En la concesión de los indultos estaba la perversión de hacernos creer, de hacerles creer, que el nuevo periodo se abría echando raíces en la confianza mutua y en la buena voluntad, como si los únicos pactos "fecundos" con España no se hubieran hecho siempre —los convergentes lo saben mejor que nadie— desde la desconfianza mutua y, si hacía falta, la mala voluntad. Desde esta ficción, ERC ha querido empujar para curar los traumas de sus líderes a golpe de indultos y reformas de ley, escondiéndolo tras "blindajes" simbólicos de la lengua y revoluciones feministas. Es esta, en el fondo, la maniobra que más trabajo les da: hacer pasar las tocaduras personales por un proyecto colectivo. Hacerlo ampliando la esperanza de que les despertaron los indultos y confiando en que, en cualquier otro momento, a base de autoridad moral y de Gabriel Rufián explicando que negociando se deja la piel, les acabe cayendo otra concesión en las manos.

El proyecto de ERC falla porque el estado español no falla nunca, y, intentando rehabilitarlo, solo lo consolidan.

ERC saca pecho de su trabajo en Madrid, porque no hacerlo y admitir que en Madrid no tienen prácticamente nada que hacer —ni ellos ni nadie— los volvería al lugar de donde quieren salir con la estrategia pactista. Rufián o Vilalta reivindican los indultos o la derogación del delito de sedición porque no tienen alternativa, y les parece que decir "ha sido gracias a la negociación y el voto de ERC" transforma en algo favorable un pacto del cual desconocemos la contrapartida y una reforma que no permitirá a Junqueras presentarse a las elecciones del 2025. Cada vez que ERC se ofrece para reformar España a cambio de no hacer la independencia, España responde con un choque de realidad que les fuerza a envolver todavía más el discurso para justificarse: "Nosotros no podemos cambiar el poder judicial español. No podemos cambiar a Marchena. Solo aspiramos a ponerle las cosas un poco más difíciles". Mientras ERC juega a la carrera de obstáculos con quien ha decidido el recorrido, la Fiscalía pide siete años de prisión a Josep Maria Jové y seis años de prisión a Lluís Salvadó. El proyecto de ERC falla porque el estado español no falla nunca, y, intentando rehabilitarlo, solo lo consolidan.

La dinámica uniformizadora de la nación dominante no cesa ni se ejerce nunca desde un único lugar, y por eso, desde este único lugar, tampoco se pueden sacar beneficios sólidos para Catalunya.

El estado español no renunciará nunca a utilizar la ley arbitrariamente contra los catalanes. No depende de Pedro Sánchez, ni siquiera de la política. Porque el estado español es mucho más de lo que hay en la Moncloa, en el Congreso de los Diputados y en el Senado, mucho más que los nombres con quien dejan sentarse a Rufián a hablar de cuotas del catalán en Netflix o de reformas legales simbólicas. La dinámica uniformizadora de la nación dominante no cesa ni se ejerce nunca desde un único lugar, y por eso, desde este único lugar, tampoco se pueden sacar beneficios sólidos para Catalunya a largo plazo. Las concesiones aparentes que España haga a los catalanes desde la política siempre tendrá potestad para tomarlas, disimuladamente o no, desde el poder judicial. O desde la dominación lingüística. O desde el ejército. Utilizan la política como un espejismo para hacernos creer que su Estado es un lugar donde podemos acomodarnos, y mientras nos creemos que con unos escaños y la fama de gente trabajadora estamos en condiciones favorables para negociar, ellos hacen de día y deshacen de noche.