Estos tiempos que nos ha tocado vivir tienen el reto de confirmar lo obvio, de sentenciar lo evidente. El sentido común, pisoteado, intenta respirar tras cada puñalada recibida en unos tiempos donde los límites se difuminan, la razón desaparece y el diálogo es absolutamente decapitado para dejar paso a la censura y la cancelación del disidente

No son tiempos para confiar en lo que ven tus ojos, ni en lo que escuchan tus oídos, ni siquiera en lo que la razón te plantea. Si optas por seguir este camino, hallarás dificultades constantes, señalamientos y, con toda seguridad, el intento de acallar tus planteamientos, y la necesidad de replantearte constantemente si aquello que tú crees merece realmente la pena ser expresado. 

Seguramente haya quien sostenga que esto ha venido ocurriendo desde tiempos inmemorables. Y razones tiene para argumentarlo, pues, a lo largo de la historia, no han sido pocos los señalados, sometidos a juicios y a persecución por decir nada más y nada menos que la verdad. Esa que tiempo después se abriría camino y, ante el sonrojo de sus detractores, queda para mantenerse. 

Probablemente ahora todo sea más inmediato, ya que el ritmo vertiginoso que viene impulsado por las nuevas tecnologías hace que la verdad se destroce rápido, pero también resurja con cierta agilidad. Cabría preguntarse si era necesario tanto giro argumental, tanta exageración y tanta víctima por el camino para acabar llegando a reconocer lo obvio. Seguramente, si se analiza con cierta distancia, se encontrará que, por este tortuoso camino de lo esperpéntico, se han amasado miles de millones de dinero, que, como siempre, van a parar a los bolsillos de esos que no tienen el más mínimo escrúpulo en mentir, manipular y no preocuparse por los daños que sus modas generen a los demás. 

Siempre defendí los derechos de las personas trans. Lo hice convencida de que todo el mundo tiene que sentirse libre, seguro, y no merece ser discriminado por su manera de entender el mundo (siempre y cuando no conlleve, esta, daño en los demás). Reconozco que, hace años, no vi venir lo que sucedería, y, en un primer momento, no alcanzaba a comprender por qué una parte del feminismo clásico, ese que tanto estudié, se oponía con tanta firmeza a lo que yo consideraba simplemente un avance en derechos. Pero el tiempo, pronto, mostró ante mí que la defensa de los derechos de las personas trans pretendía ir mucho más allá, llegando a suponer una amenaza para los derechos de las mujeres y de la infancia

Recuerdo perfectamente como todo dio un giro rápido, inesperado para muchas. Se pasó de defender la libertad, la seguridad y la protección ante la discriminación de seres humanos, a tener que comulgar con ruedas de un molino que algunas no vimos venir: cargar en la mochila del feminismo con luchas que, propiamente, no eran las nuestras. Y que, ademas, supondrían poner en cuestión nuestra propia esencia: tenerse que preguntar qué es ser mujer a estas alturas fue una situación que, por rocambolesca e inaudita, nos venía como un caballo de Troya, incluida en el paquete. 

En España, como en otras latitudes, este borrado de la mujer, la puesta en peligro de nuestros hijos ante conceptos absolutamente forzados, no dio tiempo a ser analizada ni debatida como correspondería en una sociedad democrática. Fue Podemos, con su Ministra de Igualdad Montero a la cabeza, quien forzó una legislación por la vía de urgencia, sin debate ni posibilidad de análisis; quien facilitó, quien empujó una situación lo suficientemente delicada como para que saltaran los resortes necesarios de prudencia, de alerta y de enmienda. Lo consiguieron con la cooperación necesaria de un PSOE vendido a la corriente, que no cuidó de sus voces experimentadas —como la de Carmen Calvo—, que avisaron desde el primer momento de la gravedad de lo que estaba sucediendo. 

Incluso a día de hoy, la mayoría social no es del todo consciente de lo que introdujo la conocida como “Ley trans” en España. Solamente se conoce cuando la realidad se planta ante ti y te das cuenta de que algo no encaja. Cuando tus ojos, tus oídos y tu razón imponen ante ti una realidad forzada, ante la que no puedes ni si quiera opinar, so pena de ser denunciado, señalado y cancelado. Esas son las herramientas que se utilizan cuando falta la razón, cuando falta el argumento y el diálogo necesario. 

Esta semana ha tenido que ser un tribunal, nada más y nada menos que el Supremo del Reino Unido, quien ha sentenciado lo evidente. Tristes tiempos para contemplar que ha de ser la justicia quien nos reconozca lo que era obvio: las mujeres lo somos por razones biológicas. (Puede leer la sentencia completa aquí: https://confilegal.com/wp-content/uploads/2025/04/uksc_2024_0042_judgment_aea6c48cee.pdf

Por unanimidad, el tribunal ha sentenciado que, a efectos legales, el término mujer en la Equality Actual de 2010 hace referencia exclusivamente al sexo biológico femenino, no incluyéndose a las “mujeres trans”, incluso cuando cuenten con el certificado de reconocimiento de género (Gender Recognition Certificate). 

Han sido cinco los magistrados (Tober John Reed, Patrick Stewart Hodge, Lord Reed, David Lloyd, Vivien Rose e Ingrid Steart Hodge) que han dado la razón a la organización escocesa For Women Scotland (FWS), quien presentó un recurso ante la normativa del Gobierno escocés, que estaba destinada a aumentar la presencia femenina en los consejos de administración de organismos públicos. 

