Salvador Illa, eso no se le puede negar, es un profesional trabajoso de la política. El martes tocaba ir a Bruselas y obsequiar a Carles Puigdemont con una bolsa de sugus, esa golosina inventada por Suchard y que tan felices nos hizo de niños. El sugus se encuentra a medio camino entre el caramelo y el chicle, y tiene la particularidad de que se te funde en la boca sin apenas darte cuenta. Puigdemont debía de ser, como tantos de su y de mi generación, un amante de los sugus —mis preferidos eran los de naranja y los de limón—, porque se mostró encantadísimo de recibir la visita de su sucesor en la Generalitat.
Se ha escrito hasta el hartazgo que el viaje de Illa supone un paso más en la "normalización" del clima político en Catalunya una vez extinguido el procés y que —a falta de un encuentro con Pedro Sánchez— la fotografía del 133.º president de la Generalitat con el 130.º actúa como una "amnistía política" para el líder de Junts. Ambas consideraciones resultan más que discutibles. Justamente, el hecho de que Illa haya tardado tanto en cambiar de opinión e ir a ver al expresident de la Generalitat que le faltaba por ver ya es un síntoma de poca normalidad. Que el encuentro tenga que celebrarse en Bruselas es una segunda, y llamativa, prueba de lo que en realidad está sucediendo. Salvador Illa y su jefe y amigo, Pedro Sánchez, tuvieron este verano en Lanzarote —pasaron unos días juntos— la ocurrencia de hacer algo con Puigdemont. El líder de Junts, y todas sus correas de transmisión, habían insistido en que estaba muy enfadado, mucho. Para estar todavía asqueado en Waterloo sin poder regresar y por los pocos réditos tangibles que ha dado haber investido a Sánchez.
Como decíamos, Illa es un profesional e hizo lo que le conviene a Sánchez y, en parte, también a él mismo. Por qué Puigdemont estaba tan satisfecho el martes cuesta más de descifrar. Aunque desde Junts dejaron claro que la visita de Illa llegaba tarde, lo cierto es que habían reclamado insistentemente esta y también —y sobre todo— el encuentro con Pedro Sánchez, todavía pendiente. No acabo de entender estas ansias. Quiero decir, ¿qué importa si hay foto o no hay foto con Illa o con Sánchez? No creo, no quiero creer, que el muy independentista Puigdemont sea tan ingenuo como para tragarse la retórica de una fantasmagórica "amnistía política". Si eso es así, solo existe una explicación: en opinión del 130.º president de la Generalitat y su entorno, que Illa y Sánchez se entrevisten con él es una demostración de fuerza, una exhibición de poder. Se trataría, al fin y al cabo, de pavonear, de hacerse notar. Quizás es, al mismo tiempo, un modo de atenuar las limitaciones de esa proclamada voluntad de "cobrar por adelantado" que presidió la negociación para la investidura del máximo dirigente del PSOE.
Illa es un profesional e hizo lo que le conviene a Sánchez y, en parte, también a él mismo. Por qué Puigdemont estaba tan satisfecho el martes cuesta más de descifrar
Si los motivos de Puigdemont no están muy claros y están sujetos a interpretaciones, los objetivos de Sánchez y de su emisario Illa, en cambio, son claros como el agua. El presidente del Gobierno necesita sobrevivir políticamente. Quiere resistir a capa y espada, y conseguir que lo que le queda de mandato —él insiste en llegar a 2027— sea lo menos tortuoso y torturado posible. Que no sea un tiempo solo de bloqueo y fracasos uno tras otro. Que no sea solamente agonía. Por capricho de la aritmética parlamentaria, resulta que los votos de Junts en el Congreso son determinantes. Cuanto más colabore Junts, menos amargo y penoso será el trayecto. Cuanto más enfadado estén los de Junts, peor irá todo.
Por parte de Salvador Illa, existe, claro está y como ya se ha consignado, un evidente interés por ayudar todo lo que pueda a Pedro Sánchez. Illa está al servicio de su amigo y del PSOE para lo que haga falta. Dejando esto de lado, a Illa también le iría bien un relativo ablandamiento de Puigdemont, cuyos representantes en el Parlament han sido hasta la fecha totalmente refractarios a las invitaciones del socialista —el caso del Pacte Nacional per la Llengua solo es un ejemplo iluminador— o directamente las ha menospreciado. Además, buena parte de los compromisos —con ERC y los comunes— para convertir a Illa en president dependen de Pedro Sánchez y su continuidad en el poder. Si con su viajecito a Bruselas Salvador Illa consigue que Puigdemont sea amable con Sánchez y con él mismo, mano de santo. Como se supone que dijo Enrique IV, París bien vale una misa ("Paris vaut bien une messe"). Y una bolsa de sugus, desde luego.