"Debemos recuperar las competencias en inmigración porque, entre otras cosas, formamos parte de una nación que tiene su identidad nacional en riesgo". Estas palabras las pronunció un dirigente independentista en agosto del pasado año. Leyéndolas, a algunos líderes de Podemos les podría venir salivera para empezar a acusarlo de ser un racista de extrema derecha. Sin embargo, quizás quedarían sorprendidos y no entenderían nada si supieran que las pronunció Arnaldo Otegi durante una entrevista que concedió a Radio Euskadi. ¿Es Otegi un racista de extrema derecha? Por supuesto que no. De la misma forma que tampoco lo es Míriam Nogueras o cualquier otro catalán que pueda expresarse en términos similares. Es innegable que la llegada masiva de personas tiene un fuerte impacto sobre la lengua, la cultura y la identidad catalanas, o sobre la lengua, la cultura y la identidad vascas. Esto nadie con dos dedos de frente lo puede discutir, pero no es el tema de este artículo.
Uno de los elementos nucleares de la extrema izquierda española es el anticatalanismo
El tema de este artículo es Podemos, partido marginal pero ruidoso que no quiere entrar en el fondo de esta cuestión, ni de ninguna otra, porque es más cómodo vivir en el dogmatismo sectario que en el terreno del debate de las ideas. Por eso ni siquiera quiso discutir con Junts sobre el traspaso de las competencias de inmigración. Por eso, cuando han visto que la mayor parte de la opinión pública se les ha girado en contra, han perdido los papeles y han empezado a insultar a diestro y siniestro, tal y como hizo Pablo Iglesias en TV3. Por eso son contrarios a la independencia de Catalunya pero braman a favor de un Estado palestino. Sus contradicciones pueden parecer incoherentes, pero no lo son. Y no lo son porque uno de los elementos nucleares de la extrema izquierda española es el anticatalanismo. Es este el pequeño hilo que conecta siempre la extrema derecha y la extrema izquierda españolas. Y, curiosamente, el blanco principal de ambos extremos son las clases medias catalanas, lo que ellos llaman la burguesía catalana. Por eso no puede sorprender la alianza de hecho entre Vox, el PP y Podemos en el rechazo al traspaso de las competencias en inmigración, porque, por encima de todo, ellos son nacionalistas españoles; que sean de derechas o de izquierdas es coyuntural, porque lo estructural es su españolismo militante. Da igual que en la muñeca lleven la rojigualda o la bandera republicana tricolor; no deja de ser una bandera española.
En Catalunya hemos sufrido y conocemos bien esta alianza, y en mi casa también. Mis abuelos, en este sentido, son un buen ejemplo representativo de ello. Mi abuelo paterno, un hombre de clase popular sin demasiados recursos, tuvo que huir de Catalunya porque pertenecía a una entidad católica de Badalona y los asesinos de la FAI lo querían matar. ¿Era mi abuelo un franquista? Claro que no; era catalanista, republicano y de clase trabajadora, pero tuvo que huir por culpa de quienes, teóricamente, estaban en su bando. Por el contrario, mi abuelo materno era un burgués de la plaza Molina de Barcelona, que luchó en el bando republicano hasta el último momento, cuando fue hecho prisionero por los sublevados en el sitio de Madrid. Desde la óptica de la extrema izquierda, mi abuelo paterno debe de ser un traidor y mi abuelo materno un caso extraño, porque era un burgués de Sant Gervasi que siempre permaneció leal a la Segunda República. He aquí lo que los podemitas no pueden entender, porque nunca han conectado con el alma ni la historia del país. “Me pilla lejos”, dijo Íñigo Errejón en su día, y a fe mía que fue transparente.
Este anticatalanismo de la extrema izquierda española es endémico e histórico, así como el anticatalanismo de la extrema derecha. En 1935 el diputado José Calvo Sotelo, del partido ultra Renovación Española, pronunció en el Congreso de los Diputados su famosa sentencia: “antes roja que rota”, en referencia a la pugna soterrada entre las dos Españas. Solo tres años después, en 1938, el entonces presidente del Consejo de Ministros, Juan Negrín, del PSOE pero muy cercano al PCE y a Moscú, exclamó ante sus ministros: “No estoy haciendo la guerra contra Franco para que nos retoñe en Barcelona un separatismo estúpido y pueblerino. ¡Estoy haciendo la guerra por España y para España! ¡Por su grandeza y para su grandeza! Se equivocan los que supongan otra cosa. No hay más que una nación: ¡España! Antes de consentir campañas nacionalistas que nos lleven a desmembraciones que de ningún modo admito, cedería el paso a Franco...”. Para unos y otros era y es más importante la unidad de España que ser de derechas o de izquierdas. Ya lo decía Joan Sales, cuando definió el failangismo: “Si aquí tenemos a la FAI, allí tienen a la Falange; quién sabe si en el fondo ambas cosas no son sino una”. Esta es la realidad histórica y no la cambiaremos nosotros, ni con pedagogía ni con frentes populares periféricos de izquierdas. La solución, en cambio, radica en estas palabras del president Lluís Companys: “Todas las causas justas del mundo tienen sus defensores. En cambio, Catalunya solo nos tiene a nosotros”.