Empezaré por el Partido Popular, venga. Vamos: es imposible haber visto el vídeo del secretario general del Partido Popular de Catalunya —Santi Roldán— explicando por qué el catalán no debe ser oficial en las instituciones europeas, tener algo de autoestima y no sentir una profunda lástima por el hombre en cuestión. Lástima de ver a alguien tan obliterado por el autoodio —porque en el PP catalán todavía hay cuatro catalanes con complejo de virrey—; lástima de ver un partido tan a remolque del PSOE —y tan asustado por la extrema derecha—que es incapaz de salir de las sobadas consignas sobre la politización de la lengua para construir algún tipo de contrapeso argumental; lástima de ver cómo los capitostes populares utilizan los populares catalanes de vigilantes del terruño, de criados encargados de mantener la colonia a raya. Escribo esto el martes de la votación sobre la oficialidad del catalán en la UE y si fracasa —opción muy probable teniendo en cuenta el poder que los populares ostentan sobre todo en el Parlamento Europeo—, el PP será el aliado perfecto del PSOE para defenderse de las acusaciones de los partidos de matriz catalana, porque los socialistas tendrán chivo expiatorio para sacudirse de encima la responsabilidad de su incumplimiento. Todo esto habrá ocurrido con el beneplácito y la participación de los lacayos populares catalanes, que ahora mismo admiten que el uso social del catalán ha disminuido —incuestionable— pero que culpan de ello a las “políticas nacionalistas”. La pregunta que nos hacemos algunos, todavía ahora, es de qué políticas nacionalistas vinculadas a la lengua hablan. Habrán impedido la oficialidad —al menos provisionalmente— con una unidad de cero argumentos, solo con autoodio. O con odio, directamente. Y con una habilidad loable de ejercer el poder en los despachos del resto de populares europeos. En cuanto al PP, si alguien se toma esto como una sorpresa, es que o no los conoce, o bien no quiere contar con las consecuencias de saber exactamente qué tipo de gente son.

Tanto el PP como el PSOE trabajan por el proyecto de nacionalización forzada español

Con el PSOE, la cosa va por otro sendero: el provecho que sacan de negociar por los catalanes es que, gobernando los asuntos de los catalanes, legitiman su gobierno sobre los catalanes. Si la votación no progresa o se aplaza, el ministro José Manuel Albares podrá decir que ha hecho todo lo posible y más para conseguirlo. Podrá explicar que esta vez sí han hecho el esfuerzo, pero que a veces no todo depende de uno mismo. Es incuestionable que el PP les va como anillo al dedo para excusarse. Y es innegable que los socialistas españoles hacen de centro liberal reformista para presentar una imagen de democracia europea y esconder déficits y dinámicas heredadas del franquismo. La derecha española, todavía hoy, no puede explicarse ideológicamente —ni a sí misma, ni al mundo— sin referirse a la dictadura, y esta es una mancha que el PSOE —sí, el PSOE de los GAL— pretende jugarse a favor. Y quiere hacerlo con gestos de aparente buena voluntad como el de la oficialización —o la negociación para la oficialización— de las lenguas minorizadas del Estado español. Y de la institucionalización de la queja contra los impedimentos del Partido Popular que Enric Juliana ya se encargaba de intelectualizar hace un par de días para dejarlo todo masticado. Sin embargo, al final mirarse este tipo de negociaciones y de escaramuzas desde una perspectiva autocentrada también es entender que tanto el PP como el PSOE, cada uno con sus argumentos, con menos o más mano, con menos o más desacomplejo, con más o menos simpatía, con más o menos habilidad para enterrar o encender el conflicto, trabajan por el proyecto de nacionalización forzada español. La homologación democrática en el resto de estados europeos que el PSOE busca también hace de alfombra gigante donde esconder la asimilación de los catalanes. Sí, incluso cuando se presentan como los esforzados por oficializar una lengua que en Catalunya han movido cielo y tierra para minorizarla. De hecho, precisamente por eso.

Con los partidos de matriz catalana, la cosa va como siempre. Entregaron el apoyo —en este caso, Junts— por unas promesas cuya fiscalización cuesta de llevar a cabo, sobre todo porque en el caso de la oficialización del catalán en la UE, ciertamente, no todo depende del PSOE. Negociar también es reducir tanto como sea posible el margen que dejas a quien tiene que cumplir un pacto para que pueda excusarse de ello. Sin embargo, ni Junts ni ERC tienen ahora mismo ninguna credibilidad para hablar mal de ninguna política que directa o indirectamente tenga que ver con la cuestión lingüística. Esto es así porque las cifras de catalanohablantes en Catalunya son las que son, y son las que son también gracias a gobiernos que han tomado —o no han tomado— decisiones en lo que se refiere a la lengua catalana desde una dejadez y una despreocupación que ahora los inhabilitan para hablar de ello. Que se pretenda oficializar el catalán en las instituciones de la Unión Europea a raíz de una aritmética parlamentaria que ha permitido a Junts ponerlo sobre la mesa es de un pactismo que, si no fuera por cómo PP y PSOE se lo quieren jugar a favor, podría ser más o menos exitoso. Pero si cuando pido un café no me atienden en catalán, si en el hospital no me atienden en catalán, si en la escuela no se sanciona a los maestros que no dan las clases en catalán, si la Administración no se encarga de comunicarse en catalán en todos sus frentes con los ciudadanos catalanes, si… ¿Qué sentido tiene, si no es el de ser un empujón vacío de esperanza, algo más de gesticulación para no ir a la raíz del conflicto? ¿Y qué sentido tiene ceder estos asuntos al PSOE, que es parte activa en la minorización de la que es esclava la lengua catalana? Pase lo que pase hoy, que ya se sabrá cuando salga publicada esta pieza, será una mala noticia para los catalanes porque nos arrastrará a normalizar que lo que somos, el poder que podemos tener, o el papel que podemos tener en la UE quede a merced de una disputa entre el PP y el PSOE. Pactar lo que sea con cualquiera de los dos partidos del bipartidismo clásico siempre es sinónimo de convertirse en el pez pequeño y dejarse absorber por un torbellino que españoliza incluso cuando se supone que debe otorgar a los catalanes un reconocimiento renovado. Y nunca está de más reiterar que, a estas alturas, quien no lo ve es porque no quiere verlo.