Desde el 14-O, hay dos cosas que, sin relación aparente, llaman la atención: la aparición en la escena política de la generación más joven y como Pedro Sánchez ha respondido al llamamiento al diálogo del independentismo, insistiendo en el hecho de que, primero, tenemos que dialogar entre catalanes.

La primera vez que el líder del PSOE se salió por la tangente en esta dirección, pensamos que le teníamos que hacer caso, ¡pero de verdad!, no sólo para hablar de la convivencia entre lo que él se empeña en definir como dos, supuestas, comunidades existentes en Catalunya: los independentistas y los que no lo son. Por eso, cuando decimos de verdad, queremos decir reflexionando sobre el qué y no sobre el cómo. Sobre cuáles son las causas profundas que, en menos de 10 años, han puesto la independencia en el centro del debate político en Catalunya y en España.

Es en estas causas profundas donde encaja la entrada en escena de los jóvenes y su forma de protestar, parecida a la de los que éramos jóvenes en mayo del 68, en París o en los primeros años de la llamada "Transición". No todas las generaciones, cuando afloran en la escena pública, actúan de la misma manera. No siempre se dan las condiciones para cuestionar la situación. Durante los 40 años de "paz franquista" o los 40 de "paz democrática", gran parte de las generaciones que emergieron pasó desapercibida, al menos en la calle y de forma masiva y organizada. Unas por el miedo y la represión del régimen y las otras, entre más causas, por el tapón que supuso la generación que accedió al poder en una edad mucho más joven de lo que era usual (la generación de los años 68-78), convencidos de que habíamos llegado a la situación política ideal ―la democracia europea― y, finalmente, por la competitividad en todos los campos, origen del individualismo y de la especialización profesional, que se convierte en terreno adobado para el egoísmo que ha estropeado la mayoría de casi dos generaciones que hay entre aquellos jóvenes del 68 y los de ahora.

Y es aquí, en estas causas profundas, donde nació la actual fase del procés de independencia. Sólo hay que leer la declaración fundacional de la ANC, aprobada en abril del 2011, para entender que la cosa no iba, ni va, sólo, del reconocimiento nacional de Catalunya y, como consecuencia más directa, de la constitución de un estado propio. Hay muchas razones (históricas, culturales, económicas, lingüísticas...) pero sobre todo hay futuro, para diseñar el país que queremos. El país que queremos los catalanes y las catalanas de hoy, los más jóvenes y los mayores, los que hemos nacido y los que han hecho su tierra de adopción, los que se sienten de derechas, o de izquierda, los que no lo saben a ciencia cierta y los que consideramos que estas fronteras ideológicas ya no aportan soluciones de futuro.

Si somos capaces de pensar globalmente y actuar localmente, de cooperar en vez de competir, nos pondremos de acuerdo con el país que queremos y en las nuevas herramientas que necesitamos

Mientras el debate ha girado en torno a razones fundamentalmente identitarias, le hemos hecho el juego al nacionalismo más tronado de todos, el español, y nos hemos ido atascando; sin embargo, en estos momentos hay muchas iniciativas que están perfilando un camino lleno de posibilidades. Ahora, la revuelta de los jóvenes es una gran oportunidad que no podemos desperdiciar. Pero no nos engañemos, la mayoría de ellos quieren hablar de futuro, de su futuro, que aparte de lejano, lo ven mucho más negro de lo que lo veíamos hace 50 años, cuando teníamos su edad, aunque viviéramos bajo una dictadura. Hoy, lo que se está deshaciendo, delante de sus ojos, es la democracia, el estado del bienestar, al menos aquel modelo de libertades y bienestar que parecía el objetivo soñado, difícilmente superable.

