Desde que el 7 de octubre de 2023 Hamás perpetró el ignominioso ataque contra Israel, han aumentado en todo el planeta los boicots, los señalamientos y las agresiones no contra los terroristas, sino contra ciudadanos judíos, sean israelíes o no. Invirtiendo talmente los términos y convirtiendo a las víctimas en verdugos y viceversa, el mundo occidental da la impresión de que haya perdido el entendimiento con unas maneras que cada vez recuerdan más a las que hace ochenta años desembocaron en el Holocausto y que durante mucho tiempo había parecido imposible que se pudieran repetir. Lamentablemente, sin embargo, la situación ha tomado una deriva que hace que hoy todo sea factible.

Europa, muy en especial, ha perdido absolutamente el norte a la hora de analizar con criterio qué está pasando de verdad en Gaza. Ha comprado a pies juntillas y acríticamente el relato de Hamás según el cual Israel es culpable de todas las atrocidades imaginables. No se ha detenido ni un segundo a cuestionar que la información que le llega puede no ser cierta y ser, de hecho, el producto de una mera manipulación e intoxicación y, fruto de ello, da más crédito a un grupo terrorista que a un estado democrático. Cuando la realidad es, en cambio, que toda la información que sale de Gaza debe ponerse primero en cuarentena y considerar después falsa, porque la única fuente es el propio Hamás y no hay ningún verificador independiente capaz de contrastarla. Es lo que deberían hacer básicamente los periodistas que se supone que hay en el interior de la franja, si no fuera que en la mayoría de casos detrás de los chalecos identificados como press se esconden combatientes de Hamás. Y si no es así, ¿dónde están los periodistas de verdad que tenían que haber investigado dónde paran los rehenes israelíes retenidos por los terroristas? Identificarse hoy con estos falsamente llamados periodistas es un desprestigio para una profesión que de normal ya no es precisamente que esté muy bien valorada.

Hamás falsea la realidad y la historia y Occidente le compra el lote entero, en Europa, en Estados Unidos y en Oceanía. Criminalizar al atacado en lugar del atacante y premiarlo, que es lo que pretenden hacer todos los países que anuncian a bombo y platillo que reconocerán al estado palestino, es, en estos momentos, hacer el juego a Hamás y darle alas para que siga fustigando a Israel tanto como le plazca como vía para ponerlo en el ojo del huracán y conseguir todas sus reivindicaciones. Lo que hacen estos países, teóricamente en represalia a Israel, es bendecir que Hamás mate y secuestre judíos con total impunidad. Se proponen reconocer, en todo caso, algo que no existe, porque por mucho que lo digan y que lo hagan el estado palestino no existe en ningún sitio ni existirá una vez lo hayan reconocido. Y no existe porque los palestinos no lo han querido nunca. De Yasser Arafat, líder de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), a Mahmud Abás, presidente de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), y hasta Hamás, lo han rechazado siempre, porque lo que quieren los palestinos es el pastel entero, toda la tierra que ocupa Israel desde el río hasta el mar, y borrar del mapa a los judíos que la habitan. Y es que el litigio entre judíos y palestinos no ha sido nunca una batalla por un pedazo de tierra, ha sido y es una batalla fruto de la intransigencia palestina a reconocer el derecho de Israel a existir. Eso es lo que defiende ahora Occidente.

Eso es lo que apoyarán Francia, el Reino Unido, Canadá y, entre otros, Australia cuando reconozcan el estado palestino en la asamblea general de las Naciones Unidas —a quien por cierto un día se tendrán que pedir explicaciones del papel completamente sesgado que juega en este conflicto— que debe reunirse el mes de septiembre en Nueva York. Eso es lo que apoya España desde que abandera, con el ardor típico de la furia española, la cruzada contra Israel y a favor de Palestina. El estado palestino solo será posible —si es que a estas alturas todavía hay una mínima oportunidad de que lo sea— cuando los palestinos, con el nombre o con la sigla que sea, acepten que Israel existe y reconozcan que efectivamente tiene derecho a existir en la tierra prometida de sus antepasados y que ya habían habitado cuando ellos aún no existían. Y eso significa que los palestinos tendrán que dejar de atacar a Israel y tendrán que dejar de educar a sus hijos en el odio a los judíos. Solo así será viable la paz en el Próximo Oriente, pero lo que está haciendo ahora Occidente va exactamente en sentido contrario. Y parece mentira que sus dirigentes, los representantes de una mal llamada izquierda sectaria e intolerante que vive en las nubes y los medios de comunicación tradicionales que les hacen de caja de resonancia no se den cuenta y continúen plegándose a la voluntad de Hamás.

