El 20 de enero de 1994, Miquel Calçada dedicó un programa a la infanta Elena con motivo de su futura boda con Jaime de Marichalar. Se puede ver todavía en TV3 a la carta. No ha envejecido. Mikimoto montó un Persones humanes con Àngel Colom, Armand de Fluvià y Teresa Berengueres, rematado por Quim Monzó. El nivel de ironía y sarcasmo del guión está muy por encima de la lírica de Pablo Hasél. Lejos de tomárselo con deportividad —como Jaume Barberà, el "megacrack de la comunicación", que no debía tener más remedio— o como un honor, la Casa Real montó un pollo y tembló todo. Pidieron oficialmente disculpas a la Zarzuela desde Jordi Pujol hasta el director general de la entonces CCRTV, Joan Granados. En el trasfondo flotaba el argumento de que el programa se burlaba de la persona, frente al derecho que tenía Miquel Calçada de burlarse del poder.

Ha llovido. 27 años concretamente. Koeman era central del Barça —hacía pocos días del 5 a 0 al Madrid de la cola de vaca de Romario— y ahora es el entrenador. Los poderes fácticos siguen protegiendo la monarquía, pero el tiempo le ha dado la razón a Mikimoto. La infanta Elena, ya divorciada, es una persona humana, pero también era la hija, y ahora es la hermana, del Rey. Y no se puede separar la persona de la institución. Para lo bueno y para lo malo. No es Elena, pobrecita, quien se ha saltado todas las colas de los súbditos y se ha ido a vacunar a Abu Dabi. Es la monarquía, por mucho que Zarzuela se esfuerce en decir que no son de la familia real ni representan la corona. De escándalo en escándalo hasta el exilio final. Poca broma con el malestar ciudadano, que no entiende de cortafuegos absurdos, porque aquí tenemos toque de queda, los derechos restringidos, hacemos cola para vacunarnos y estamos muy hartos de todo.

La esperanza es la vacuna. Pero, ojo, porque mientras no se la puedan poner todos, será fuente de discriminación. Amenaza con serlo el pasaporte sanitario. Amenaza con serlo la vacunación VIP, como ya hemos visto. Y amenaza con serlo la venta a los países que pagan más

Pero esto de los derechos fundamentales que al resto nos cuesta tanto defender cada día —como la libertad de expresión— no va con estas personas humanas de sangre azul, que definitivamente viven fuera de la realidad. Con los de sangre roja sí que va. Hasta el punto de que el Departament de Justícia de la Generalitat —que afortunadamente es consciente— designó en junio a un grupo de expertos para hacer un informe que debía estar listo en otoño. No lo está, según Justícia, porque la foto fija ha ido cambiando. Pero existe el compromiso de tener unas líneas rojas de cara a situaciones análogas en el futuro. Es un paso. Todas las personas humanas, en Catalunya y en todo el mundo, han tenido que hacer sacrificios de una u otra clase con esta pandemia. El mundo se ha arruinado, económica y emocionalmente. Y la esperanza es la vacuna. Pero, ojo, porque mientras no se la puedan poner todos, será fuente de discriminación. Amenaza con serlo el pasaporte sanitario. Amenaza con serlo la vacunación VIP, como ya hemos visto. Y amenaza con serlo la venta a los países que pagan más, te presida Donald Trump o Joe Biden. El 16% de la población mundial tiene reservado el 60% de vacunas y un 25% de la población mundial no tendrá acceso a ellas hasta el 2022. Hasta entonces, nada será normal.

Por ello, ante una pandemia mundial excepcional, cuesta entender que no haya más presión a las farmacéuticas para que liberen la patente. Médicos Sin Fronteras tiene en marcha una campaña para reclamarlo a Pedro Sánchez. India y Sudáfrica ya lo han pedido a la Organización Mundial del Comercio: suprimir la patente mientras dure la pandemia hasta alcanzar la inmunidad mundial. Al fin y al cabo, las seis principales vacunas han recibido una inversión pública de 8.200 millones de euros para investigación, ensayo y fabricación. El mundo nunca había sufrido una pandemia de este alcance. Si ahora no se libera la patente para que haya más fabricantes y más producción con el objetivo de salvar el mundo, ¿cuándo lo harán? Hemos llegado a la distopía total. Nuestra salud, nuestra economía y nuestros derechos fundamentales están en manos de unas pocas empresas. Hemos privatizado los derechos fundamentales.