Empiezo este artículo justo cuando me acabo de enterar de la muerte repentina de Enric Canals. Fue el segundo director de TV3, justo un año después de que el gran Joan Pera pronunciara unas palabras que han quedado en la memoria colectiva: “señoras y señores, buenas tardes. Amigos, hoy 10 de septiembre de 1983 os saludamos por primera vez desde TV3”.
Nacía una televisión que, en el ideal de recuperar la soberanía de Catalunya, representaba una auténtica estructura de Estado; de hecho, una de las pocas que podíamos conseguir con el exiguo poder que nos otorgaba la autonomía. Eran los años en los que bullíamos de reflexiones políticas sobre la nación catalana, y la necesidad urgente de crear pequeñas porciones de soberanía, con el fin de prepararnos para cuando tuviéramos Estado. Los seminarios en la Universitat de Prada, Max Cahner y las Jornades nacionalistas, la posterior creación de la Fundación Acta —de la que Joan Culla fue el presidente y yo tuve el honor de ser directora—, todo transitaba en un doble tiempo: el presente, en el que había que construir discurso e iniciativas; y el futuro, para el que debíamos prepararnos. Recordar todo esto ahora, que estamos en una profunda caída política, anímica y sobre todo nacional, parece un anacronismo propio de la nostalgia, pero en aquel tiempo y con aquel estado de ánimo nació "la nuestra". Detrás, la urgente necesidad de crear aquello que Josep Gifreu llamó "el espacio catalán de comunicación", una red mediática que mirara al mundo desde la mirada, la identidad y los intereses de la nación catalana. Mirar al mundo desde Catalunya, y no hacerlo desde España, tan propia, como universal. De hecho, incluso hubo polémica con el 3 del logo, porque la nueva televisión no era la terciaria de otras, sino la primera de nuestro país. Con este espíritu, en aquellos años ochenta, nació TV3.
Incluso hubo polémica con el 3 del logo, porque la nueva televisión no era la terciaria de otras, sino la primera de nuestro país
Recuerdo vivamente a Enric Canals, paseándose, con su notable altura, por los estrechos pasillos de aquel espacio provisional en la calle Numància donde TV3 empezó a rodar. Revisaba, miraba, hablaba, debatía, intentaba dirigir una televisión nueva, con una gente nueva y un espíritu nuevo, y toda la atmósfera de aquel momento respiraba ilusión. En aquel tiempo habíamos empezado un programa de cultura llamado Trossos, dirigido por Vicenç Villatoro, y por todos nosotros; formar parte de él fue una universidad entera de periodismo. Después vendrían las flamantes instalaciones de Sant Joan Despí; los primeros ENG, que representaban un salto cualitativo en la agilidad informativa; los modernos TN; los primeros iconos televisivos... Años de construcción de una televisión moderna, con un horizonte cosmopolita, pero sin perder nunca el sentido de la nación desde la que se informaba. Es decir, como catalanes, explicábamos el mundo.
De todo ello, quedan las enrunas. Hoy TV3 es tan chabacana, superficial y española como el resto de canales, y la única diferencia notable es el idioma con el que se transmite la información, aunque con crecientes concesiones al castellano, incluso de manera gratuita. Es tanta la lejanía con el espíritu fundacional que incluso se han cargado la marca, convertida en una especie de sopa de letras fría, amorfa y descontextualizada. Obviamente, esto no quiere decir que no haya excelentes profesionales y buenos programas, lo cual es indiscutible; pero ya no es la televisión que quería construir el espacio comunicacional catalán, sino una televisión más, con algún distintivo diferencial, como el idioma. De televisión nacional a televisión regional, en un proceso de deterioro que camina paralelo al del país. Nada es sorprendente: Catalunya está en un proceso de pérdida de la ambición nacional muy acelerado. Su televisión pública no es más que el reflejo de una regionalización acomodada, satisfecha y derrotada.