¿A quién molestaba? ¿Quién se revolvió contra él? ¿Quién lo cuestionó? Esos enemigos tan fáciles de identificar son el reflejo de quién fue y el impacto en la estela de los máximos jefes de la Iglesia del papa Francisco. En un mundo cada vez más conservador, el Papa parecía cada vez más de izquierdas. Seguramente no lo era. Su biografía es más humana que política. Pero tenía una visión de ella como de la vida. Diálogo, entendimiento, perdón, servicio. La fe frente a la perversión de la fe. Lo público por delante del poder

En un momento global donde la empatía está mal vista y ultraconservadores, creyentes incluidos, se inventaron el saco woke para meter dentro el desprecio a minorías, pobres y vulnerables, Bergoglio revolvió la Iglesia desde el poder Vaticano. Así que ahora, sumidos como estamos en los obituarios, sus palabras resuenan con más fuerza que al pronunciarlas en vida. Dijo “es mejor ser ateo que ir a la Iglesia odiando a todo el mundo”. Iba dirigida a los “papagayos de misa diaria” que malogran la “revolución del evangelio”. Todos ellos podían irse a otra parte. Y ese “todos” incluye a JD Vance, su última visita. 

Francisco I fue el Papa de todas las rebeliones. Por citar algunas, puso fin al papado imperial. Enterró el lujo. No transformó a fondo, pero tampoco esquivó nada. Con la homosexualidad —“quién soy yo para juzgarla", decía— amagó con validar las uniones del mismo sexo, pidió recuperar a los divorciados porque nadie puede “ser condenado para siempre” por un sacramento indisoluble. Quiso dar peso a la mujer en una “Iglesia femenina”. Se atrevió con la Inteligencia Artificial y la desinformación. “Pido a las autoridades políticas que no manipulen la información para la consecución de sus objetivos bélicos”, llegó a decir. 

En lo geopolítico, condenó la masacre de Gaza y los muros de Trump. Quiso estrechar lazos con el islam y se fue a la periferia a elegir cardenales. Y lo más importante, el Papa Francisco pidió perdón, algo impensable en la soberbia tradicional de la institución católica. Perdón por los abusos de los curas a menores, por la pederastia milenaria. La guerra interna más dura vino de quienes querían tapar esos abusos. Y en parte les ganó. Consiguió endurecer la ley vaticana y acabar con la impunidad blindada del clero. 

Su biografía es más humana que política. Pero tenía una visión de ella como de la vida. Diálogo, entendimiento, perdón, servicio. La fe frente a la perversión de la fe. Lo público por delante del poder

La agenda de Bergoglio era la antiagenda de Trump, los ultrarricos, Bolsonaro, Netanyahu o Milei. El presidente argentino sintetiza esa confrontación de los ultras: “Zurdo, hijo de puta que andás pregonando el comunismo. Sos el representante del maligno en la casa de Dios”. En nuestro inventario patrio, lo han despreciado las hordas de VOX con permiso del jefe. Santiago Abascal lo llamaba el “Ciudadano Bergoglio” para no reconocerlo como pontífice. Por más que la ultraderecha abrace el catolicismo, Francisco impulsó una Iglesia cuya naturaleza es la contraria. Y la simbolizó exigiendo dignidad para los inmigrantes y los refugiados. 

El humanismo del Papa Francisco es una excepción en medio de un discurso hegemónico cada vez más descarnado y un contexto global que machaca al débil. Nunca la muerte de un papa ha sido tan lamentada por laicos, agnósticos y voces progresistas. Un liderazgo tan anómalo que da la medida de en qué punto estamos. 

Ahora viene lo más difícil. La sucesión a puerta cerrada, con negociaciones y posibles conspiraciones (Bergoglio ya vivió una con la elección de Ratzinger). La Iglesia volverá a blindarse. Mientras dura la oficialidad del luto, el cardenalicio confeccionado por el papa Francisco, el instrumento que debe elegir al sucesor, debatirá el próximo líder entre múltiples tensiones. Más allá de si es el turno del primer asiático, la expectación pasa por si la Iglesia elige a un pontífice conforme a la ola reaccionaria o busca al sucesor dentro de sus equilibrios. El rumbo que elija marcará su existencia. Hay dos opciones. La Iglesia puede esquivar el péndulo político y apostar por la continuidad o convertir a Francisco I en la excepción papal de la historia.