Quede dicho, muy alto y desde un inicio, que el mero hecho de que se hable, en Catalunya y desde hace ya bastante tiempo, más del problema del catalán que de la independencia, es el síntoma más nítido e indiscutible de dos cosas: de una victoria y una derrota. ¿Hace falta que especifique quién ha saboreado la primera y quién ha sufrido la segunda? Pero también diré que, mirándolo bien, una cosa no quita la otra: todo aquel que aprecie o ame —o que, simplemente, ¡quiera poder utilizar!— la lengua catalana, sea independentista o no, tiene que hacer frente hoy a una avalancha de hechos, noticias e informes que lo golpean sin cesar y le pintan, sobre el catalán, una situación que, si no es carne de UCI, sí que, como mínimo, preocupa mucho. El último episodio lo hemos vivido, por supuesto, en la heladería de Barcelona.

Mi idea inicial era preguntarme —y explicaros— cuál es la gravedad real de este último incidente y si es proporcionada, o no, la reacción que ha generado. No obstante, en seguida me he dado cuenta de que sería mucho más interesante conocer, más que la mía, cuál es la opinión de otros personajes que han pasado por nuestras vidas o las de nuestras abuelas y bisabuelas. Nos embarcaremos, pues, en un pequeño viaje por la historia.

Escuchemos, primero, al fiscal del Consejo de Castilla. Sí, ese que redactó en 1716, en tiempos de Felipe V, las famosas 'instrucciones secretas'. Él lo tiene muy claro: "la importancia de hacer uniforme la lengua se ha reconocido siempre por grande, y es una señal de la dominación o superioridad de los Príncipes o naciones". Reconoce, sin embargo, el fiscal, que en Catalunya la tarea no es sencilla, porque "el genio de la Nación de los catalanes es tenaz, altivo y amante de las cosas de su país, y por esto parece conveniente dar sobre esto instrucciones y providencias muy templadas y disimuladas, para que se consiga el efecto sin que se note el cuidado". El terreno ya lo tenemos marcado: ir fuertes, pero que no se note demasiado.

¿Qué piensan sobre esto aquellos expertos en lengua en la escuela que tuvieron un papel tan relevante durante el siglo XIX? Con un lenguaje más técnico y aséptico que el del fiscal del Consejo, todos ellos nos acabarán admitiendo que hay que potenciar el castellano y arrinconar el catalán. ¿Por qué? ¡Pues porque estamos en España! Nos dirán que nos leamos los planes o textos que propusieron entonces: el Plan Quintana de 1821, el Plan Colomarde de 1825, la Instrucción de Moscoso de Altamira de 1834 o la Ley Moyano de 1857. Todos, conservadores y liberales, con términos más o menos beligerantes, van en la misma línea. No diré, de nuevo, eso de Josep Pla de que lo que más se parece a un español de derechas es un español de izquierdas. No lo haré. Sigamos. Yo desistiría directamente de contactar con el gobernador de las Balears que en el año 1837 introdujo el conocido método del anillo o la sortija, que consistía en que "cada maestro o maestra tendrá una sortija de metal, que el lunes entregará a uno de sus discípulos, advirtiendo a los demás que dentro del umbral de la escuela ninguno hable palabra que no sea en castellano". Quien lo llevara el sábado por la tarde, sufriría el castigo.

Hay que tener siempre presente la historia; es ella la que nos da el contexto necesario para comprender el presente y poder encontrar, así, la mejor manera de encararlo

Ya lo sabemos, ciertamente, que la historia de España con el catalán ha sido, desde siempre, muy pasada de vueltas, pero todavía podremos encontrar pequeñas joyas desconocidas: en el año 1838 habían prohibido, parece, escribir los epitafios de los cementerios en nuestra lengua. El historiador y escritor Joan Cortada nos lo confirma con las quejas que entonces envió a la publicación El Guardia Nacional. Decía "que lo dia 21 del corrent rebí un ofici de la Junta del cementiri, en que en substancia me dihuen que la nostra llengua no es de us publica, que no está autorisada per la lley, y que los epitafis catalans no son de fácil intelligencia per los forasters, per lo cual me encarregavan á mí y als altres companys d'Academia que no permetessem tals inscripcions". ¡Qué actualidad tiene esto de 1838: "que los epitafis catalans no son de fácil intelligencia per los forasters"! Sería el "así nos entendemos todos" del siglo XIX.

Pero quizás estemos consultando protagonistas demasiado lejanos en el tiempo. Saltemos, mejor, al siglo XX. Preguntemos al presidente del gobierno español Romanones. Nos dirá, no obstante, que no cambia ni una coma de lo que dijo en el Congreso en 1916, cuando no aceptaron la cooficialidad del catalán. Nos lo transcribe, con detalle, el acta de la sesión: "lo que pasa es que vosotros hacéis un arma política de la cuestión del idioma, porque sabéis que es lo que llega más al sentimiento de los pueblos. Vosotros pretendéis el empleo del catalán porque pueblo que su lengua cobra, recobra su independencia; y por el camino que conduzca a tal designio os tenemos que atajar (Protestas en la minoría regionalista. Aprobación en diversos lados de la Cámara)". Más claro, imposible. Gaudí sí que sería uno de los "nuestros": en 1924 —tenía ya más de setenta años—, cuando quiere acceder a la habitual misa en conmemoración del 11 de septiembre, es detenido. Según las notas que se han guardado, en el incidente sale el tema del catalán, que Gaudí decide "mantener" a pesar de los requerimientos de los agentes. Sí, Gaudí fue un adelantado en el "mantinc el català".

Yo desistiría, por razones evidentes, de investigar la opinión de los personajes de las dos dictaduras. Encontraremos aquí, eso sí, textos muy curiosos e iluminadores, como uno de 1926 —¡una norma!— que sanciona a aquellos maestros que muestren 'resistencia pasiva' a utilizar el castellano, "una modalidad indirecta de mostrar el desafecto a España". Vayamos ya a personajes más recientes. Nos tiene que interesar mucho, creo, por ejemplo, conocer la opinión de quien fuera ministro de Educación del PP, José Ignacio Wert, todavía vivo. Nos dirá, sin embargo, como ya hizo en 2013, que "nuestro interés es españolizar a los niños catalanes". ¿Y el PSC de Illa? Su portavoz acaba de decir, sobre el tema del helado, que "nos alejamos de situaciones que utilicen la lengua como un elemento de confrontación". Un "para que se consiga el efecto sin que se note el cuidado" de manual. Ya tenemos completado, pues, el arco 1716-2025.

Llegados a este punto, ¿qué queréis que os diga sobre este incidente del helado? Solo se me ocurre aconsejar tener presente, siempre —¡siempre!—, la historia. Es ella la que nos da el contexto necesario para comprender el presente y poder encontrar, así, la mejor manera de encararlo. Eso sí, hay algo que tengo claro: si el helado tuviera que pedirlo yo, sería —¡ninguna duda, aquí!— de festucs amb nabius.