Pedro Sánchez ha decidido condensar en una semana la ronda completa de consultas con los grupos parlamentarios, sindicatos, patronal, organizaciones medioambientales y representantes del tercer sector. Una modalidad nueva de esta legislatura, incluir las peticiones a futuro de los agentes sociales. Lo hizo Alberto Núñez Feijóo para hacer tiempo y Sánchez para arroparse de un mayor acuerdo colectivo. Así que en lugar de repartirlo hasta cerrar el pacto más difícil con Junts/ERC, Sánchez hará el tour completo en una semana con fiesta nacional incluida. Ha empezado por el PP y terminará con Junts. Eso significa que al cierre se deberían conocer las peticiones concretas de cada grupo y el termómetro de cómo apretarán en las negociaciones. El PNV y BNG lo harán hoy, el miércoles el papel estelar será el de ERC y así hasta el nuevo actor en la gobernabilidad del PSOE. A la espera de la amnistía, se irán dibujando las exigencias territoriales en competencias y en fiscalidad.

De la estrella de la investidura, la ley de amnistía, reconocida y verbalizada por Sánchez ante Ursula von der Leyen y Charles Michel, lo previsible es que ese plato siga en el horno más allá de las consultas. La negociación está bunkerizada. Es de tal complejidad, que cuando se pregunta en Ferraz por cualquier otra petición, del traspaso de Rodalies a las inversiones en el País Vasco, les parece fácil. Aseguran en off que se sigue trabajando en un armazón técnico de una ley que necesita ser comprendida en toda su dimensión política. El carpetazo definitivo al ‘octubre catalán’ que abarque la previa a la consulta de 2014 a 2017 y la cascada de cientos de causas que vinieron después. 

La confrontación tiene cada vez menos adeptos y está lejos de cumplir la expectativa frente a un 2023 que pide recuperar la vía política

Juristas y negociadores siguen trabajando. Pero falta también pedagogía, apuntan en Ferraz. Se trata de condonar unos delitos que debieron permanecer en la vía política, pero también consensuar un acuerdo para pasar página. Trasmitir que los pactos del 78 se hicieron con la voluntad de todas las partes, y también con las cesiones de todos. El PSOE busca ese consenso de investidura que supere la lógica del "una ley por unos votos". Y mientras Sumar presenta su propuesta de ley, el PSOE insiste en que es bienvenida pero no es la suya.

El tiempo de la investidura es breve y al PP no le queda mucha más artillería para esta previa. La derecha ha intentado movilizar la calle contra Sánchez y no ha conseguido mover más allá de sus bases. Las manifestaciones convocadas por el PP, Vox o desde Sociedad Civil Catalana han perdido el fuelle de 2017. En Madrid ya quedó en evidencia que caldear el ambiente contra los pactos con el independentismo ha dejado de ser una alternativa eficaz. Si el acto del PP antes de la investidura de Feijóo en la madrileña plaza de Felipe II hubiera sido en Colón, el pinchazo habría sido evidente. La confrontación tiene cada vez menos adeptos y está lejos de cumplir la expectativa frente a un 2023 que pide recuperar la vía política.

El PP, todavía herido por el 23-J y la incapacidad de formar gobierno, trabaja en cómo recomponerse internamente y reconfigurar el grupo parlamentario para hacer oposición. Los de Feijóo dan por hecho la investidura y, aunque en público piden una repetición electoral, creen que el porcentaje de votar en enero es bajo. En Génova planean repetir el estilo desplegado por Feijóo en la investidura. Mano dura, pocos amigos, confrontación directa con el PSOE, el PNV y buscando las grietas de la posible coalición. Nada nuevo si vamos a los antecedentes de los últimos días. Con una Cuca Gamarra señalando citas inexistentes en Suiza, Cayetana Álvarez de Toledo llamando "golpista" a Sánchez y Borja Sémper refiriéndose a Sumar como los "amigos de Hamás". Poco más se puede elevar el nivel. Están seguros de que el puñado de diputados que les faltan está en esa trinchera. Seguir construyendo enemigos hasta tiempos mejores. Una estrategia sin modular, porque de tanto cargar contra la amnistía, terminan por hacer la pedagogía inversa que necesita Sánchez.