Pere Aragonès

Pere Aragonès / Fuente: EFE

1. George Orwell, uno de los mejores periodistas que vivieron la Guerra Civil, remarcó que precisamente fue entonces cuando “por primera vez vi noticias de prensa que no tenían nada que ver con los hechos. La historia se estaba escribiendo no desde el punto de vista de lo que había sucedido, sino desde la perspectiva de lo que debería haber ocurrido”. Estoy convencido de que esta distorsión de la realidad también se podría aplicar al primer intento de investidura de Pere Aragonès y que finalmente resultó fallido. Vi un tuit de Quim Brugué, catedrático de ciencia política en la UAB, que, desde su visión militante, próxima a los comunes, intentó resumir lo sucedido en el Parlament como una simple disputa entre Junts y Esquerra por el poder y no sobre qué hacer. Joan Tardà, quien desde que abandonó la política está más amargado que nunca, ha llevado las cosas hasta el extremo, atribuyendo la abstención de Junts a una pataleta, porque, según él, “No es fácil aceptar que los masoveros vayan por delante cuando uno siempre fue señor”. Tiene gracia un apunte como ese en un país donde los dirigentes de la izquierda son millonarios o hijos de la pequeña burguesía rural y suburbana. ¿Es que es tan difícil de entender que Junts y Esquerra tienen dos visiones opuestas sobre el momento histórico y que esta discrepancia los enfrenta? No es suficiente decir que unos y otros desean la independencia y que, por lo tanto, no deberían dejar pasar la oportunidad histórica de haber sumado el 52%, lo que también es más ficticio que real si lo valoramos en cifras absolutas. Aragonès pronunció un discurso de investidura totalmente equivocado porque, en vez de intentar convencer al socio mayoritario, se dirigía a la minoría, como sí Junts tuviera la obligación de incorporarse al preacuerdo entre ERC y la CUP en régimen de invitado. El independentismo no es un bloque, desgraciadamente.

2. Si fuera verdad que el actual Parlament es el más de izquierdas desde el año 1980 y que el programa que presentó Aragonès también lo es, los comunes no habrían debido tener inconveniente en votar favorablemente por el candidato de Esquerra. No lo hicieron. Ni siquiera se abstuvieron. Votaron en contra. A los comunes la independencia les importa un pepino, pero tenían la oportunidad de hacer un guiño hacia Esquerra que no quisieron hacer. Cualquier decisión es legítima y, por lo tanto, supongo que el voto negativo de los comunes no se puede atribuir a una pataleta. Abordar la política en esos términos es lo que ha provocado que los negociadores de Esquerra, como ya escribí, cometieran muchos errores. El primero, y más grave, es no haber sabido evaluar con quién estaban negociando. Tengo la impresión de que el perfil político de Jordi Sànchez no encaja para nada con la caricatura posconvergente que Esquerra y la burbuja mediática que lo acompaña atribuyen a Junts. En 2012, fecha que Aragonès citó reiteradamente para advertir que ellos habían votado a favor de la investidura de Artur Mas, Sànchez y otros muchos dirigentes de Junts estaban muy lejos de CiU. Esquerra le disputa hoy la hegemonía a otro tipo de gente. Los comunistas siempre hicieron política desde la superioridad moral y durante años Esquerra sufrió las consecuencias. Que se lo pregunten a Josep-Lluís Carod-Rovira, que se quejaba amargamente de ello. Los nuevos dirigentes de Esquerra, muchos de los cuales provienen de la extrema izquierda independentista, actúan con el mismo desprecio hacia los que no comulgan con su credo.

