Jordi Barbeta tiene razón cuando dice que lo mejor que los catalanes podremos hacer en los próximos años es dedicar la inteligencia a tratar de encontrar formas personales de escaparnos de la política. Por más salvaje que sea la carnicería ucraniana, creo que el próximo muro de Berlín no se va a construir en la frontera con Rusia. Esto lo dice la propaganda de la OTAN y se lo creen los títeres de Vichy que viven de hacer sombras chinas con los traumas del pasado. En Cataluña se ve muy claro que los rendimientos de la violencia han cambiado, y que la sangre humana empieza a resultar un valor tan retórico y cinematográfico como el zumo de tomate.

En mi opinión, el muro de Berlín del siglo XXI se intentará construir no a Finlandia sino en los Pirineos y no estará hecho de alambre y hormigón ni impedirá la circulación de personas y mercancías. Será un muro mental, que es el tipo de muro que ahora sale a cuenta construir gracias a las redes sociales y la inteligencia artificial. Para que África vuelva a empezar en los Pirineos basta con que los catalanes no puedan escapar mentalmente de España y que, por tanto, las inquietudes y las contradicciones de Barcelona no puedan llegar a Europa con una voz propia y civilizadora. España ha servido de banco tóxico en los países ricos del continente desde los tiempos de la leyenda negra y las costumbres cuestan de cambiar.

El estado nación occidental, que fue un invento magnífico en su momento, ya no tiene capacidad para competir con los hijos que esparció por el mundo. En los años dulces de la globalización los europeos llegaron a mirar a España como una promesa de felicidad y redención, en parte confundidos por la euforia hedonista del momento. Ahora, con la herida que Catalunya ha inflingido al régimen del 78, España tenderá a molestar y a asustar cada vez más en las cancillerías europeas. Los problemas y contradicciones peninsulares volverán a convertirse en un espejo amplificador de las inseguridades y de los temores del continente, como en los viejos tiempos, cuando los españoles eran los leprosos de Europa.

Los partidos del Parlamento se han convertido en los pilares de una telaraña de perversiones que sólo sirve para alimentar un sistema envejecido y fraudulento. Los políticos catalanes quizás están atrapados en las lógicas perversas de la represión, pero el resto del país no tiene por qué estarlo

Lo cierto es que, entre los listos que quieren construir una España nueva sin pasar por el referéndum, y los franquistas que preferirían exterminar a Catalunya antes de cambiar nada, los catalanes tenemos poco margen para apoyarnos en la política. Los partidos del Parlamento se han convertido en los pilares de una telaraña de perversiones que solo sirve para alimentar un sistema envejecido y fraudulento. Los políticos catalanes quizás están atrapados en las lógicas perversas de la represión, pero el resto del país no tiene por qué estarlo. Los electores catalanes ya han pagado con la pena y la humillación la debilidad de haberse dejado enredar durante el proceso; no hace falta que ahora corran la suerte de los políticos y los partidos y se rebajen a sostener las comedias españolas.

De las ficciones hace falta saber marcharse a tiempo. Es importante recordar que las mismas ficciones que te pueden ayudar a superar una época difícil (por ejemplo, la Transición) pueden hundirte en otra (por ejemplo, ahora que ya sabemos cuánto vale un 155). Dejando a un lado los funcionarios, que cobran dinero público, el país no debe nada a sus representantes, sino más bien todo lo contrario. No puede ser que TV3 tenga tanta influencia sin que nadie se la mire. No puede ser que la sonrisa cínica de Yolanda Díaz y la prosa viscosa de Iván Redondo no hagan el mismo asco que VOX, en Catalunya. No puede ser que el mejor argumento de la oposición a ERC sea que Pere Aragonès es un hombre bajito.

Los chicos de ERC ya hacen su trabajo, que es convertir la política autónoma en una película de los hermanos Marx. Si existía la posibilidad de hacer algo mejor, los amigos de Puigdemont lo han acabado de destruir, como ya avisamos en Casablanca, y en este diario, en tiempos de Quim Torra y de Laura Borràs. No saltaremos el muro haciéndonos los proscritos y perplejos en pleno año electoral, por mucha filosofía que pongamos. La única forma de crear una dialéctica política que no nos derrumbe es pensar a largo plazo y vivir en Catalunya como si estuviéramos en una dictadura. Es mejor dejar que los españoles hagan el trabajo sucio y, en vez de mirar nosotros a los políticos, como prevén los algoritmos, esperar a que sean los políticos los que nos miren a nosotros.

Al fin y al cabo, como decía Macià Alavedra, los auténticos líderes te los encuentras en medio del camino; no te enseñan el muslo desde el arcén de una carretera esperando a que te pares a darte un instante de satisfacción.