Hay una diferencia esencial entre el nacionalismo español y el nacionalismo catalán. Por ahora, mientras no se transforme en otro tipo de movimiento, que todo pudiera ser, el independentismo catalán sólo aspira a separarse de España, sólo quiere evitar que nuestro coral sea expoliado por los que cortan el bacalao. El españolismo, en cambio, es otra cosa distinta. El españolismo no se enfrenta a ningún Estado ni a ninguna estructura de poder constituido, el españolismo pretende borrar del mapa cualquier disidencia, cualquier cultura de España que no sea de matriz castellana, quiere asimilar cualquier identidad colectiva e individual que, más o menos desdibujada, no sea la de nuestros gobernantes de Madrid. El españolismo sólo acepta una manera muy determinada de España y sólo una. Esto explica que el independentismo no tenga nada en contra del pueblo español y lo tenga todo en contra las estructuras de poder político y económico de España. Esto explica que el españolismo se cebe decididamente sobre la sociedad civil, sobre los ciudadanos y contribuyentes, anónimos o conocidos. No sólo durante la negra jornada del primero de octubre del año pasado, también en los casos de acoso mediático de los últimos días, casos grandes y pequeños, casos bien elaborados e improvisados, más evidentes y menos claros. Critican, por ejemplo, a un joven cantante televisivo por llamarse Alfred en lugar de Alfredo porque, aseguran, que sólo los nombres en español son auténticos nombres. Persiguen a payasos, mecánicos y periodistas por inexistentes delitos de odio. Persiguen a profesores de un instituto de Sant Andreu de la Barca por, supuestamente, haber estigmatizado a hijos de guardias civiles sin disponer de ninguna prueba que justifique una acusación tan grave y absurda. Amenazan a los candidatos de la mayoría independentista del Parlament de Catalunya aunque no estén en manos de la justicia española. Incluso el españolismo critica la disolución de la banda terrorista ETA porque creen que no hay nada que el terrorismo pueda hacer bien hecho, ni siquiera haber decidido desaparecer.

El españolismo de nuestros días se comporta como la vieja Inquisición, la policía religiosa, se comportaba en contra de los judíos. Primero acabó con los hijos de Israel que vivían en la Península Ibérica, después eliminó a los criptojudíos, los que practicaban la religión prohibida a escondidas y no molestaban a nadie, invisibles. Por último, cuando ya no quedaban judíos para borrar del mapa, continuó perfectamente activa la represión política en contra de determinadas personas que nada tenían que ver con el judaísmo, con el pretexto de lograr la completa pureza del país. Tanto da que ETA se haya disuelto o no, según Jaime Mayor Oreja. Aunque los abertzales hayan dejado las armas, la lucha españolista continúa, porque de lo que se trata es de eliminar completamente al independentismo vasco para salvar a España. Un independentismo vasco que el viejo ideólogo del PP vincula con el independentismo catalán, afirmando que el proyecto, el objetivo, de ETA es el mismo de Puigdemont y compañía. Ya sin ETA, ahora todo pasa a ser ETA, todos somos ETA. Se criminaliza al independentismo pacífico a cuenta del independentismo violento porque de lo que se trata no es de acabar con el terrorismo sino de eliminar al adversario político convertido en enemigo eterno y en magnífico pretexto. Ya nos dejó dicho Jean-Paul Sartre que el antisemitismo es un mecanismo político altamente rentable porque blinda la subjetividad del opresor. Del mismo modo que en una España sin judíos la Inquisición inventa la existencia de unos judíos monstruosos y mitológicos, inexistentes, ahora el españolismo persigue al independentismo democrático, unilateral o partidario del pacto, da igual que sea activo, reactivo o dormido. Para calmar su angustia, el españolismo confunde interesadamente españolismo con constitucionalismo, como paso previo a la ilegalización de los partidos soberanistas, siempre en nombre de la democracia como antes se hacía en nombre de Dios.

Es exactamente la misma estrategia de la filosofía del nazismo, cuando Martin Heidegger aseguró que Alemania era el ser, la identidad sagrada, y por tanto, toda desviación debía ser perseguida. Olvidando que quien rompe con la unanimidad identitaria no es ni el judío ni el independentista, en el caso de hoy. Es y lo será siempre el hombre libre. Que debe poder ser judío o soberanista si lo desea. Como decía Carl Schmitt, lo que construye la identidad es el enemigo perfecto y no hay que olvidar que el catalanismo y el vasquismo son, en este sentido, enemigos perfectos. Recordemos que una de las características esenciales del españolismo es el anticatalanismo, como deja bien claro, negro sobre blanco, el documento justificativo del alzamiento del general Franco del 18 de julio de 1939. El enemigo perfecto da igual que exista o no, lo importante es que el españolismo construye una identidad para España en contraste con identidades enemigas e incompatibles. Esa es su estrategia.