El PSOE no quería aprobar los presupuestos con los votos del independentismo. Para convocar las elecciones tampoco fue determinante la mani que convocó en Madrid la derecha extrema y la extrema derecha, un totum revolutum en que a menudo cuesta distinguir quién es quién. Comparten un feroz anticatalanismo y sociológicamente son hijos del franquismo y el falangismo, con matices, pero con insustanciales diferencias en esta carrera enloquecida para ver quién la dice más gorda. Grave error, cegados como están, que ahora podrían pagar caro electoralmente.

Se lo han puesto fácil a Pedro Sánchez, quien, sin hacer casi nada, ha visto cómo le regalaban un espacio central inmenso. El PSOE ha adelantado las elecciones por dos motivos. El primero, el miedo de Sánchez a perder una moción de confianza (una de las posibilidades, más conservadora) no por los votos contrarios del independentismo, sino por la insubordinación que se estaba gestando en una parte de sus diputados (y senadores), alimentada por Felipe González (entre otros), que ejerce de portavoz de varones territoriales y de buena parte de la oligarquía financiera que controla la economía española y se sienta en el palco del Bernabéu. Y, en segundo lugar pero por encima de todo, porque las encuestas le eran favorables, que es siempre el principal motivo, bien razonable, por el que un presidente, en precario o no, adelanta elecciones.

El otro día, Xavier Sardà en El Periódico echaba la culpa a ERC por la convocatoria electoral de Sánchez, obviando estas premisas, amén de otras consideraciones que no son menores. Es discutible si el independentismo debía tener más paciencia para no regalar al PSOE el pretexto que buscaba. Ahora bien, los motivos son esencialmente estos y no otros.

El PSOE no es el PP, ni Ciudadanos. Pero a menudo coincide con ellos, dado que tiene amplios sectores perfectamente intercambiables. Sinceramente, me gustaría preguntar un día a Sardà qué diferencia hay entre PP Borrell y Albert Rivera.

Es más, ¿con quién se ha manifestado Miquel Iceta ("dime cono quién bailas y te diré quién eres") repetidamente por las calles de Barcelona, sino con el conjunto del bloque monárquico y con PP Borrell haciendo de musa del bloque españolista? Es decir, el PP, Cs, Vox, además de grupúsculos que hacían abierta ostentación de su filia franquista o abiertamente fascista, además de una actitud claramente violenta. De hecho, agredieron y apalearon a gente en cada movilización. Silencio del PSOE. Hace unos días, un policía nacional, pistola en mano y al grito de "¡Rojo!", amenazó al ministro Ábalos en un bar de Extremadura. Amigo Xavier, cuando no paras los pies a la extrema derecha, cuando banalizas la violencia contra la ciudadanía, pasa esto. Cría cuervos y te sacarán los ojos.

Este PSOE es muy marxista; de Groucho, claro

Por cierto, Ábalos fue uno de los que denunciaron la violencia policial del 1 de octubre. El 2 de octubre, el PSOE presentó una moción para reprobar a la vicepresidenta Sáenz de Santamaría, por una violencia que había causado "centenares de heridos", según dijo Margarita Robles cuando presentó la moción en nombre del PSOE. La iniciativa fue un espejismo: tan pronto como el rey Felipe (3 de octubre) adoptó el "¡a por ellos!", el PSOE retrocedió. Y hasta la vista. O, aún peor, ahora niega la mayor y avala la tesis de que toda la violencia son fake news y de que a lo sumo hubo algún herido y de casualidad. Este PSOE es muy marxista; de Groucho, claro: "Estos son mis principios. Pero si no le gustan tengo otros, Majestad," entonó Sánchez con rapidez. Dicho y hecho, el PSOE volvió a cerrar filas con todo el frente monárquico, nuevamente al lado de Cs, el PP y la versión más carpetovetónica del nacionalismo español.

Nuevamente, porque no venía de nuevo. El PSOE había bendecido la aplicación del 155, al lado de Ciudadanos y el PP. Mientras el PSOE entregaba la Generalitat al PP aprobando el 155 en el Senado, el independentismo, a la primera oportunidad, echó al PP de la Moncloa. Y lo hizo a pesar de un PSOE profundamente miedoso y cobarde, gratis, con medio Govern de Catalunya, Carme Forcadell y los Jordis en prisión sin juicio de ningún tipo. La carrera que Rivera había impuesto al PP, cada vez más en el extremo, hizo posible lo que antes parecía inviable: ungir a Sánchez como presidente español con los votos de los "venezolanos" y de los "golpistas".

Los antecedentes de Pedro Sánchez —de un par de años atrás— no indicaban tampoco un gran pedigrí de izquierdas y sí un profundo acomplejamiento ante la derechona, cuando no complicidad. ¿O no fue él quien pactó el Gobierno con los falangistas de Ciudadanos y exigió a Podemos su apoyo incondicional? Un Podemos, por cierto, inmerso en una espiral autodestructiva que tampoco tiene mucho que envidiar a las luchas fratricidas del espacio postconvergente, un callejón sin salida difícil de arreglar.

Por otra parte, el PSOE no descarta hoy un Gobierno con Ciudadanos. De hecho, quien ahora lo descarta es Rivera. Sin embargo, si algo ha demostrado Rivera, es que las promesas y las palabras se las lleva el viento. La moneda puede caer de un lado o de otro. El PSOE y Sánchez tienen múltiples rostros.

Hace cuatro días, no es admisible la amnesia selectiva, el PSOE llegó a amenazar nuevamente con aplicar el 155 en Catalunya porque un grupo de personas levantó las barreras de un peaje. En justa proporcionalidad, no quiero imaginarme qué habría anunciado el PSOE si los del gremio del taxi, en su reciente protesta, llegan a exhibir esteladas.

El PSOE no tuvo tampoco ningún problema para volver a ir del brazo con el PP y Cs en Extremadura para exigir la aplicación del 155. Por no mencionar las innumerables diatribas de PP Borrell, las provocaciones constantes, las imbecilidades impropias de un ministro de Exteriores o sus mentiras escatológicas con luz y taquígrafos. Borrell no es un caso único, es una poderosa corriente interna dentro del PSOE, que tan cómoda se siente desfilando con el trifachito en Barcelona.

Las elecciones no llegan por culpa del independentismo, llegan porque, de repente, Sánchez se ha sentido fuerte y aprovecha la ocasión. Con una única y hay que reconocer que efectiva consigna, "que viene la derecha", especulando con el miedo ancestral ante una derecha salvaje de la que este PSOE ha sido, paradójicamente y tan a menudo, cómplice.