La aparición de encuestas en los días previos a la campaña electoral del 20 de diciembre está confiriendo a los posibles resultados que se pueden producir en Catalunya un carácter de comicios mucho más importantes de lo que algunos podían pensar hace unas semanas. Se vislumbra un cambio de mapa que, además, se amplifica con la falta de un gobierno con todas sus funciones, como consecuencia de la no investidura de un president de la Generalitat. El hecho de que el liderazgo se lo estén disputando Esquerra Republicana y Ciudadanos –no hay unanimidad respecto a las opciones que puede tener En Comú Podem, la marca que recoge a los partidarios de Pablo Iglesias y Ada Colau– es un vuelco respecto a cualquiera de las elecciones españolas anteriores.

En el caso de los republicanos, la victoria devolvería el partido de Oriol Junqueras a la privilegiada posición que ya ocuparon en las elecciones europeas del 2014 y conseguirían un hito en su historia reciente. Entendiendo por reciente, las últimas cuatro décadas. Más vuelco sería aún si fuera Ciudadanos el que resultara vencedor en su plaza más difícil. Rivera araña votos de todos los partidos colindantes, hasta sumirlos en una estado de aparente respiración asistida.

Pero quienes van a sufrir más en estas elecciones españolas son los que hasta la fecha eran hegemónicos en Catalunya. Democràcia i Llibertat, la marca que engloba a Convergència, tiene tres problemas: es aún muy desconocida para amplias franjas del electorado, el espacio sociológico convergente está desorientado y desmotivado, y la organización política está más preocupada por otras cuestiones que tienen su epicentro en Catalunya y no en Madrid. El PSC, que siempre necesita un PSOE en forma para tener un gran resultado en las elecciones españolas, no está encontrando en Pedro Sánchez el líder que necesitaba. El caso del PP de Mariano Rajoy es el más paradigmático. Aunque su resultado será muy malo, un mapa político muy fracturado juega a su favor, ya que la diferencia de diputados con el ganador no será abismal, como sucede siempre que los socialistas han llegado a la Moncloa.

El hecho de que la CUP, que no se presenta a las elecciones españolas, haya situado su asamblea decisoria para fijar su posición en la investidura de Artur Mas para el próximo día 27, otorga a las elecciones españolas un factor de interés nuevo. Y quién sabe, incluso, si cuando llegue aquel día, y tras los resultados del día 20, lo que decida la CUP acaba siendo irrelevante. Porque las heridas en el otro lado son demasiado profundas.