Escribo estas líneas desde el Auditorio de Cornellà, en una especie de acto bienintencionado de homenaje –contra su voluntad– a Joan Tardà. Te hacen homenajes cuando te jubilas o te quieren jubilar. Y Joan, el tío Tardà para algunos amigos, ni se quiere jubilar ni quiere tributos a ninguna trayectoria que todavía tiene un largo recorrido vital. ¡Dios no lo quiera de otra manera!

Tardà es hoy un militante de base republicano y sigue siendo un activo aunque no tenga –en las propias filas– el reconocimiento que probablemente se merecería. Pero todo eso es secundario ante las brutales campañas de linchamiento que ha sufrido. Algunas de las escenas que se vivieron ayer en las calles de Barcelona no son ninguna novedad. El huevo de la serpiente se viene incubando de hace tiempo. Y lo peor no son los alaridos irascibles y las amenazas de aquello que ha sembrado y abanderado el autollamado independentismo nítido. O al menos no ha sido esta vergonzosa actitud lo que más ha decepcionado al pensionista Tardà. Lo más hiriente han sido los silencios del entorno. "No recordaremos tanto los insultos de nuestros enemigos, como los silencios de nuestros amigos", había dicho Martin Luther King. No tanto por los aciertos o errores de Joan –quien tiene boca se equivoca– sino por la escasa solidaridad, la ausencia de fraternidad republicana, el mirar hacia otro lado o agachar la cabeza acomplejadamente ante los insultos y amenazas.

En el acto de Cornellà, con la presencia del incombustible Pep Picas, ha intervenido tanto Marta Vilalta como Oriol Junqueras in situ, el único líder independentista capaz de llegar allí donde no llega nadie más. Mientras los líderes del independentismo nítido se enrocan y hablan para satisfacer la parroquia más devota, Junqueras –como san Pablo– predica entre los gentiles. Junqueras también ha sido uno de los que ha sufrido la ira de los puros, alimentada desde poderosas atalayas políticas y mediáticas, desde nichos que aman tanto la patria que la asfixian y la hacen a su medida, tan pequeña como necia. Junqueras es de los que no se encoge, de los que pone la pierna, siempre. Lástima que su ejemplo no cunda tanto como sería deseable. El nadar y guardar la ropa siempre ha sido una actitud más cómoda.

Aviso a navegantes. Joan Tardà es de los que nunca desfallece, de los que no busca el aplauso fácil, de los que siempre tiene una sonrisa y no es de los que habla por el gol sur. Aunque ahora, en la grada plebeya, se han hecho fuertes los patricios (muchos llegados de la Tribuna) que profesan, sin ruborizarse, la fe de los conversos.

Pobre independentismo, si no hubiera gente como Tardà, porque de ser así no es que no seamos el 52 por ciento, es que ni lo somos ni lo seremos. O el republicanismo reacciona y asume las sabias palabras de Raül Romeva o acabará por ser un alma en pena y dejará el movimiento en manos de los que reparten palos de ciego y carnets de identidad mientras fomentan la frustración, sin rumbo ni horizonte de ningún tipo. Mano tendida, mirada larga, verbo sereno y la cabeza (bien) alta.

PS. Todo sea dicho de paso, el acto ha sido emotivo y aunque él –el tío Tardà– no lo quisiera, por estricto sentido del pudor, ha sido reconfortante que se hiciera. Ni que fuera para hacer sonreír a todos los que lo queremos, que somos muchos.