Desde hace unos cuantos años, muchos de los más mayores hemos ido corroborando las debilidades y contradicciones de la Unión Europea, haciéndonos sentir entre engañados y decepcionados, y cada vez más desorientados, llegando a la conclusión de que para avanzar tenemos que cambiar el orden establecido, como ha pasado tantas veces en la historia de la humanidad. Un orden bien trabado, con una solidez más aparente que real, defendido por estados muy poderosos que hacen de escudo de poderes financieros, económicos y militares cada vez más opacos, con ramificaciones por todas partes, y con intereses que pocas veces coinciden con los de la mayoría de los ciudadanos de estos estados y, por supuesto, de los otros países.

Si eso es así, nos tenemos que preguntar: ¿qué salida tenemos? Pues, muy sencilla: cambiar el mundo. Sí, no riáis ni lloréis... ni dejéis de leer. Que la respuesta sea sencilla no quiere decir que sea fácil, muy al contrario. Si decimos que tenemos la suerte de estar en la primera línea de fuego, no nos toméis por locos, por favor. Estamos aquí por un cúmulo de circunstancias, que podemos simplificar diciendo que en un lugar determinado ―Catalunya― coincidieron en el tiempo dos hechos ―crisis económica / sistémica y sentencia contra el Estatut― que nos han hecho cuestionar el orden establecido ―un Estado de la UE más o menos sólido mientras no era sometido a ninguna prueba de estrés― y que, una vez producida la chispa, los hechos nos han llevado hasta donde estamos ahora: resulta que para ser libres tenemos que cambiar el mundo. Lisa y llanamente. Y cuanto más tardemos en ponernos manos a la obra, más difícil nos resultará. Ya no hay posibilidades de dar marcha atrás. Nos toca creérnoslo de verdad y no decepcionar a la gente de fuera que confía en nosotros. No estaremos solos si sabemos quiénes son nuestros verdaderos aliados, que nunca serán los poderes establecidos, los poderes estatales y las organizaciones que los reúnen.

Nuestro problema, el de la gran mayoría de los ciudadanos y ciudadanas de Catalunya, no es si queremos o no queremos la independencia, sino qué Estado necesitamos para superar los grandes retos que tenemos delante, unos retos que se añaden a los que sufrimos como catalanes, como españoles, europeos y como habitantes del planeta. Identificar estos retos y definir las formas de afrontarlos es, o tendría que ser, el primero de nuestros objetivos.

Si somos capaces de pensar globalmente y actuar localmente, de cooperar en vez de competir, nos pondremos de acuerdo con el país que queremos y en las nuevas herramientas que necesitamos. Los estados que conocemos, nacidos en unas determinadas circunstancias históricas ―como el sistema de partidos políticos―, no son más que herramientas de las que las sociedades nos dotamos para progresar en cada momento. Si España no hace este debate y no es capaz de ofrecer un proyecto de futuro estimulante, no dudamos que trabajando conjuntamente, jóvenes y mayores, sabremos encontrar la mejor salida para la gran mayoría de nuestro pueblo. Ahora, tal como estamos, esta salida se llama independencia, se llama República Catalana, pero tenemos que estar dispuestos a aceptar y defender cualquier otra fórmula que surja del debate abierto, plural, entre todos los ciudadanos y ciudadanas de este país. Nos gustaría que todo el mundo estuviera dispuesto a hacer lo mismo. Toca correr riesgos. El objetivo se lo vale.

 

Pere Pugès es fundador de la ANC. Firman este artículo los miembros de Exigents.cat: Alícia Casals, Ariadna Benet, Enric de Vilalta, Eudald Carbonell, Ignasi Faura, Jaume Marfany, Joan Carles Roca, Joan Contijoch, Joan Guarch, Jordi Manyà, Josep Ferrer, Josep Lluís Fernàndez, Josep Pinyol, Joan Puig, Josep Viana, Lluís de Carreras, Màrius Calvet, Miquel Strubell, Mireia Juanola, Pere Oriol Costa, Pere Pugès, Ricard Domingo, Rosa Maria Quintana, Rosa Maria Dumenjó, Toni Morral, Víctor Cucurull, Virgili Delgado y otros.