El litigio entre judíos y palestinos no ha sido nunca una batalla por un pedazo de tierra

Es obvio que en Gaza hay una catástrofe humanitaria grave. Pero el responsable, el único responsable, es Hamás. ¿Quién comenzó la guerra? No Israel, Hamás, con el ataque del 7 de octubre de 2023. ¿Quién no ha dejado salir nunca a la población civil de la zona de conflicto? No Israel, Hamás, porque la necesita para instrumentalizarla como rehén para poder culpar a los judíos de todos los males. También Egipto, que toca físicamente con ella, y el resto de países árabes del mundo, que han cerrado sus fronteras a cal y canto para evitar justamente que los palestinos entrasen, porque son los primeros para los que constituyen un estorbo. ¿Quién mata de hambre a la población palestina? No Israel, que es falso que no permita la entrada de ayuda humanitaria, sino Hamás, que secuestra los camiones que llegan a la franja a plena luz del día a la vista de todos y sin que nadie haga ni diga nada, con la total complicidad, entre otros, de la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en el Próximo Oriente —la UNRWA según la sigla en inglés—, convertida en un auténtico nido de terroristas.

¿Quién comete genocidio, pues? Teniendo en cuenta que genocidio es la aniquilación intencionada —el adjetivo es la clave de todo— de un pueblo, Israel no lo comete, porque no tiene la intención de aniquilar a los palestinos, lo cometen los palestinos, que sí tienen la intención de aniquilar a Israel. Más claro, imposible. Y como ejemplo, un dato: ¿Cuántos palestinos vivían en Gaza antes del 7 de octubre de 2023? Dos millones largos. ¿Cuántos viven ahora, casi después de dos años de guerra, partiendo de la base de que nadie ha podido entrar ni salir de la franja? Dos millones largos. ¿Quién tergiversa, en fin, la realidad? No Israel, lo hace Hamás con todas y cada una de sus acciones para hacer caer a Occidente en el relato que a la organización terrorista le conviene —y a fe que el mundo occidental hace tiempo que ha caído de cuatro patas—, sin ningún tipo de miramiento a la hora de usar, si es necesario, grabaciones de colas de gente pidiendo desesperadamente comida que resulta que son figurantes que se mueven delante de una cámara o de bebés asesinados que resulta que son muñecos envueltos con una sábana. Y estar con Israel en ningún caso significa, como también desinforman malévolamente todos los que hacen la rosca a Hamás, compartir la política de Benjamin Netanyahu.

Hamás juega con los sentimientos de todos, para empezar con los de su propia gente, la población de Gaza, que es quien sufre las consecuencias directas de sus actos. Y sobre todo con los de Europa, que, como si tuviera una gran venda en los ojos, se deja llevar por una falacia que la arrastra a su propia perdición. ¿De verdad que nadie en el viejo continente se pregunta por qué ninguno de los países árabes del Próximo Oriente —salvo Irán y Qatar, que juega a todas las bandas, Egipto, Jordania, Arabia Saudita, los Emiratos Árabes Unidos, Baréin o Kuwait, por ejemplo— no ha movido ni mueve ni moverá un dedo por los palestinos ni protesta acaloradamente por lo que hace Israel? ¿De verdad que todo el mundo en Occidente encuentra normal ir en la dirección opuesta de la de los países árabes que tienen el conflicto al lado de casa? ¿Nadie en el mundo occidental se da cuenta de que las monarquías árabes del golfo Pérsico son las primeras que quieren ver desaparecer a Hamás, que quieren ver un gobierno árabe moderado en Gaza y Cisjordania que viva con paz y armonía con Israel, y que ellas mismas quieren convivir como buenos vecinos con Israel y establecer relaciones para aprovechar el flujo económico que se derivará? 

Occidente comete un error histórico, y de manera muy especial una Europa sin rumbo en manos de una Unión Europea (UE) que cada vez pinta menos en la escena internacional —como también queda claro estos días en el caso de Ucrania— y que, como el club de estados que es, demuestra que es un lastre para los mismos pueblos que la integran. Un error que no se resuelve reconociendo deprisa y corriendo aquello que no existe, sino con un compromiso y una longitud de miras que van mucho más allá de perderse mirando el dedo que señala la luna en lugar de mirar la luna.