Justo hace una semana dábamos el último adiós a la abuela, la "padrina Roser". Puede parecer atrevido o inoportuno compartir estas reflexiones y les tengo que confesar que lo he dudado. Finalmente, he tomado la decisión pensando en qué habría querido la padrina: sin duda, ser compartidas. Es por eso que las escribo con un nudo en la garganta y con el recuerdo de una persona que quiero y admiro, el último homenaje de un nieto que pone en valor su lucha, permanente, durante toda la vida, sólo frenada por la parálisis de su aliento.

Roser Guinau Elies nació el 6 de enero de 1931 en la población de la Torre de l'Espanyol (Ribera d’Ebre), hija de Jaume Guinau y Josepa Elies, en el seno de una familia de campesinos dedicada al cultivo de la tierra. La tranquilidad de su infancia quedó segada por el inicio del conflicto bélico que ha marcado, para siempre, el devenir de estas tierras, el estallido de la Guerra Civil española y, concretamente, la Batalla del Ebro.

Los que somos de las Terres de l’Ebre podemos afirmar con seguridad que son pocas las familias que no sufrieron el efecto y las consecuencias de la guerra en casa. Es difícil encontrar a alguien que no tenga algún familiar implicado, bien porque participó o porque desapareció. Y es este último caso el que afectó a mi familia. Mi bisabuelo, Jaume Guinau, republicano convencido ―la padrina me explicaba que, en casa, los bustos de Francesc Macià y Lluís Companys presidían la repisa de la chimenea―, a los 34 años fue llamado a filas del ejército de la República, los que fueron llamados como los de la "quinta del saco". Y fue en la parte final de la Batalla del Ebro, entre las sierras de Pàndols y Cavalls, donde desapareció, a causa del impacto de un mortero al salir de una trinchera y nunca más le hemos conocido el destino.

La padrina Roser me explicaba que al acabar la guerra fueron señalados como rojos y perdedores, y tuvieron que soportar las purgas y burlas de aquellos que la ganaron y con el agravio de crecer sin padre, sinónimo de pobreza, y en un contexto de miedo y represión. Sin embargo, Roser nunca desfalleció, la lucha en el ADN, salir adelante, subsistir. Y sus nietos crecimos con una pregunta: "Padrina, ¿quién es este que hay en la fotografía de la estantería del comedor?". Costó sacar la respuesta, pero después de la confesión de ser nuestro bisabuelo desaparecido, este fue el inicio del camino. Primero, con la inscripción en el Censo de personas desaparecidas durante la Guerra Civil de la Generalitat de Catalunya y, después, con la creación del Banco de ADN y familiares desaparecidos durante la Guerra Civil y Posguerra española, proyecto pionero en el Estado e impulsado con los compañeros Marc Antoni Malagarriga y la Dra. Carme Barrot, con la Universitat de Barcelona detrás. Sin embargo, todos los esfuerzos realizados hasta ahora han sido negativos, no lo hemos encontrado.

Recuperar a los desaparecidos es el derecho legítimo más básico de los derechos humanos

La padrina Roser se ha ido de este mundo sin saber dónde está su padre desaparecido en la Batalla del Ebro, les puedo asegurar que son centenares los casos similares por todo el país. Demasiado a menudo nos hemos encontrado solos, sin el suficiente apoyo de la administración pública. La falta de apoyo del gobierno de Artur Mas con las políticas de memoria quedó revertida con la llegada del conseller Raül Romeva, hecho que le devolvió la esperanza de recuperar a su padre, a menudo me decía: "¡Hijo, ahora quizás sí que lo encontraremos!".

Roser nunca tuvo un "no" como respuesta a todo lo que ayudara a las familias a recuperar a sus desaparecidos. Primero, con el documental El camí d’un protocol, donde explicábamos la importancia de tener un banco de ADN para identificar los restos humanos de las fosas comunes con el ADN de los familiares. Después, con el cortometraje Entre Pàndols i Cavalls, donde se narra la desaparición de su padre y la lucha para recuperarlo. Y acabando con el reportaje del Quatre gats de TV3 de hace sólo unas semanas, con tres historias sobre memoria 80 años después del final de la guerra.

Al principio de año, la salud de la padrina empezó a fallar. Unos meses muy duros que acabaron la semana pasada, no antes, y ante la sorpresa de todos, de querer ir a votar en las pasadas elecciones españolas del 28 de abril ―ya con silla de ruedas―, "hay que votar por la libertad". Y así era la abuela, una mujer risueña, amiga de todo el mundo, firme, luchadora y amante de la lectura y la poesía, siempre con su “Catalunya no té mare” a punto para ser recitada en cualquier lugar donde se lo pidieran. Y fue recitando esta poesía como le dimos el último adiós.

El adiós de hoy es un hasta pronto, porque les puedo asegurar que su lucha continúa. En el ADN llevamos los valores que nos enseñó, basados en la humildad, el esfuerzo, el trabajo y la perseverancia, quienes somos y de donde venimos. La lucha para recuperar la dignidad de tantas y tantos continúa: "Nunca tenéis que perder la esperanza". Y es así como me gustaría recordarla, hacer de la lucha una manera de vida, nunca dejarse torcer, nunca desfallecer, siempre adelante.

Y no puedo acabar sin recordar que las políticas públicas de memoria tienen que ser un pilar transversal para recuperar la identidad de Catalunya. Convencidos que, con el trabajo de todos juntos, lo conseguiremos y afrontaremos el futuro con el reto que la memoria se convierta en símbolo permanente de tolerancia, de rechazo de los totalitarismos y de reconocimiento de todas las personas que han sufrido persecución a causa de sus opciones personales, ideológicas o de conciencia, sinónimo de democracia.

Para ti y para los miles que ya no lo podréis ver, también será este nuevo país, un país más justo, más digno, más libre ―con el que tanto soñó― y donde vuestra lucha y dignidad será la base. Recuperar a los desaparecidos es el derecho legítimo más básico de los derechos humanos. No permitiremos que el olvido venza la legitimidad. No desfalleceremos hasta conseguirlo.

¡Tu lucha, nuestra fuerza para continuar adelante, siempre adelante!