No hace falta que abra la columna exponiendo el origen de la Editorial Planeta, ni poniendo el acento en el poso ideológico franquista que en ella permanece, ni desplegando argumentos sobre por qué su existencia en Catalunya y el otorgamiento del premio literario mejor dotado del mundo son un proyecto colonial para españolizar el mundo cultural catalán. Estos deberes cada uno debe traerlos hechos de casa, por mucho que la 2Cat —el nuevo juguete del gobierno español para pacificar el país— se encargue de hacer revisionismo histórico para blanquear a la familia Lara. El hecho es que este premio, exageradamente bien dotado, esta vez ha caído en manos de Juan del Val por Vera, una historia de amor y el propio premiado se ha enfrentado a las críticas con el argumento de que “es muy de España que las novelas que se venden sean inmediatamente descalificadas por una supuesta élite intelectual”.

No es casual que esta aseveración la haga el premiado por la Editorial Planeta. El hecho es que esta dicotomía (libros que se venden contra libros para una élite intelectual) es la idea sobre la que trabajan los grandes grupos editoriales que también están en nuestro país: que para vender libros hay que ser poco exigente con el nivel de la obra en cuestión. Que para que algo pueda ser “de masas” debe requerir muy poco esfuerzo al público que se supone debe consumirlo, porque de lo contrario no llegaría. Esta es una concepción infantilizadora del público lector, que, en el fondo, es más elitista que el elitismo literario que dice querer criticar, porque reserva los libros exigentes a una “élite” y justifica dar pienso malo a la “masa”, revistiéndolo de una contraculturalidad ideada para favorecer los intereses comerciales de los grandes grupos editoriales. Todo esto lo hace desde un lugar en el que los libros no son gran cosa más que un producto a consumir y la literatura no es nunca un arte que exige y transforma a quien participa en ella. Y desde un lugar en el que el lector debe ser un consumidor conformado con lo que se le ofrece, capando la posibilidad de que se plantee aspirar a una literatura distinta, a una literatura que pueda suponerle un reto y ampliar sus horizontes. Es una crítica a la élite hecha para acabar justificándola y reservándole el poder intelectual, cuando, en realidad, la buena literatura tiene la virtud de dar acceso a un conocimiento más vasto al público general.

El Premio Planeta trabaja para hacernos más tontos y más españoles

Escribo que no es casual que estas declaraciones salgan de la boca del premiado por Editorial Planeta porque el Premio Planeta está orquestado precisamente para apuntalar esta noción comercial de la literatura, en la que se confunden intencionadamente los buenos libros con los libros muy vendidos. En la que, de hecho, los premios ya no sirven para distinguir lo que es excelso en términos artísticos, sino para publicitar unas obras determinadas y garantizar que el libro distinguido en cuestión sea un éxito de ventas. Es una promoción más, que tiene como resultado seguir engrasando la rueda centralizadora de ventas que favorece a los grandes grupos editoriales. Y acostumbrar al lector a este tipo de literatura, para que termine pensando que es la única que puede consumir y así engrasar la rueda otra vez. Escribo poniendo el Premio Planeta como referente, también porque los grandes grupos editoriales favorecen y se alimentan de la diglosia lingüística, pero en el mercado literario en lengua catalana, este y otros grupos editoriales siguen exactamente la misma estrategia.

He escrito alguna otra vez sobre esta distinción falaz y envenenada entre masa y élite intelectual en el mundo de la literatura, porque pienso que esta concepción infantilizadora de los libros y este antiintelectualismo de fondo tiene consecuencias políticas: afecta directamente al acceso al conocimiento del que nos sentimos propietarios y merecedores. Un menor acceso al conocimiento, o una menor capacidad para pensar y plantearse si un libro es “bueno” o no, más allá de si nos ha gustado y nos ha hecho pasar el rato, nos hace más manipulables y menos sujetos de entender las ideas complejas que nos permitirán observar el mundo en profundidad. No pretendo emitir un juicio sobre los lectores de este tipo de libros. Lo que me parece problemático no es que haya lectores para este tipo de libros, sobre todo si son ocasionales y pueden ser críticos: lo que me parece problemático es que exista quien los premie, quien los promocione desde una idea de masa y élite que en realidad es elitista, quien confunda ventas con calidad intencionadamente y quien, en nombre del acceso a la literatura, en realidad esté negando este mismo acceso a una parte importante del público lector para enriquecerse. El Premio Planeta trabaja para hacernos más tontos y más españoles.