Tildado de payaso de Vichy y censurado por Vichy, Manel Vidal debe ser la cultura de Vichy de Schrödinger. El Zona Franca de Joel Díaz empezó aparentemente como un intento de los grandes medios —de la Corpo, en este caso— de actualizarse y llegar a un público más diverso y ha acabado como indicaban las peores predicciones: un corralito donde hacer humor blanco, controlado e inofensivo. O quizás todavía no ha acabado y el Zona Franca de verdad empieza hoy. Con la primera bofetada en la mejilla y libre de las incomodidades iniciales de triunfar en los grandes medios de lo que empezó con un palo y una piedra —y un discurso irreverente—, tal vez lo que cuenta es qué pasará con el programa a partir de ahora.

Es sesgado coger este caso como un debate sobre la libertad de expresión. Que Manel Vidal haya sido apartado del 'Zona Franca' no es un termómetro de los derechos. Es un termómetro de las ambiciones

Los límites del humor en TV3, ninguna sorpresa, los ponen los intereses políticos. Por eso es una televisión pública y por eso mismo es sesgado coger el caso que nos ocupa como un debate sobre la libertad de expresión. Que Manel Vidal haya sido apartado del Zona Franca no es un termómetro de los derechos. Es un termómetro de las ambiciones. Concretamente, de las ambiciones que tiene el PSC para Catalunya, de la connivencia con la que ERC está dispuesta a acompañarlo y del umbral de conflicto que, sabiendo todo eso, están dispuestos a soportar los altos cargos de la Corpo. Este mismo viernes, Sigfrid Gras, director de Televisió de Catalunya, se hacía responsable de la censura a Manel Vidal mientras insistía en que la apuesta por el Zona Franca residía en encontrar nuevos tipos de público. La semana anterior, Agnès Marquès insultaba a la audiencia admitiendo en una entrevista que "el procés hizo daño a TV3" y que "hay gente que se sintió excluida". Paso a paso, TV3 y Catalunya Ràdio se han ido fundiendo en el concepto de la "Catalunya entera" que ERC ha ideado para acercarse al PSC. Porque cuando hablan de la "Catalunya entera", hablan de una Catalunya menos catalana y más española. El quid de la cuestión no son los límites del humor, es el nacionalismo español y la seguridad que otorga el monopolio de la banalización del nazismo a conveniencia y sin efectos.

Hay quien minimiza el episodio represivo haciéndolo pasar por un descuido o quien lo ridiculiza porque el humor les parece una vía menos legítima para hacer política que publicar artículos o intervenir en tertulias

Hasta hoy ha habido quien ha intentado minimizar este episodio represivo intentando hacerlo pasar por un descuido o quien lo ha ridiculizado porque el humor les parece una vía menos legítima para hacer política que publicar artículos o intervenir en tertulias. No lo es. Lo que ha pasado con Zona Franca es un episodio descontextualizado de los efectos que tiene pactar la rendición, es decir, de aceptar las condiciones de quien tiene el poder —la fuerza de meterte en la prisión y sacarte— para minimizar el conflicto. La de Sigfrid Gras es la autocensura de quien ha prometido que no se portaría mal. Digo descontextualizado porque ahora hacía tiempo que no se nos plantaba en las narices un ejercicio tan descarnado de sumisión. En Catalunya parece que todo pase con cuentagotas los días laborables, en sitios que ignoramos y con contrapartidas que no podemos entender, pero, esta vez, el agua es clara: Manel Vidal ha utilizado un meme para llamar nazi al PSC y por eso se ha quedado sin trabajo. Sin este trabajo, claro.

Los aspavientos, la indignación y la razón no nos servirán más que para constatar una realidad que a menudo se nos niega: nuestro contexto político es el de la sumisión y nuestros medios públicos colaboran activamente en ello

En TV3 se las prometían muy felices cuando pretendieron absorber discursos disruptivos para absorber también a su público, domesticarlos y adaptar el tono para que encajara con la televisión de las croquetas a las tres de la tarde y Andreu Buenafuente al caer la noche. Es la apuesta infantiloide de quien se quiere sentir transgresor sin asumir ninguno de los riesgos de la transgresión o el envite perezoso de quien no ha tomado bien las medidas a quien dejaba entrar en la salita de estar. Ahora Manel Vidal está fuera y el Zona Franca corre el riesgo de convertirse en el programillo capado de una televisión folclórica, un peso que no les correspondería si el contexto nacional fuera otro y que no podrán manejar sin decepcionar las expectativas de alguien. Pero la crudeza del episodio nos juega a favor porque sirve para hablar de los problemas del país, de la confrontación de fondo que hace que los despedidos, los censurados y los apartados por decir según qué siempre sean unos y no otros. La pacificación del conflicto, que no es otra cosa que la renuncia de nuestros políticos pasada por el cedazo del pacto con España, tiene efectos silenciosos y discretos que entran en la cabeza como el frío de ahora se mete en el cuerpo. Esta vez, los aspavientos, la indignación y la razón tampoco nos servirán para nada más que para constatar una realidad que a menudo se nos niega: nuestro contexto político es el de la sumisión y nuestros medios públicos colaboran activamente en ello.