Los datos epidemiológicos empiezan a evolucionar positivamente en Catalunya, cuando menos con respecto al número de contagios. Los datos, fríos, permiten avistar un escenario de control de la pandemia y la posibilidad, no menor, de salvar el grueso de la campaña de Navidad. Aun así, ahora la mortalidad va en aumento. Como en todo el Estado. Como ne toda Europa, como en todo el mundo.

Ahora bien, es en comparación con los datos de las otras comunidades autónomas que se observa de hace días, de hace semanas, de hace meses, un dato contundente y manifiestamente positivo en esta segunda ola. Los contagios diagnosticados se han multiplicado pero las muertes han bajado mucho, en particular en Catalunya. Un dato significativo que, extrañamente, está pasando bien desapercibida.

El Ministerio de Sanidad (fuente europea) actualiza los datos, cada día, a partir de un criterio homogéneo. Otra cosa es si este criterio es el más acertado. Datos hospitalarios (Ministerio) ante los registros en los tanatorios (Generalitat), que evidenciarían un número de muertes bastante más elevado y que se atribuye a muertes por Covid-19. En Catalunya se cambió el criterio a partir del confinamiento perimetral de la cuenca de Òdena. El alcalde de Igualada, Marc Castells, puso el grito en el cielo. Y con sus protestas forzó a que la Generalitat modificara el criterio. Y es así que los datos de defunciones que registran los informes diarios del Ministerio de Sanidad (hospitales) tienen poco que ver con los que registra la Generalitat (tanatorios).

La decisión de cambiar de criterio hace que nadie mencione, al menos no los grandes medios, un dato que día tras día ha ido publicando el Ministerio de Sanidad español. Un dato muy constante y contundente que ha posicionado Catalunya como el territorio del Estado que registraba menos muertes. Durante semanas, incluso con datos absolutos. Tanto ha sido así que cuando Andalucía, Madrid o Castilla y León han estado superando claramente los 150 muertos semanales, Catalunya se mantenía por debajo de diez un día y otro. Los últimos días, Catalunya ha dejado de registrar, siempre según el Ministerio de Sanidad, unos datos tan bajos de decesos semanales. Este sábado ya eran más de 60 semanales. Y aun así, en proporción, Catalunya (7,5 millones de habitantes) seguía estando claramente en la franja baja. Castilla y León (2,1 millones de habitantes) registraba 156 en el mismo periodo. El País Valencià (4,9 millones), 59. Asturias (1 millón de habitantes), 90. Aragón (1,3 millones), 123. Por qué motivo en Catalunya se ha estado registrando una cifra de defunciones muy inferior en esta segunda ola pandémica, siempre según el Gobierno, requeriría una explicación, científica.

Existe la posibilidad, quizás (y sólo quizás) que en este país las cosas se estuvieran haciendo mejor de lo que nos pensamos. Ni que sea como hipótesis. E infinitamente mejor que algunas valoraciones catastróficas que a menudo esconden una clara intencionalidad política o una actitud de crítica visceral que no ayuda a serenar los ánimos ante una crisis de esta magnitud y que, tal vez, acaba perjudicando la toma de decisiones. Ya se sabe que las buenas noticias no venden tanto como las dramáticas.

¿Se han tomado medidas impopulares? ¿Algunas podrían responder a un exceso de celo epidemiológico? ¿No se han acompañado de recursos compensatorios? Quizás todo es cierto al mismo tiempo. Es obvio que la restauración o el resto de sectores más afectados por las medidas más drásticas tienen derecho a estar molestos. Y bien fastidiados por pagar los platos rotos. Por mucho que después media Europa haya ido a remolque de las decisiones del Govern de la Generalitat. En particular, cerrar bares y restaurantes. Como es cierto que muy a menudo las medidas anunciadas (1.500 euros) nada más son una propina para muchísimos negocios. Tan cierto como que para un autónomo, la ayuda de 1.500 euros, puede ser la diferencia entre sobrevivir un mes o quedarse sin los mínimos para ir tirando a la espera de una recuperación que nadie acaba de saber a ciencia cierta, ni aquí ni en ningún sitio, cuándo se producirá.

Con los datos del Ministerio de Sanidad, homogéneos por cortos que se queden, no hay duda que durante los últimos meses en Catalunya las muertes por Covid han sido muchas más de las que querríamos pero muchas menos que en ningún sitio. A la espera de si esta tendencia revierte o no, no quiero ni imaginar qué se habría podido llegar a decir si Catalunya, en los informes diarios del Ministerio, hubiera aparecido en lo alto del listado de muertes y no justamente a la cola. Y no sólo en los medios españoles, recordemos los comentarios que se oyeron con el rebrote de verano en Lleida.

Imaginemos por un momento, no cuesta mucho, que la mortalidad para Catalunya que se indica en el registro de datos del Ministerio de Sanidad fuera tan letal que nos llevara a liderar este ranking funesto. Me pregunto -y me temo que no me equivoco- que sería un argumento recurrente, demoledor, que se afilaría un día y otro como un punzón con el que hacer sangrar la herida. Hay una dicha que aconseja no echar sal en la herida. Hurgar en la llaga no parece que tenga que ayudar a curarla.

Seguro que se han producido errores de comunicación. Y de gestión, siempre mejorable por definición. No existe la excelencia cuando se te van muriendo personas con nombre y apellidos. Por menos que sean. De lo que también se deduce que el Gobierno de Catalunya no lo habría hecho tan mal. Cuando menos a partir de lo que conocemos de la realidad que nos rodea. Ni en el ámbito de Salut (Alba Vergés), ni en el ámbito de Educació (Josep Bargalló), asignatura esta que era el gran reto de vuelta de vacaciones, reto en mayúsculas. Hoy tenemos a diario noticias de alumnos confinados, aulas, profesores... pero todas y cada una de las escuelas de este país están abiertas. Y cuando son todas debe de ser que alguna cosa se debe de haber hecho razonablemente bien. La proximidad del calendario electoral tampoco ayuda y facilita la destripada en público como si nuestras desgracias estuvieran aisladas o nos azotara un castigo divino del que nos habría hecho merecedores la estulticia de nuestros gobernantes. Si las elecciones, como en Euskadi y Galicia, se hubieran hecho aprovechando esta ventana de oportunidad que fue el verano, esta variable no existiría. Y probablemente tendríamos un debate más sereno, más eficaz y menos condicionado para el 14 de febrero. Si es que finalmente las elecciones se pueden celebrar en esta fecha. Vete a saber.