Las vejatorias palabras homofóbicas de la policía española refiriéndose a Oriol Junqueras, vicepresident de la Generalitat, al ser conducido a uno de los ergástulos de Madrid, capital de prisiones, por un golpe de estado constitucional por PPSOECs, son el resultado de un odio alimentado desde el poder del Estado.

España, como Estado, no quiere Catalunya en nada, su hostilidad la va conduciendo al odio. No acepta su cultura, su identidad, su lengua, su pluralismo, su visión del mundo, su firme europeísmo, su historia milenaria. Sólo hay que recordar las más variadas declaraciones de muchos de los que han tenido poder en la España contemporánea. De Sagasta a Dato, Primo de Rivera, Prieto, Negrín, Franco, Aznar, González, Guerra, Rajoy o el actual poder judicial y clase política. De izquierda o derecha. Todos hostiles al derecho propio del pueblo catalán.

Es un rechazo emocional que se impone sobre los otros, no es de origen cultural, ni filosófico, ni político. Es económico. El nacionalismo español de derecha o izquierda piensa igual cuando este es el objetivo. No quiere de ninguna de las maneras renunciar a la aportación de recursos, de riqueza de Catalunya hacia España, la última cifra reconocida por economistas independientes es de 16.000 millones de euros. Sin contar con los déficits seculares, que van de las infraestructuras más variadas a hacer radicar en Madrid los puntos más primordiales y definitivos del Estado. Un Estado centralista y centralizador.

En España el poder financiero, la oligarquía política, los sectores judiciales, administrativos y burocráticos del Estado, la alta clerecía, el mundo cultural y universitario beben de un nacionalismo español agresivo hacia el resto. Es la afirmación Castilla conformó España, que decía Ortega y Gasset. Por eso en su españolismo pueden encontrarse juntos el núcleo mayoritario del progresismo, la izquierda, la derecha, la extrema derecha y sus aliados ideológicos necesarios. El racismo, la homofobia y el machismo.

En estos valores educan y forman, por eso es sobradamente mayoritario. Sin una reflexión desde la igualdad y el respeto hacia los otros el nacionalismo español seguirá siendo excluyente. Autoritario.

Los mismos insultos, calumnias, barbaridades, declaraciones homofóbicas, amenazas y mentiras sobre Catalunya actual ya empezaron a escribirse a principios de siglo XX. Sólo cambia el calendario, el fondo es idéntico

Catalunya a lo largo del siglo XIX, desde un relativo triunfo económico del liberalismo, que no político, intentó modernizar España para que se situara a un nivel con el resto de los países europeos. Nunca lo pudo conseguir. La respuesta del poder omnímodo de los sectores detentores del Estado lo imposibilitaron. Los grandes terratenientes, los bancos, el ejército y la Iglesia se confabularon para mantener el statu quo, el dominio económico, ideológico, político y cultural. Una sociedad que defendía a sangre y fuego sus privilegios por encima de la opción de una sociedad más moderna, justa y equilibrada.

El Estado español y la monarquía caduca y corrupta, al perder las últimas colonias, vieron las orejas del lobo. A las demandas democráticas autonómicas de una Catalunya que optaba decididamente por la vía industrialista y europea respondieron con el ejército, dejaron en letras de molde en la prensa militar y civil que "Cataluña nunca sería una segunda Cuba".

Se acabaron entonces los literatos y escritores españoles colegas de los catalanes o la admiración a la laboriosidad catalana, empezaron a cultivar una notoria desconfianza. Desconfianza hacia todo lo catalán, es decir, el proteccionismo, la industria, el movimiento obrero, una capital europea, la lengua y la cultura. El tener partidos propios que denunciaban los pucherazos electorales de conservadores y liberales o por publicar la complicidad manifiesta del PSOE al permitir que saliera escogido algún dirigente obrero que sólo legitimaba el sistema corrupto sin ir de raíz a abatirlo. Eran la guinda dulce de un pastel envenenado.

Los mismos insultos, calumnias, barbaridades, declaraciones homofóbicas, amenazas y mentiras sobre Catalunya actual ya empezaron a escribirse a principios de siglo XX. Sólo cambia el calendario, el fondo es idéntico. Las rudas argumentaciones idénticas. Triste, muy triste, por si tienen dudas en esta afirmación consulten la hemeroteca de los diarios en línea de aquella época.

En 1906 a causa un ataque vandálico de la guarnición del ejército en Barcelona contra la revista satírica Cu-Cut y el diario La Veu de Catalunya se aprobaba la Ley de Jurisdicciones, donde se iniciaba un camino de dramáticas consecuencias, un paso que, años a venir, sería la semilla de sangre y de miles de muertos en tiempo de la Guerra Civil. Se tiene que saber que nunca se ha recuperado el nivel de libertad de prensa y opinión que se disfrutó en los años 1905-1906.

