“¿Qué sería de nosotros sin un hermoso sueño?”. Este es un verso de una canción de Joan Manuel Serrat. A menudo es más fácil evocar la libertad con la poesía que lograrla de verdad. La literatura no puede sustituir jamás a la política. Al contrario, es la buena política la que inspira a la literatura. En la misma canción, Serrat también observa que “para construir un hermoso sueño / lo primero que hace falta es estar despierto, / mano firme para llevar las riendas / y construirse un proyecto a medida / contando que todo se encoge”. Sólo los idealistas y los dogmáticos se niegan a admitir que la política, que por naturaleza es el arte de la negociación y el acuerdo, puede provocar que se cumplan los sueños. No existen recetas para llegar a la plenitud. Cada caso es un mundo, pero actuar en política significa buscar los mecanismos para convertir en posible lo que en realidad sólo es probable. Vayamos al grano.

El presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, ha osado proponer celebrar "un referéndum de autogobierno y no de autodeterminación" como solución al actual conflicto entre Catalunya y España. ¿Qué sentido tiene votar un nuevo Estatut? Ninguno. En especial si esa propuesta que da a conocer el día siguiente de amenazar al Govern Torra que se aplicaría otra vez el artículo 155 si no abandonaba la ruta soberanista. Retornar a la autonomía provocaría que Catalunya siguiera ligada a la dependencia. Tiene razón Sánchez cuando resalta que “ahora mismo [Catalunya] tiene un Estatut que no votó”. Ciertamente, el Estatut de 2006 es un artefacto abortado y desde 2010 la autonomía está muerta. El golpe de los poderes del Estado contra el Estatut rompió el pacto constitucional y se cargó el régimen del 78. Han transcurrido ocho años desde aquella sentencia y la herida sangra y sangra sin cesar. ¿Es que Pedro Sánchez no sabe qué pasó en esa década? Durante el tiempo transcurrido, el PP ha actuado de una forma más brutal que el PSOE. Pero al final, el tripartito del 155 ha aplicado una política de tierra quemada sin que los socialistas del PSC se escandalizasen ante la xenofobia anticatalana que esparcían dirigentes del PP y el PSOE. La campaña de firmas contra el Estatut fue el precedente del “a por ellos”. Ahora insisten en lo mismo, porque un día ofrecen diálogo y al día siguiente amenazan al Govern con la aplicación de nuevo del 155. Los de la peste naranja querrían ir más allá.

Un día ofrecen diálogo y al día siguiente amenazan al Govern con la aplicación de nuevo del 155

La solución del conflicto con Catalunya se materializará, inevitablemente, con las urnas, pero estos votos no servirán para aprobar o rechazar un nuevo Estatut. Ese escenario ya ha caducado, por lo menos para los soberanistas. Neutralizar el movimiento independentista durante una generación ya no depende de eso. Quizás unos cuántos se  acomodarán a las circunstancias, pero difícilmente lo hará el grueso social que ha impulsado a los partidos autonomistas a abrazar el independentismo. La exigencia de ahora consiste en reclamar que el Gobierno español acuerde con el Govern catalán la convocatoria de un referéndum de autodeterminación. No será fácil conseguirlo, pero habrá que apelar a la comunidad internacional para encontrar una salida pactada y aceptar públicamente que si los independentistas perdieran ese referéndum, entonces el PSOE o quien fuera tendría la legitimidad para abrir la puerta a un nuevo Estatut. Entretanto, des del soberanismo no es posible aceptar lo que se ofrece. Tan irreal es hoy esa propuesta como retomar sin más el escenario del 27-O.

La reivindicación de la autodeterminación está viva y es inapelable. No existe otra posibilidad. Por lo menos esta es la exigencia de la generación soberanista actual. No sé lo qué pasará dentro de cuarenta años, pero en estos momentos el republicanismo catalán es soberanista. Quién quiera volver a la “normalidad” tendrá que aceptar esta premisa. Además, en la medida en que la arbitrariedad, la represión y el autismo se han apoderado de Madrid, más sentido adquieren las palabras del cantautor Ovidi Montllor cuando aseguraba, en pleno franquismo, que la razón de los intransigentes se va diluyendo mientras que la fuerza de los demócratas va creciendo. Pero esta fuerza debe traducirse en una propuesta política. Sin política, insisto, no se logra jamás lo imposible. El eslogan “revolución o muerte” no sirve para resolver nuestro caso. Sobre todo porque nadie está dispuesto a tomar las armas. La épica de la política tiene mucha más poesía que los cantos revolucionarios.