Recuerdo perfectamente como en España —al tiempo que se aprobaba la conocida como Ley trans— también se impulsaba una ley similar; mediante la cual se pretendía establecer la garantía de espacios en capas directivas para mujeres. Recuerdo perfectamente una fotografía en la que la imagen nos presentaba a varios hombres (aparentemente hombres), y como, precisamente, me preguntaba si entre esos aparentes señores podía haber alguna “mujer” que hiciera cumplir los cupos. Tan sencillo como registrarse como “mujer” aunque la apariencia, el nombre, y todos los rasgos identificativos siguieran manteniéndose como los de un hombre biológico. Esa foto, la de los “machos aparentes”, podría estar cumpliendo con la legislación que obligaba a reservar espacio a las mujeres, puesto que “ser mujer” había pasado a ser un elemento elegible y difícilmente constatable por los sentidos del que observaba la imagen. Así de absurdo se estaba volviendo el panorama. Y así de absurdo se volvió también en Escocia. 

Hace una semana, sin ir más lejos, la Comisión General de Codificación añadió a una mujer trans en cumplimiento de la Ley de paridad. Es decir, espacios reservados para mujeres son ocupados por mujeres trans en virtud de una Ley hecha para tratar de equilibrar el desequilibrio existente. La Ley de paridad establece la presencia, como mínimo, del 40% de mujeres en los órganos directivos. En el caso concreto, el de la Comisión General de Codificación, se cumplía ya con este estándar, y se ha ampliado a un 47% con la reciente incorporación. Algo que, en opinión de Altamira Gonzalo, supone que se esté ocupando el puesto que debería corresponder a una mujer (“mujer biológica”, vamos a decir)

La organización británica en cuestión recurrió la Ley, argumentando que incluir a mujeres trans, con certificado de género, en ese recuento, vulneraba el principio de espacios y derechos reservados a mujeres biológicas. Algo evidente, pero que necesitaba ser refrendado por la justicia. Aquí en España, señalo, con la legislación vigente, estamos en esa misma situación. 

“La definición de mujer y de sexo en la Equality Actual de 2010 se refiere a una mujer biológica y al sexo biológico”, afirmó Lord Hogde —vicepresidente del Tribunal Supremo británico— en una intervención; que, según señala Confilegal, “despeja una cuestión jurídicamente compleja y socialmente polarizada”. 

Y llegados a este punto, el magistrado afirma que “permitir que una mujer trans con el certificado de género acceda a derechos vinculados exclusivamente al sexo femenino, como la maternidad, implicaría otorgarle más derechos que a una mujer biológica”. 

El Gobierno británico celebra la sentencia y afirma que aporta claridad y confianza a las mujeres y a los proveedores de servicios como hospitales, refugios, clubes deportivos. Y, de esta manera, los espacios unisex quedan protegidos por ley y lo seguirán estando. No hay que olvidar la enorme polémica generada por la presencia de mujeres trans en competiciones deportivas, o en vestuarios, dando lugar a colisiones de derechos fomentadas por una legislación absurda y carente de sentido común. Algo que en España, repito, sigue siendo una realidad. 

Por eso, esta sentencia ha tenido una reacción inmediata a nivel internacional. En España, las “feministas clásicas” (así se las denomina para diferenciarlas de las “nuevas feministas”) consideran que este fallo del Tribunal británico avala sus posiciones y por eso reclaman al Gobierno que cambie la Ley española. Aquí, de momento, la Ley no ha definido lo que ha de entenderse por “ser mujer”. Es lógico que no se haya hecho, puesto que, hasta ahora, teníamos esa fea costumbre de dar ciertas cosas por sentadas, como el hecho de ser hombre o ser mujer. 

Las leyes que se supone que se han creado para proteger a las mujeres están abriendo la puerta para ponerlas en peligro

Ahora toca pelear judicialmente para que se reconozca lo evidente. Que las mujeres trans son mujeres trans. Que las mujeres somos mujeres. Y que hay diferencias que permiten también una brecha por la que se pueden producir abusos, que terminan perjudicando a las mujeres, sujeto que pretende ser protegido por las leyes. Resulta retorcido y casi absurdo, pero, ciertamente, las leyes que se supone que se han creado para proteger a las mujeres están abriendo la puerta para ponerlas en peligro

Todo esto a la exministra Irene Montero le parece tránsfobo. Considera que la sentencia británica supone un ataque a los derechos humanos de las personas trans. Cuando, en realidad, en mi opinión, las personas trans no se ven perjudicadas, o, desde luego, no deberían. 

¿Tan complicado era apostar por la realidad nueva —distinta a la del hombre y la mujer— estableciéndose un estadio especifico para las personas trans, que tienen necesidades y realidades no comparables con los sexos biológicos? 

Forzar la realidad, jugar a ser dioses, ha hecho que muchísimas personas estén sufriendo. Hablo de personas trans, a las que los tratamientos, las intervenciones quirúrgicas suponen un daño real para su salud, tanto presente como futura. ¿No merecen protección ante los experimentos acientíficos y el beneficio despiadado que pretende conseguir la industria farmacéutica a su costa? Parece ser que no, que protegerles, desde la infancia, no está en los planes de quienes se llenan la boca de “derechos humanos”. 

Resulta que empujar a quienes necesitan acompañamiento, ayuda y protección (especialmente de su salud, física y mental) a las manos de la industria de las hormonas y las intervenciones salvajes, no parece ser objeto de preocupación para activistas como Irene Montero. 

Espero y confío en que se legisle con prudencia. Que se respete profundamente a todos los seres humanos, se acompañe, cuide y proteja especialmente de las fauces de quienes nos engañan constantemente. Que se haga justicia, se debata y dialogue sin miedo a la persecución ni a la censura. Que ser mujer no sea algo debatible