y además estamos educados para serlo, al menos hasta ahora; no sé qué es lo qué pasará con las generaciones que nos sucederán, y de alguna manera no quiero ni pensarlo si seguimos por este camino. La soledad es uno de los problemas mayores en nuestra sociedad. Ja estaba claramente identificado antes de la pandemia y ahora ya es para mí ―a la espera de lo que dirá la epidemiología―, si no primera causa de muerte, una de las más importantes en el ranking de mortalidad; y subiendo. Por supuesto no será fácil de identificar como tal, ―no porque haya impedimentos técnicos y/o científicos―, sino porque seguramente no constará como motivo por poco que puedan evitarlo las autoridades sanitarias, y/o políticas. Y no estoy pensando solamente en lo que pasó al principio de la epidemia con las personas mayores de los geriátricos de Catalunya y España ―del resto del mundo no lo sé y es una pregunta que tengo por contestar ―, voy más allá.

Necesitamos al grupo, no solo para sobrevivir sino para vivir. Relacionarnos con los otros es de vital importancia, no ya para la economía, si no para lo que somos cada una o uno de nosotros. Vivir solo es una cosa, estar solo es otra muy diferente. Se puede estar solo estando con gente y al mismo tiempo sentirse acompañado sin nadie alrededor, pero la cuestión es que la interacción social tiene un papel fundamental en nuestra vida. Y hacerla a través de la pantalla, aunque ante todo es una ganancia, ni mucho menos es lo mismo.

Ciertamente estar mal acompañados y acompañadas no es motivo ni de salud ni de vida y nuestra sociedad está organizada de base con relaciones estructurales impuestas, que pueden ser un gran problema. La pandemia también les ha dado relevancia, a muchas más de las oficialmente identificadas.

nos tendremos que replantear como sociedad no solo como tenemos que luchar por erradicar ―meramente controlar― el virus, sino como tenemos que convivir con él

Hablamos, sin embargo, de las relaciones no impuestas, las queridas, las deseadas que también tienen un efecto directo en nuestra salud física, no solo en la mental, y ya sabemos cómo de cortos vamos últimamente tanto de una como de la otra. Las cifras hablan por si solas, aunque sin una buena contextualización nunca nos muestran, de primeras, la magnitud del problema.

Cuando todo iba a ser cosa de un momento parecía que tenían sentido cierto tipo de restricciones, pero yendo para largo como va, ―aparte de como de largo ha sido ya― nos tendremos que replantear como sociedad no solo como tenemos que luchar por erradicar ―meramente controlar― el virus, sino como tenemos que convivir con él.

Hemos acabado de un día para otro con el modelo social con lo que organizábamos nuestra vida y no tenemos, de momento, ningún otro: ¿cómo queremos que a nadie le den ganas de salir de fiesta con las amigas y amigos o, sencillamente, con desconocidas y desconocidos?

Los meses de invierno parece que llevan añadida toda una parte de reclusión, pero con el buen tiempo y este cambio de horario que no nos beneficia ―de hecho, ahora menos que nunca―, ¿cómo esperan que la gente se mantenga en su burbuja? Yo no lo veo claro, espero que quien tenga que pensarlo lo haya hecho seriamente, o lo esté haciendo; y que se explique muy y muy bien.

Me ha dado esperanza para volver a la rutina después de las vacaciones el hecho de que como mínimo se estén replanteando ―aquí en Catalunya y en alguna otra comunidad― la directriz del gobierno español de llevar mascarilla en la playa. No solo estamos locos, sino que no parecemos demasiado espabilados por muchos títulos ―de los de verdad―, que tengamos. Ahora bien, también me pregunto, ¿qué diferencia hay entre la playa y la calle?