La paradoja revolucionaria de tener una Declaración de los Derechos Humanos sin contar con las mujeres le costó la vida. Se llamaba Marie Gouges (Montauban, 7 de mayo de 1748 - París, 3 de noviembre de 1793) aunque la conocemos como Olympe de Gouges. Se trata de una escritora ilustrada que evidenció las carencias de la Declaración de los Derechos Humanos, demostrando que el texto era incompleto porque no otorgaba los derechos a la mitad de la población. Olvidaba a las mujeres.
Marie luchó, escribió, fue agitadora cultural. Pero no fue aceptada. De hecho, murió decapitada acusada de bruja, histérica, desequilibrada y traidora. No había tenido estudios, y la poca gramática que sabía no la convirtió, ciertamente, en una escritora excelsa, pero sí en una revolucionaria inigualable.
Esta pionera de los derechos humanos se casa (la casan) cuando tenía 17 años con un hombre rico. Tuvo un hijo, que la repudió cuando la mataron, por el miedo de ser asociado a una persona como ella. Al perder el marido se trasladó a París, donde fue conocida en los salones literarios y ambientes intelectuales. Marie se convirtió en escritora teatral, ensayista y activista. Dirigió un diario que se llamaba L'impatient. Toda una premonición. Muy preocupada por el comercio de esclavos y por los derechos de las mujeres, empieza a escribir. La obra de teatro más conocida es La esclavitud de los negros. La pieza no complace —pone el dedo en la llaga del enriquecimiento de la burguesía de su tiempo— y la encarcelan en la Bastille. Escribe e intenta conseguir un juicio, pero no saldrá adelante y acabará guillotinada en la plaza pública, acusada de haber traicionado los ideales de la Revolución Francesa.
Olympe pasa a la historia por haber escrito la Declaración de los derechos de la mujer y de la ciudadanía en 1791. Le parecía que el texto aparecido dos años antes, y que hemos estudiado y aprendido como Declaración de los Derechos del Hombre, era muy interesante pero totalmente insuficiente. Olympe fue lúcida y enseguida denunció los sesgos. Mujer, despiértate; el redoble de campanas de la razón se hace oír en todo el universo; reconoce tus derechos", escribió. Dirigió una carta a la reina María Antonieta, a quien veía también como una víctima del sistema, a pesar de los aparentes privilegios.
Para ella, la ignorancia, el olvido y el menosprecio de los derechos de las mujeres son las únicas causas de los males públicos y de la corrupción de los gobiernos. Olympe proclamaba la igualdad y se oponía a la inferioridad en que los Derechos Humanos habían dejado a la mujer
Olympe des Gouges, esta pionera del feminismo que vivió en el siglo XVIII, acabó muriendo guillotinada, como la reina, porque Robespierre la consideró a una rebelde traidora. A pesar del espíritu revolucionario de Olympe, no se plegó a los tics dictatoriales de Marat y Robespierre. Y perdió ante el Terror.
Olympe fue educada en una escuela católica. Mujer revolucionaria como era, no tenía en buena consideración la religión, pero sí a Dios. Escribe: El verdadero Dios, tal como nos lo tenemos que imaginar, es, me parece, un dios generoso y benéfico; permite que todas las naciones prosperen, en cualquier forma que se quiera adorar. [...] sin embargo, ¡qué males no ha producido la religión! ¡Qué disputas no causará todavía!".
Olympe era crítica, no solo con la religión, sino con la cultura y las costumbres. Olympe vio que el matrimonio tenía que ser igualitario, que las mujeres tenían derecho a escoger y amar a quien quisieran, y también era partidaria del divorcio, del acceso de la mujer al trabajo —el que fuera— y a poseer propiedades.
Olympe fue una mujer olvidada (y repudiada por su único hijo). El siglo XXI, Francia la ha rehabilitado y ahora le dedican pódcasts, libros, obras de teatro, calles, plazas y tesis doctorales. Para ella, la ignorancia, el olvido y el menosprecio de los derechos de las mujeres son las únicas causas de los males públicos y de la corrupción de los gobiernos. Olympe proclamaba la igualdad y se oponía a la inferioridad en que los Derechos Humanos habían dejado a la mujer, olvidándola en las proclamas de libertad, igualdad y fraternidad. Hoy, esta mujer que ahora ensalzan los franceses, pondría el dedo en el ojo a tantos bocazas que hablan todo el día de libertad, igualdad y fraternidad, y que, incoherentes, no solo traicionan los ideales republicanos donde se fundamentan estos valores, sino los del humanismo más básico.