Estoy convencida de que todo el caso judicial contra la presidenta Laura Borràs se enmarca, de lleno, en aquello que se ha denominado la justicia patriótica, es decir, la persecución ideológica del independentismo, a través de los resortes de la justicia española. Así lo defendí en el programa FAQS, cuando hablamos, y por este motivo firmé el manifiesto de apoyo que se publicó. Tenemos tantas evidencias de esta lawfare judicial permanente contra líderes independentistas que no cuesta mucho imaginar que un asunto de irregularidad administrativa se haya hinchado hasta el punto de pedir años de prisión contra la presidenta. Y más cuando no ha habido ningún uso ilícito de dinero público, y cuando el trabajo, por el cual se firmaron los contratos, se hizo.

No pertenezco, pues, al persistente ejército de opinadores y políticos que querrían aniquilarla del panorama político; sino al contrario, estoy convencida de que Borràs es una líder de enorme carisma político, cuyo futuro parecería no tener techo. Desde esta posición inequívoca, también estoy convencida de que el indeseable choque que se produjo entre Francesc de Dalmases y la subdirectora del FAQS Mònica Hernàndez, a raíz de la entrevista que le hicieron, es indefendible desde cualquier posición. Dado que yo no estaba presente, no puedo afirmar o desmentir los detalles más encendidos que se han publicado en la prensa, y es muy probable que toda la información tenga que bajar algún grado de intensidad. Pero hay dos hechos irrefutables, vistas las informaciones de los testigos: uno, que Dalmases le echó una bronca descomunal a Mònica, porque creía que "no se había tratado bien" a la presidenta; y dos, que los gritos eran tan sonoros, que se oyeron en plató. De hecho, si me permiten la impresión personal, aquel día, sin saber qué había pasado (yo entré mucho más tarde), me encontré a Mònica muy trastornada, cosa que me pareció extraña, porque tiende a ser una mujer muy valerosa y animada. Ahora ya sé qué pasaba aquella noche... Estaría bien, pues, que tanto Laura Borràs como Francesc de Dalmases dejaran de situar este desagradable asunto en el terreno del victimismo y la caza de brujas, y asumieran que no estuvieron a la altura de la situación. Tal vez por la tensión que están viviendo, los nervios del momento, lo que quieran, pero lo que pasó es inaceptable y solo hay una salida: pedir disculpas. Y, por el camino, que Dalmases deje la comisión de radio y televisión, incluso por él mismo, dado que este asunto lo connotará para siempre.

Ni Dalmases, ni la presidenta Borràs, ni ningún cargo público tiene la potestad de decidir cómo se ejerce el control de la prensa, y cuando se otorgan este derecho, degradan la democracia

Aprovecho el tema para hacer una reflexión más de fondo. Ya sería hora que los políticos entendieran dos cosas: una, que la información es un bien público; y dos, que responder a las preguntas de los periodistas no es un derecho, sino un deber. Pero en nuestro país (probablemente por herencia de los años de dictadura), los políticos se creen con el derecho de tener entrevistas amables, donde los periodistas sean meros escribientes de lo que quieren decir. Si me permiten la confesión, yo no he entendido nunca este "miedo al periodista" y, de hecho, cuando estaba en política, me gustaban mucho más las entrevistas difíciles, porque era donde podía crecer de verdad. Pero desde los tiempos del "això no toca" del president Pujol, se ha establecido una especie de relación de privilegio de los políticos por encima de los periodistas, olvidando que, si los partidos políticos son un pilar de la democracia, el control de la prensa es otro. En este sentido, resulta extraño que la pelea se produjera a raíz de la entrevista a Laura Borràs, que tiende a ser valiente en las respuestas. Pero cuando Dalmases se excita sobremanera y carga contra la subdirectora del programa, está enviando dos mensajes muy lesivos para el equilibrio democrático de poderes: una, que tiene derecho a dictar cómo tienen que ser las preguntas; y dos, que cree que la dirección de un programa debe decir a los periodistas cómo tienen que preguntar. Con un añadido igualmente indeseable: si echa una bronca de estas dimensiones a una profesional, es porque cree que puede hacerlo. Cosa que implica que no es la primera vez que abronca periodistas. Esta función de comisario político censor es, desgraciadamente, muy habitual en la relación entre políticos y periodistas en Catalunya (y en España), aunque no siempre se hace de manera tan pública y chapucera. Sea como sea, no hay manera de defender el comportamiento de Francesc de Dalmases: ni TV3 es suya; ni le corresponde dictar normas a los programas; ni es él quien tiene que decidir el talante de una entrevista. Además, si Laura Borràs va a una entrevista, en pleno lío judicial, ¿qué espera que hagan los periodistas? ¿Preguntarle sobre los encajes de bolilla?

No puedo acabar este artículo sin señalar la enorme, inmensa, gigantesca hipocresía del resto de partidos que ahora se han escandalizado con el asunto Dalmases. Sin duda, ha sido una actuación inaceptable y así lo he argumentado a lo largo del artículo. Pero hecha la severa y necesaria crítica, hay que subrayar que Dalmases ha hecho de manera burda y ostentosa aquello que los otros hacen de manera más sutil. He estado en muchos medios de comunicación y en todos ellos he sufrido —y ha sufrido el programa—, la injerencia constante de los comisarios políticos de turno, que sugieren, presionan, intervienen y a menudo amenazan, aparte de impedir entrevistas de unos o imponer otros. Incluso he estado en programas cancelados por el gobierno de turno y en todo el espectro ideológico, y yo misma he dejado de colaborar en más de un lugar, y he estado en listas negras, por la presión política. La misma desaparición del FAQS tiene mucho que ver con la injerencia política. Si añadimos las generosas subvenciones públicas a los medios, que se utilizan como contraprestaciones de favores ideológicos, o el baile de las licencias de radio y televisión, se cierra el círculo de la injerencia política en los medios de comunicación, tanto públicos, como privados. Es decir, Dalmases vocifera iracundo en público, aquello que otros hacen con llamadas más sutiles, pero la misma intención. El objetivo siempre es el mismo: el uso déspota del poder para conseguir controlar la información. Y de este uso, algunos partidos son doctores en cátedra.

Con todo, no quiero que la crítica global minimice, por la vía de la generalización, la gravedad de la actuación de Dalmases. Nada de lo que hizo era permisible: ni abroncar un programa; ni exigir una entrevista amable; ni querer dictar las preguntas. Ni él, ni la presidenta Borràs, ni ningún cargo público tiene la potestad de decidir cómo se ejerce el control de la prensa, y cuando se otorgan este derecho, degradan la democracia. Lo peor es que lo hagan personas que luchan por la libertad de Catalunya. Pero, ¿qué libertad es aquella que se fundamenta en pisar otras libertades? Lo siento, pero esto la patria no lo justifica...