Susana Díaz, quien volverá a ganar las elecciones al Parlamento andaluz, aludió hace una semana al "numerito" del 1 de octubre. Fue durante el debate de candidatos emitido por Canal Sur ―hoy será la segunda vuelta en TVE― y en respuesta a su rival del PP Juanma Moreno, que no tiene ninguna opción de gobernar ni siquiera articulando un frente de derechas con Cs y los ultras de Vox, según las encuestas. Moreno, previsible, reprochaba a la candidata del PSOE que Pedro Sánchez negocie los presupuestos del Estado con los independentistas catalanes en prisión. Díaz le respondió que si Mariano Rajoy no hubiera llegado tarde con el 155, se habría evitado el "numerito" del 1-O. He ahí la diferencia entre aquellos socios del 155.

Una vez más, Catalunya se convierte en un eje de la campaña andaluza y yo si fuera andaluz me preguntaría por qué. ¿Por qué Catalunya es un "problema" para Andalucía y Asturias o Murcia, no? La pregunta es tan incómoda como la respuesta, pero la sabe todo el mundo. Al final, a Andalucía, a los andaluces, por más patriotas españoles que sean, les daría igual que se independizaran los antiguos reinos de Asturias o Murcia. En cambio, si Catalunya se convirtiera en un Estado independiente, la autonomía andaluza, el sistema político usufructuado por el PSOE de Susana Díaz desde hace 36 años, es decir, tantos como Franco estuvo en el poder, posiblemente tendría que bajar la persiana por quiebra. Las misas de la autonomía andaluza ―y unas cuantas más― las pagan en muy buena parte con sus impuestos los obreros del metal del Baix Llobregat y los campesinos de Lleida, colectivos entre los cuales hay muchos andaluces de origen, vía aportaciones a la "caja común" española que tanto preocupa a los políticos andaluces. No en balde, la posición andaluza ha sido siempre el "tope" que ha marcado el techo catalán en todas las negociaciones de la financiación autonómica. No en balde el Estatuto de Autonomía de Andalucía contiene competencias calcadas del catalán que el Tribunal Constitucional, en cambio, ha dejado incólumes.

El eslogan electoral es imbatible y por eso hace 36 años que es el mismo: "Andalucía primero" (los "supremacistas", parafraseando a Sartre, son los otros)

Andalucía ha sido siempre el auténtico "problema" español. Un problema social, económico, y un objeto de depredación cultural. Lo era a principios del siglo XX y en vísperas de la Guerra Civil, cuando en el campo andaluz, donde han pervivido hasta hace cuatro días las estructuras del feudalismo, soplaban vientos de revolución social. Y lo siguió siendo en la durísima posguerra franquista. Que centenares de miles de andaluces fueran literalmente expulsados de su casa por el franquismo con destino a Catalunya o Alemania es la prueba. Que 50 o 60 años después de la gran explosión migratoria los políticos de Andalucía miren más a Catalunya que a sus propias potencialidades, sigue evidenciando dónde están las raíces del auténtico "problema" español. El problema "andaluz" de España lo detectó perfectamente el PSOE a los inicios de la transición, al impulsar una autonomía de imitación, equivalente en la práctica a la de las llamadas nacionalidades históricas, Catalunya, Euskadi, Galicia, que después se extendería al resto del mapa en forma de "café para todos".

El eslogan electoral es imbatible y por eso hace 36 años que es el mismo: "Andalucía primero" (los "supremacistas", parafraseando a Sartre, son los otros). Susana Díaz, la presidenta de la Junta, es profundamente nacionalista, como todos sus antecesores, y por eso el PSOE siempre gana y/o gobierna en Andalucía (el PP fue primero en el 2012 pero se quedó en la oposición, antes de Arrimadas hubo un Arenas). Mientras Catalunya no sea independiente, España no resolverá el problema andaluz. Y por eso, tampoco.