Más de un millón de vacunados en Catalunya. Y serían muchos más de no ser porque las vacunas llegan a rachas y con cuentagotas. La cifra de vacunados empieza a ser notable. Si añadimos la cifra de personas temporalmente inmunizadas después de haber superado la Covid estamos ante un escenario que permite empezar a ver la luz al final del túnel. Hay motivos para ser optimista, aunque se seguirá muriendo y el escenario resultante amenaza con una crisis económica y social que volverá a ensañarse con los más desvalidos.

Hace ya trece meses del confinamiento total que se decretó a partir del 16 de marzo de 2020. Primero, sólo tenía que ser para dos semanas. Pero enseguida se vio que iba para largo. La epidemia irrumpió de repente. Casi nadie hacía demasiado caso de las noticias que llegaban de China. Ni siquiera de Italia. Tampoco ayudaron a las previsiones de la OMS, ni las reiteradas intervenciones a los medios de algunos de los epidemiólogos, a que pasaban por ser eminencias, restando importancia al virus. No era ni una gripe nos decían.

La tormenta que sacudió la Conca d'Òdena nos hizo vivir junto a casa aquellas escenas de China o la Lombardía que nos parecían distantes e inviables en Catalunya. Y de repente llegó el confinamiento. Total. En Catalunya. En España. En Europa. Con el confinamiento perimetral de la Conca d'Òdena se vivió la primera de aquellas polémicas tan catalanas, tanto de mirarse el ombligo. La consellera de Salut, Alba Vergés, no pudo evitar unas lágrimas cuando anunció el confinamiento de su ciudad, de su familia que  apenas hacía unos meses se había felizmente incrementado. A Alba Vergés le dijeron de todo, aquellas lágrimas certificaron, según los censores, su incapacidad para ejercer liderazgo alguno y la demostración de su incapacidad. Desde entonces, las críticas se sucedieron con más o menos intensidad. Curiosamente, nadie osó cuestionar a la canciller alemana Merkel cuando se emocionó en la sede parlamentaria delante del alud de muertes. A todo el mundo le pareció muy humano. Debe ser que el alemán puede llorar y es una evidencia de su consistencia y humanidad. Si es el catalán el que llora, es un pelagatos.

Las decisiones no han estado nunca exentas de polémica. En un sentido o en otro. Nunca llovía a gusto de todo el mundo. La restauración ha sido una de las damnificadas, una de las que ha pagado los platos rotos. Algunas de las críticas que se oyeron, sin embargo, fueron absolutamente desproporcionadas y en algunas ocasiones con un tufo partidista más que notable. La comparación con Madrid era irresistible. Algunos de los epidemiólogos mediáticos no dudaron a poner a Madrid como ejemplo de gestión. Es curioso que eso se hiciera desde el ámbito de la medicina. Sobre todo cuando, después de trece meses, sabemos que Madrid supera en muchos millares las muertes las que ha sufrido Catalunya a pesar de contar con una población menor.

Tampoco faltaron los que exigían que no empezara el curso escolar. Manifiestos médicos incluidos. Suerte tenemos de la mano firme del conseller de Educación, Josep Bargalló. Y no era fácil. Si llega a ir mal lo hubieran señalado con el dedo. Igual que, sin manías, apuntaron a Vergés como la responsable de los muertos provocados por la Covid. Como si Catalunya fuera una excepción. A pesar de unas cifras del Ministerio de Sanidad que, cuanto menos en esta tercera ola, situaban a Catalunya como una de las comunidades con menos muertes. Muy por debajo de la media española. Aun así, los dardos envenenados fueron constantes, continuos. Con la pandemia y los muertos no se renunció a hacer política, a hacer la peor política.

Que los catalanes vacunados ya sean más de un millón tendría que ser motivo de satisfacción, que no de ufanía

Estamos en primavera. Y nadie está para tirar cohetes, ni para celebraciones, ni triunfalismos. Eso sí, una rápida ojeada a las cifras demuestra que, como mínimo, las cosas en Catalunya se han hecho un poco mejor (o no tan mal) que en el resto del estado. Incluso que en buena parte de Europa. Sobre todo si la prioridad era salvar vidas.

Que los catalanes vacunados ya sean más de un millón tendría que ser motivo de satisfacción, que no de ufanía. Sólo hay que recordar a las virulentas críticas cuando el ritmo de vacunación en Catalunya estaba por debajo de la media española. A pesar de que en pocos días se pasó del furgón de cola a la Champions de la vacunación y que si no se vacunaba más era porque el Ministerio de Sanidad no hacía llegar (o no podía) más vacunas. Exaltados en la crítica, esporádicos en los reconocimientos.

Decían que el mundo sería diferente después de la pandemia. Y todo indica que no. La condición humana seguirá siendo exactamente la misma, invariable. O incluso, como han acreditado algunos con su actitud, peor.