Siempre ha sido así. O guerra o política. Los sacrificios personales de los dirigentes soberanistas convierten en imposible una solución como la que propone Sánchez. España actúa con la lógica de la guerra. En el caso hipotético de que la propuesta de Sánchez fuera sincera, si bien no sea la adecuada, antes debería ofrecer una solución política a los presos y a los exiliados. Hasta ahora ha hecho lo contrario. Su vicario en Catalunya, Miquel Iceta, amenaza a los presos con largas penas de prisión si el soberanismo no se rinde. Asusta que una persona que se considera demócrata diga en voz alta que una sentencia judicial puede estar condicionada por el ambiente político que se respire en la calle. A los negros también los ahorcaban públicamente por la presión social de los racistas. Esta falta de garantías democráticas es lo que se debe denunciar a los cuatro vientos. Varios colectivos soberanistas de la sociedad civil trabajan muy bien en este sentido, pero el soberanismo gubernamental no sabe cómo liderarlo. ¿La creación de un comisionado para evaluar los daños del 155 no debería haber servido para eso, por ejemplo? Iceta busca la rendición del soberanismo y no lo conseguirá. El suyo es un planteamiento que nos retrotrae a la guerra sucia contra el Estado democrático y esa es la gran baza del soberanismo. Hoy la preocupación por la muerte de la democracia es mundial.

El republicanismo es hoy la causa de los demócratas en Cataluña y en Espanya y eso será lo que permitirá ensanchar la base soberanista

En EE.UU. y en la UE, la izquierda y los movimientos en defensa de la democracia reclaman políticas que garanticen los derechos humanos que los ultraconservadores y los ultranacionalistas quieren liquidar. Aquí no. Aquí, y en España, los socialistas se alían con los conservadores y la extrema derecha españolista para recortar las libertades y perseguir a los disidentes. El caso catalán es, también, un conflicto democrático y hay que abordarlo desde esta perspectiva. Los políticos españoles y el extremismo mediático han provocado esta situación. Da igual que Felipe VI sea un reaccionario, la cuestión es que el jefe del Estado español el 3 de octubre se puso al frente de quienes conculcan los derechos de los soberanistas que osaron reclamar votar. Han optado por la misma vía autoritaria que los Orban, Erdogan y Putin. El republicanismo es hoy la causa de los demócratas en Catalunya y en España y eso será lo que permitirá ensanchar la base soberanista.

Hablar, negociar, buscar soluciones. Todo eso es posible y necesario. El Govern no ha descartado que el president Quim Torra acuda al Congreso para explicarse después de la invitación de la presidenta de la cámara, Ana Pastor (PP). Pero deberá hacerlo sin engaños, respetando la realidad y los anhelos de todo el mundo. En un debate de ideas la legalidad es secundaria. Si lo que se quiere es reeditar el espectáculo del 1 de febrero de 2005 cuando Ibarretxe acudió al Congreso para exponer su plan, lo mejor será dejarlo correr. Y entretanto, el soberanismo debería cumplir sus deberes. Si el soberanismo no aporta reformismo, no conseguirá ensanchar la base social. El soberanismo debe convertir el actual conflicto en una oportunidad. Ahora mismo podría estar liderando dos frentes a la vez. El de la legitimidad, representado por Carles Puigdemont en Waterloo, y el pragmático, encabezado por Quim Torra en Barcelona. ¿Cuál es el proyecto reformista del Govern autonómico? No se sabe. Eso es lo que hay que explicar. Antes de llegar a la implantación de la República podemos reformar, por ejemplo, la administración autonómica, el sistema universitario catalán o mejorar las políticas de igualdad y el conjunto del estado del bienestar.

Hacer república quiere decir eso: cambiar lo que hoy ya podemos cambiar para romper con un sistema político que está carcomido por los vicios del régimen del 78. Y si el Tribunal Constitucional nos lo impidiera, como ya ha pasado con algunas leyes, convertir la prohibición en una campaña de publicidad y de denuncia. “La Generalitat informa...” también es eso. Si el soberanismo decidió elegir a un nuevo president después de la deposición del president y de los consellers legítimos, lo lógico sería que se hubiera diseñado un plan de gobierno que fuera un revulsivo y no un mero papelito que se reparte entre los departaments de la Generalitat y que sólo sirve para alimentar la burocracia. Vivimos una situación excepcional que reclama valentía y dirección política. Y, también, hacer las cosas de una manera diferente. Este es el momentum que el Govern de Quim Torra debería saber aprovechar. Si lo hiciera, dejaría sin argumentos a los que confunden el realismo con la necesidad de tener paciencia.