El municipio de Fiuggi, en el Lazio, es conocido por su agua, que se sirve en Italia desde el siglo XIV y que tiene propiedades tan maravillosas que el genio Michelangelo Buonarroti se curó de la única piedra de la que no estaba enamorado. Bueno, de hecho, es posible que acabara muriendo por uno de estos episodios, pero es que el agua sola no hace milagros. Ahora bien, el agua tenía suficiente fama como para que a las monarquías europeas se les hiciera llegar el compuesto químico de este pueblo medieval de 9.000 habitantes, que, en la cima de la montaña, dibuja una postal y vive del turismo de quienes hacen excursiones cuando ya llevan tres días viendo piedras en la Roma decadente de La grande bellezza, i que cuenta con un puñado de restaurantes recomendables. Uno de los discípulos del autor del David, Giacomo del Duca, esculpió un busto de San Bartolomé en la entrada de la cartuja de Trisulti, un monasterio apartado de la civilización, a 130 kilómetros al sur de Roma, al que se llega dejando atrás Fiuggi, siempre por una carretera sinuosa de montaña, como ocurre en otros santuarios como el de Santa Rita, al norte de la capital.

Dentro de estas paredes góticas y barrocas que encuentras pasado Collepardo vive Benjamin Harnwell. Su nombre es todavía poco conocido por el gran público. Dirige el Instituto Dignitatis Humanae, un think tank fundado en 2008 bajo la premisa de que el hombre es creado a imagen de Dios y para ayudar a los políticos cristianos "a defender su fe". Bueno, una manera concreta de entender esta fe. Una manera muy diferente, por cierto, de la del papa Francisco. Es más bien la fe de Donald Trump. O, mejor, la de Steve Bannon, el ultracatólico que llevó a Trump a la Casa Blanca. Ahora Bannon quiere crear un frente populista y ultraderechista en Europa y se ha aliado con el ala conservadora de la Iglesia para crear una academia que defienda la base judeocristiana de Europa. El encargado de llevarlo a la práctica es Harnwell, un inglés favorable al Brexit, que trabaja en el anonimato de Trisulti, donde estará la academia, preparando un plan de estudios codo a codo con el cardenal estadounidense Raymond Leo Burke, líder del sector ultraconservador contrario a Francisco, a quien el Papa desterró a la isla de Guam. Pero el enemigo del Papa tiene un pie más cerca del Vaticano que los 12.000 kilómetros que separan la isla de la ciudad-estado, gracias a que Mateo Salvini, el vicepresidente italiano y líder de la Liga Norte, ha cedido el monasterio situado a 800 metros sobre el nivel del mar al trío Bannon-Harnwell-Burke, gracias a que es monumento nacional.

El siglo XX ya vivió una batalla similar a la actual, con la pugna entre fascismo y comunismo que terminó ganando contra pronóstico el liberalismo

El think tank o universidad del neofascismo que Bannon impulsa a nivel teórico es uno de los brazos de su proyecto. El brazo político tiene el nombre de The Movement, bajo el paraguas del cual pretende aglutinar a toda la extrema derecha europea. Una especie de internacional ultra que aglutine desde Le Pen a Orbán, para oponerse a la Open Society, la fundación de George Soros, a la que el multimillonario ha destinado 32.000 millones de euros. Oficialmente, la fundación se dedica a ayudar a personas y organizaciones de todo el mundo que luchan por las libertades civiles y políticas, inspirado por el filósofo Karl Popper. Para sus enemigos, no es más que una internacional del liberalismo. Entre ellos Victor Orbán, el primer ministro de Hungría, el país donde nació Soros con el nombre de Gyorgy Schwartz.

Pero si tenemos la internacional neofascista y una especie de internacional liberal, es obvio que falta la internacional neocomunista. Y existe. Es la que impulsa Yanis Varoufakis con el movimiento paneuropeo DiEM25 ―Movimiento Democracia Europa 2025―. Quiere ser, oficialmente, una internacional "progresista". Presentada en Berlín hace dos años, quiere ser una enmienda por la izquierda a la Europa que como ministro de Economía griego ya combatió Varoufakis. Un movimiento que cuenta con la simpatía de Bernie Sanders y que ―paradójicamente o no― también es antiestablishment como la internacional de Bannon.

El siglo XX ya vivió una batalla similar a la actual, con la pugna entre fascismo y comunismo que terminó ganando contra pronóstico el liberalismo. España fue un laboratorio avanzado. Y en un momento de crisis europea como el actual, con pulsiones que nos recuerdan peligrosamente a los años treinta, cada uno juzgará las internacionales de Bannon, Soros y Varoufakis como quiera. Pero lo que está claro es que en un momento de metamorfosis, la partida también se juega en Catalunya y en España. El sociólogo extremeño Rafael Bardají, intelectual del aznarismo, está ahora en la ejecutiva de Vox y Bannon y Harnwell tienen a los de Santiago Abascal en su órbita. Por su parte, el Open Society ya hace cinco años que tiene su sede europea en Barcelona, dirigida por Jordi Vaquer, que ya ha alertado de que no somos tan diferentes a los italianos y que son las elecciones europeas las que abren la puerta a partidos que luego terminan siendo decisivos en la política doméstica. En marzo se inauguró el Espacio Sociedad Abierta a disposición del activismo, la educación, el debate democrático y la creación artística para los Derechos Humanos y las libertades civiles, en un contexto especialmente delicado en Catalunya. Y en cuanto a Varoufakis, podría cerrar un pacto para las europeas con Actúa, la plataforma de Baltasar Garzón y Gaspar Llamazares, crítico con Podemos y con Izquierda Unida, que él dirige en Asturias. No deja de ser significativo.