La Ley de Jurisdicciones fue una grave y errónea decisión, puso en manos de un ejército agresivo y arcaico, resentido por el desastre del fracaso colonial, poder ser juez y parte en el devenir de España.

Es lo que permite explicar el peso determinante del ejército y la Guardia Civil. Todo era para mantener los privilegios, para preservar el control de la estructura del poder del Estado que estaba a su servicio. Aquí los catalanes siempre molestaban, fuera la Lliga, la CNT, ERC o los partidos obreristas a partir de los años treinta. Eran un ente plural y diverso que quería modernizar a partir de una sociedad rebelde una España oficial mortecina.

De aquí el franquismo victorioso, el nacionalismo de extrema derecha triunfante en la guerra más cruel teniendo como aliados fascismo y nazismo.

La transición democrática suavizó recelos, no los hizo desaparecer. Cuando otra vez el país luchaba por rehacer su identidad aparecía el nacionalismo español, sin vergüenza

La dictadura de Franco es el triunfo de la brutalidad y la mediocridad, todo lo sano de la sociedad fue aniquilado, la más derrotada fue Catalunya, ya que era el alma y baluarte de una República. Catalunya se quedó sin nada. Ni instituciones, ni dirigentes, divididos interiormente y con la pérdida irreversible de todos los que habían apostado por una sociedad mejor. La lengua y la cultura perseguida en un descarado intento de genocidio cultural.

El odio a Catalunya no se escondía. Los ejemplos son infinitos. La transición democrática suavizó recelos, no los hizo desaparecer. Cuando otra vez el país luchaba por rehacer su identidad aparecía el nacionalismo español, sin vergüenza.

Primero fue el PSOE con la LOAPA y los GAL, después llegaría el PP de Aznar con la FAES y el ideario español más exaltado. A todo eso, Catalunya haciendo años de equilibrios políticos y económicos con Pujol y de trapecista enfadada en el breve periodo Maragall.

Montilla les permitió sacar la máscara. Ya no hacía falta sufrir, tenían un president plano, inexistente, tenían, además, el uso favorable de la Constitución española redactada para defender sus intereses. Sólo los suyos.

El españolismo entonces se manifestó desvergonzado y se afanó por frenar el catalanismo nacionalista, convertido en independentismo. El detonante fue un Rajoy que se envolvía en la rojigualda y renegaba de un Estatut votado por los catalanes en referéndum, además, para más estupidez, aprobado por las Cortes españolas. El Tribunal Constitucional no arbitró, hizo de Inquisición.

El nacionalismo español plantaba cara al independentismo y el PSOE se sumaba. Es entonces que se atizan los exabruptos, los insultos, las calumnias, las mentiras. Todo valía. Los catalanes, sin embargo, plantaban cara y entonces el españolismo empezaba a perder la cabeza. Inhabilitaciones y multas. Amenazas y campaña por el tierra, mar y aire para crear hostilidad y... odio. Desde el Estado.

Es de escándalo la tenue condena de una violencia creciente del españolismo, una violencia que, a pesar de todo, no hace caer en la provocación al catalanismo independentista

El día clave, sin retorno, es el 1-O cuando la Guardia Civil y la Policía española agreden y pegan a unos votantes confiados con la fuerza de la voluntad democrática de ejercer su voluntad. Cae el castillo de naipes de la democracia española. El Estado miente, los agredidos los transforma en agresores, las víctimas en culpables. A los dirigentes del independentismo se les tilda de locos, de irresponsables, poniendo la maquinaria mediática a su servicio con afán destructivo total.

De hace tiempo habían colocado a las personas adecuadas en los medios judiciales que se ajustaran a sus objetivos. El resultado es sabido, prisión y persecución. Indefensión y anulación de facto de la Generalitat, el españolismo por las calles convive con la extrema derecha y el franquismo nostálgico, incluso con emblemas nazis. Todo se vale otra vez, ya tienen enemigo a vencer.

Es de escándalo la tenue condena de una violencia creciente del españolismo, una violencia que, a pesar de todo, no hace caer en la provocación el catalanismo independentista. No se sienten cómodos ante la opinión pública internacional al haber detenido medio Govern y seguir siendo faro de libertad los líderes de Òmnium y ANC encerrados.

La resonancia internacional del exilio en Bélgica de medio Govern, con el president Puigdemont al frente les enfurece. Desde el poder autoritario imponen con sordina el rechazo a la catalanidad igualitaria con determinación agresiva, intentando disimular la rabia interna que los domina. Aquí, sin embargo, no pueden engañar a nadie el PPSOECs, una y otra vez se les escapa un profundo resentimiento, es semilla otra vez para el odio.