Oh sí, Mercè, l’amor no és sofriment en ell mateix, però pràcticament allò que estimem ens fa sofrir molt més que no ens fa somriure. Que aquest sofriment és la cosa millor del món? D'acord! (...) El que passa és que tenim por, una por absurda del sofriment i del dolor. I tanmateix, què hi ha que ens faci més grans i més bons que el sofriment? T'has fixat com són d’insuportables la majoria de les persones que no han sofert mai?”. Es un fragmento de una carta que Màrius Torres escribió a Mercè Figueras. Torres es crudo y severo como el clima de su Lleida natal en la descripción de lo que toca, como si su enfermedad lo dejara todo desnudo ante sus ojos. Añade: “Res no treballa tan profundament el nostre esperit com les contrarietats, res no ens ensenya tant com el dolor a ésser humans, a comprendre — perdonar— les faltes dels altres, res no ens acosta més als àngels”. El dolor, pues, para él es un vehículo encargado de llevarlo a la clarividencia, a la bondad y al amor, es decir, a Dios. El sufrimiento tiene una utilidad en sí mismo más allá de la conciencia de quien lo prueba porque, lo quiera o no, las adversidades forjan el alma ignorando la voluntad.

Sobre amar no se aprende nunca del todo y la utilidad del dolor, lo que le da sentido, no siempre depende de quien lo sufre

Si us haig de ser franc, no me’n crec res. No és estimar que fa sofrir, sinó sofrir que fa estimar. Si estimant sofrim és que encara no en sabem; estimar costa molt d’aprendre. Però si sofrint no estimem, perdem el temps de la manera més lamentable”. Joan Sales responde así a las divagaciones sobre el amor de Màrius Torres, todavía sin conocerlo, en otra carta a la misma Mercè Figueras. Sales plantea el amor en términos de aprendizaje, como si el fin del sufrir fuera el aleccionamiento sentimental que ofrece el tiempo y, sorprendentemente, como si sobre amar se pudiera saber del todo en algún momento. No hay una involuntariedad y una inconsciencia en la forma cómo el dolor acerca al amor, sino al contrario. Hay un sufrimiento consciente y hay un ofrecimiento de este dolor —que parece que pueda ser escogido— que solo tiene sentido cuando amamos.

Amar no se aprende nunca del todo y la utilidad del dolor, lo que le da sentido, no siempre depende de quien lo sufre. Es por eso que cuesta dibujar la línea entre lo que es entrega y esfuerzo por un fin más elevado y lo que es masoquismo, que a menudo es la caricatura que se hace de los creyentes: ponemos incondicionalmente la otra mejilla y nos dejamos golpear para estar muy cerca de los ángeles. San Ignasio de Loyola es conocido por su célebre "en todo servir y amar" y quizás es este mismo servicio lo que hace de rótula entre la definición de sufrimiento y de amor que Torres y Sales se disputan. Para Torres, el servicio y el amor de San Ignacio son sinónimos y van ligados porque el amor lleva al servicio y el servicio se hace por amor, sin condiciones. Sales condiciona el sufrimiento porque no es cualquier dolor ni cualquier servicio lo que tiene utilidad: solo tienen si se experimentan por amor.

Sufrir sin amar puede ser una pérdida de tiempo, como dice Sales y, al mismo tiempo, sufriendo nos podemos acercar a los ángeles, como dice Torres

Sales etiqueta como bueno el sufrimiento que nace del amor y descarta el sufrimiento que no lo hace, pues. Un buen caso de este sufrimiento inútil es la envidia. A diferencia de los otros pecados capitales, no hay ningún placer en ser un envidioso y, de hecho, serlo lleva irremediablemente a sufrir. El sufrimiento de la envidia no puede forjar el alma involuntariamente como querría Torres porque aquí la única manera de forjarse es entrar en combate conscientemente con las propias debilidades. La envidia es un dolor que nos infligimos a nosotros mismos. Torres, sin embargo, se explica en términos de comprensión y perdón a las faltas de los otros, como si el sufrimiento siempre tuviera una causa externa y no pudiera ser una experiencia que nace y muere dentro de nuestra propia cabeza, una responsabilidad nuestra.

La trampa del debate es que, en el fondo, Sales y Torres no son excluyentes del todo. Sufrir sin amar puede ser una pérdida de tiempo, como dice Sales y, al mismo tiempo, sufriendo nos podemos acercar a los ángeles, como dice Torres. No todo el sufrimiento nos forja el alma involuntariamente porque no cualquier sufrimiento es una muestra de amor al otro: hacer el mal también hace sufrir. Pero si entre el amor y el dolor ponemos la voluntad, si del sufrimiento nace la conciencia de por qué se sufre y se hace el esfuerzo de luchar para que el dolor sirva de verdad para "trabajar el espíritu", como dice Torres, no hay sufrimiento inútil, ni lo que experimentamos para no ser lo suficiente buenos y no obrar siempre por amor.