Siempre, al día siguiente de la Diada, los diarios de Madrid y algunos de Barcelona insisten en que cada vez hay menos gente que apoya las reivindicaciones catalanas, como queriendo decir “ya se acaba, ya se acaba”, con las ganas que tienen de que así sea. Pero no, nunca se acaba. Quieren fomentar el pesimismo, pero no lo consiguen. Poca o mucha, siempre hay gente dispuesta a recordar la voluntad de ser de los catalanes: de los que se manifiestan y de buena parte de los que se van de puente.

Irse de puente, para quien se lo puede permitir, es una actividad muy saludable, que no equivale a renunciar a nada ni a tirar la toalla, como insinuaba en La Vanguardia un agradecido consejero de Movistar+ 😉. Según el Centre d’Estudis d’Opinió (CEO), más de la mitad, o muchos más de la mitad, de los simpatizantes de todos los partidos —excepto Vox— se declaran catalanistas. Y ser catalanista no equivale a ser independentista, pero difícilmente se declarará catalanista quien no quiera la pervivencia de la lengua catalana o un nivel de autogobierno más capaz de resolver asuntos importantes, que es, al fin y al cabo, lo que más reivindicaron tanto Xavier Antich, de Òmnium, como Lluís Llach, de la Assemblea Nacional Catalana, en sus respectivos parlamentos de la Diada.

Es obvio que desde el proceso soberanista, la represión y la persecución de los poderes españoles y la incompetencia de algunos dirigentes catalanes autóctonos han decepcionado a mucha gente de la política. De la política, pero no de la nación ni de su voluntad de ser

Es obvio que desde el proceso soberanista, la represión y la persecución de los poderes españoles y la incompetencia de algunos dirigentes autóctonos han decepcionado a mucha gente de la política. De la política, pero no de la nación. No se sienten menos catalanes que antes. Seguramente están ahora más convencidos de reafirmarse, ante la hostilidad creciente de los poderes españoles contra todo lo que tenga que ver con la lengua o con las reivindicaciones de los catalanes. Por eso la ANC tuvo el acierto de convocar con el eslogan “Más motivos que nunca”.

Sin embargo, la hostilidad española y la decepción política han sido factores resilientes que se perciben en un aumento de las iniciativas como las que antes se conocían como de “hacer país”. Tras la muerte de Franco, Jordi Pujol, que había hecho campaña por el “fem país”, dijo: “ahora debemos hacer política”. Puede que ahora la gente se desentienda de la política, pero ¡vaya si se compromete a hacer país! Hay una evidente movilización civil para extender el uso del catalán, y por todo el territorio han revivido como nunca las manifestaciones folclóricas e identitarias. El teatro catalán o en catalán —tampoco renunciaremos a Shakespeare— marca récords. De repente, reencontramos danzas y fiestas de todos los Països Catalans que convocan multitudes, no solo la Patum de Berga o las diadas castelleras del Penedès, desde las sardanas ampurdanesas a las jotas de las Terres de l’Ebre. Si observamos los programas de las fiestas mayores del Principat, comprobaremos una vitalidad cultural autóctona creciente: gigantes y cabezudos, una significativa Federación de Diables i Dimonis de Catalunya, teatro profesional y amateur, pop y rock. Nunca grupos catalanes como Figa Flawas, Buhos, Catarres o Tyets se habían disputado la canción del verano...

La política no va bien porque Catalunya depende de una España que hace aguas por todas partes, pero a pesar de la política, el país sigue adelante. Sigue a lo suyo. La vitalidad cultural, científica y tecnológica del país es la semilla auténticamente subversiva que mantiene la llama que nunca se apaga y que políticamente revivirá cuando llegue el momento

A quienes todo esto les molesta dirán que es una reacción provinciana, pero resulta que, en paralelo, la vocación global, innovadora y ambiciosa de los catalanes sigue manifestándose especialmente en proyectos de futuro. Los ejemplos son innumerables. Catalunya, con solo un 0,1 % de la población mundial, produce aproximadamente un 1 % de las publicaciones científicas mundiales. El Institut d’Estudis Espacials de Catalunya participa en varios grupos de trabajo del SKA Observatory, uno de los proyectos de ingeniería astronómica más grandes del siglo XXI. La empresa Open Cosmos ha construido en solo nueve meses un satélite con tecnología íntegramente catalana. Investigadores catalanes han desarrollado una herramienta de inteligencia artificial significativamente llamada CANYA que ayudará a combatir el Alzheimer y otras enfermedades. El Barcelona Supercomputing Center (BSC) ha obtenido unos 200 millones de euros para crear una “fábrica de inteligencia artificial” y otros 240 millones para diseñar un chip como parte del proyecto DARE. El Institut de Ciències Fotòniques (ICFO) también ha recibido una inversión de 380 millones para liderar el desarrollo de un chip fotónico. IRTA, CREAF... son siglas de centros de investigación punteros en el mundo...

La política no va bien porque Catalunya depende de una España que hace aguas por todas partes, pero a pesar de la política, el país sigue adelante. Sigue a lo suyo. La vitalidad cultural, científica y emprendedora del país es la semilla auténticamente subversiva que mantiene la llama y, como dijo Cambó, “pasarán los políticos aquí presentes, caerán regímenes, vendrán otros, pero el hecho vivo de Catalunya permanecerá”. En términos semejantes lo recordó el jueves Xavier Antich en su parlamento: “Catalunya es un milagro en la Europa contemporánea, un ejemplo histórico de supervivencia, un pueblo tozudo y perseverante. Y por eso todavía estamos aquí”. Cada cual que piense como quiera, pero que los catalanes son tozudos es una evidencia empírica.