3. Puesto que Esquerra es la primera fuerza independentista y pregona a voz en grito que debe aplazarse la proclamación de la independencia para dar una oportunidad a la mesa de diálogo, es muy normal que Junts, que desconfía de esta vía, quiera negociar las condiciones de un acuerdo de legislatura. Los 32 diputados de Junts son imprescindibles y, por lo tanto, Esquerra les tiene que dar garantías de que todo ello no es un recurso para marear la perdiz con el único objetivo, bastante estrecho y miserable, de disputarle la preeminencia a Junts e inaugurar un nuevo procesismo. Es Esquerra la que tiene que convencer a Junts y no al revés. Con el planteamiento que hace Esquerra lo más normal es que hubiesen pactado con el PSC, porque la invitación a pasar página concuerda con el margen de dos años que los republicanos y la CUP dan a la mesa de diálogo. El problema es que decantarse por esta opción, que querría decir abandonar el objetivo independentista, obligaría a Esquerra a apoyar como presidente a Salvador Illa, quien, por otro lado, rechaza, lo mismo que Junts, las imposiciones jacobinas y norcoreanas de los antisistema. El Parlamento actual, según la autodefinición de los diputados que lo integran, es más de centroizquierda que anticapitalista, a pesar de la evocación, un poco forzada, de Aragonès a Marx. La diferencia entre valor y precio ha sido uno de los debates que más ha marcado la historia de la economía. La Unión Europea no es un club surgido del Pacto de Varsovia.

4. Cómo señala a menudo Antoni Maria Piqué en su jugosa sección Quioscos & Pantallas, coincidiendo con Orwell, muchos días algunos diarios creen tener la razón y por eso se extrañan de que el resto del mundo no les siga. Algo así debió de pensar quién decidió la portada de El Periódico del día siguiente de la investidura fallida: “Aragonés planta cara a Puigdemont”. La exageración —a pesar de que haya dirigentes republicanos que querrían que fuera así— quiere transmitir la idea de que el demonio sin cola, el gran mangoneador, el manipulador empedernido, quien impide el acuerdo entre los partidos de la independencia, es el carlista de Waterloo. Parece que todo el mundo sabe que Carles Puigdemont vive en Bélgica por mero egoísmo, porque es un fugado de la justicia que no aceptó las “155 monedas de plata” que habrían evitado el sufrimiento de Oriol Junqueras, encerrado en prisión por culpa de Junts y no del estado represor. Pero resulta que desde Waterloo se ha conseguido internacionalizar el conflicto con todo tipo de acciones, incluyendo la de decidir optar a un escaño en el Parlamento Europeo. ¡Qué oportunidad se perdió cuando no se acordó una candidatura realmente unitaria con el aval, sí, del Consell per la República! Al fin y al cabo, la legitimidad del Consell proviene del acuerdo de gobierno cerrado entre las fuerzas independentistas para investir a Quim Torra como 131.º presidente de la Generalitat. Este acuerdo, presentado el 8 de marzo de 2018, preveía la creación de una Asamblea de Representantes y un Consejo de la República en el exilio, y fue firmado por Junts, Esquerra y la CUP. Ahora, republicanos y cuperos se echan atrás. Si Oriol Junqueras y Carles Puigdemont hubieran copresidido el Consell y Marta Rovira i Toni Comín hubieran asumido las tareas ejecutivas, ahora estaríamos hablando de otra cosa.

5. Si lo que circula entre los mentideros políticos se confirma, mañana Pere Aragonès tampoco será investido presidente. No será ningún drama. La democracia es debate y negociación, que es lo que falta en España. Deberíamos dejar de imitarles. El gobierno interino puede seguir trabajando mientras los partidos maduran un acuerdo de legislatura que represente la visión de conjunto y que permita acabarla por primera vez en muchos años. Es imposible querer compartir una hoja de ruta y a la vez prescindir de la perspectiva de una de las partes, aunque haya quedado por debajo electoralmente. La revista Idees, dirigida por el maragallista Pere Almeda y pagada con dinero público, acaba de sacar un monográfico sobre el debate independentista en el que sobresale, primero, que no colabore nadie del entorno de Junts (para dar credibilidad al análisis se recurre a la marginal Marta Pascal y a Francesc-Marc Álvaro, un periodista cercano a la vieja Convergència y completamente desvinculado de Junts), y, segundo, que el gurú de Esquerra, Jordi Muñoz, reconozca las profundas discrepancias estratégicas que separan a los dos grupos que después los dirigentes políticos banalizan. Si intelectualmente se insiste en que Junts y Esquerra son dos universos diferentes, ¿a quién debería de extrañar que la investidura deba madurar más? Si Pere Aragonès quiere llevar a ser el 132.º presidente de la Generalitat hará falta que aplique a la negociación la recomendación de John F. Kennedy: “No negociemos nunca sin miedo. Pero no tengamos nunca miedo de negociar”. Al final, en una negociación no se obtiene lo que uno merece, se obtiene lo que se ha sabido negociar.