La ruptura de Carles Puigdemont con Pedro Sánchez, o de Junts per Catalunya con el PSOE —que, en el momento de escribir estas líneas, los militantes de Junts están votando—, presenta toda una serie de elementos de naturaleza ambigua y paradójica. Incluso contradictoria, según como se mire. Diríamos que presenta una cualidad cuántica y regida por el principio de indeterminación, el cual, extrapolado, significa que, como el gato de Erwin Schrödinger, que podía estar muerto o vivo a la vez, la ruptura es a la vez realidad e irrealidad, es a la vez vigente y no vigente, existente y no existente. Vayamos por partes y fijémonos en algunos de estos aspectos que, decíamos, resultan ambiguos y paradójicos. Esto es así no por culpa del president Puigdemont, sino por las circunstancias de todo tipo en las que se enmarca el llamado Pacto de Bruselas y la subsiguiente colaboración de los juntaires con los socialistas españoles.

Hay legislatura y no hay legislatura. En la medida en que Pedro Sánchez ha perdido parte de los apoyos que lo llevaron a la presidencia del gobierno español, la legislatura se convierte en una especie de zombi o, si no queremos ser tan dramáticos, en una legislatura deficiente, truncada, con a priori poca capacidad para desarrollar las funciones parlamentarias normales, como aprobar los presupuestos. Sánchez solo podrá sacar adelante lo que Puigdemont quiera. Lógicamente, es de esperar que ahora los socialistas lleven a menudo al Congreso iniciativas que Junts no pueda o le sea muy complicado rechazar. El gobierno español y el PSOE lo harán, lógicamente, para poner a Puigdemont en un compromiso. Viéndolas venir, Junts ha dejado claro que aprobará lo que le parezca bueno para Catalunya. Pero también ha reiterado que, en lo que afecte solamente al resto de España, ya se las apañarán. A Junts le interesa el futuro de Catalunya, no el de España, no se cansan de repetir, empezando por la perennemente irritada Míriam Nogueras. (Esta actitud de abandono, de desistimiento, supone una ruptura radical con el catalanismo histórico y con la praxis de CiU). Junts hablará y no hablará con Sánchez y el PSOE. Junts será y no será una aliada. Puigdemont ha malherido la legislatura y el gobierno de Sánchez, pero no los ha matado. El único modo sería participar, con PP y Vox, en una moción de censura contra el presidente español y con la condición de precipitar las elecciones. Es una operación fea (¿cómo les sentaría a los votantes juntaires la asociación con PP y Vox para desahuciar a la izquierda del poder?). Unas elecciones precipitarían la formación de un gabinete entre estas dos fuerzas, nada benévolo con Catalunya, al contrario, como estamos viendo en las Illes Balears y el País Valencià.

La ruptura es a la vez realidad e irrealidad, es a la vez vigente y no vigente, existente y no existente

Hay legitimidad y no hay legitimidad. La derecha y extrema derecha españolas, y sus terminales intelectuales y mediáticas, siempre, desde el primer día, han cuestionado e intentado socavar la legitimidad del gobierno de Sánchez. Tras el anuncio de ruptura de Puigdemont, han sumado un nuevo argumento —como los anteriores— perfectamente falaz. Aseguran que, como ahora Sánchez no tendría suficientes votos para ser investido, no tiene legitimidad democrática para seguir en el poder. Olvidan que lo que convierte a una persona en presidente de España es el resultado de la votación de investidura. Y en esa votación el resultado fue de 171 votos en contra y 179 a favor. Esto sucedió el 16 de noviembre de 2023 en el Congreso de los Diputados. Lo podríamos comparar con cuando los ciudadanos votamos. Lo que cuenta es el voto, no las encuestas. La legitimidad de Sánchez nace allí y dura una legislatura, siempre y cuando él no dimita o se saque adelante con éxito una moción de censura. Por cierto: la figura de la moción de censura, en el ordenamiento parlamentario español, está pensada y diseñada para sustituir a un presidente y a un gobierno por otros. No para artificios como la denominada “moción instrumental” para hacer que haya elecciones.

Se han cumplido los acuerdos y no se han cumplido los acuerdos. Mientras Puigdemont insiste en que los pactos no se han cumplido —qué lejos queda eso de “cobraremos por adelantado”—, Sánchez asegura que han cumplido todo lo que estaba en sus manos. Y si cosas como la aplicación total de la amnistía, el catalán en la UE o el traspaso de competencias en inmigración no se han culminado, es porque hacerlo depende de otros actores (jueces, países de la UE, Podemos…). Los socialistas tienen razón solo en parte. Hay acuerdos que dependen de otros para poder realizarse, llevarse al terreno efectivo. Cierto. Sin embargo, tal como esgrime Junts, los socialistas en algunos casos no han hecho todo lo que podían, en otros lo han hecho demasiado tarde e, incluso, algunas cosas que únicamente dependían de ellos las han bloqueado y boicoteado. Ejemplo, entre otros, de esta tercera categoría: la publicación de las balanzas fiscales Catalunya-Estado. Además, es un hecho objetivo que Junts les ha venido avisando en todas partes y desde hace muchos meses de que esto que ha sucedido podía suceder si no espabilaban. Que iban por mal camino. Como Sánchez no reaccionó, Junts no tenía otro remedio —a pesar de la dificultad cuántica del asunto— que romper como lo ha hecho. No tenía opción. Como saben los padres y las madres, y sabe cualquier persona sensata, si tú amenazas a otra persona con un castigo, y esa persona no cumple a pesar de las advertencias, tú debes ejecutar el castigo. Por eso nunca hay que amenazar —a los hijos, a Sánchez o a quien sea— si uno no está plenamente convencido y en posición de aplicar, si es necesario, la condena.