El 7 de junio de 2021, el TSJC estimó las medidas cautelares urgentes pedidas por la Asamblea para una Escuela Bilingüe de Catalunya. Un día antes de que empezaran las PAU. Los jueces consideraban que repartir el examen en catalán por defecto y obligar al alumno a escoger a mano alzada la lengua del examen vulneraba derechos fundamentales. Aquel mismo día compareció Gemma Geis, la consellera de Universitats, para levantar la red flag de referencia de la política catalana: "La selectividad —o lo que sea que ya está revuelto y manoseado— no se toca". El argumento era que ya se garantizaba que los alumnos escogieran en qué lengua querían los enunciados de los exámenes —porque ya estaba revuelto y manoseado— pero que el catalán era la lengua preferente y que así seguiría. Este año, para sorpresa de absolutamente nadie que siga algo la política de este país, los estudiantes tendrán que completar de manera anónima un documento al inicio de las pruebas, especificando en qué lengua desean los enunciados. Ni "la selectividad no se toca", ni lengua preferente, ni nada de nada. Desde que la única manera de sobrevivir políticamente en Catalunya es renunciar a hacer algo hasta el final y ser el más hábil adornando dialécticamente las piruetas, el dicho catalán de "perder una sábana en cada colada" es el precio que pagamos los ciudadanos de este país, votantes o no de esta gente, cada vez que toca hacer limpieza. Las de hoy son las sábanas de Gemma Geis.

Al frente tenemos a gente con muy poco sentido del sacrificio. Con una mano hacen ver que son el escudo contra la asimilación y con la otra colaboran porque la alternativa no les interesa o les da miedo

Con un sistema universitario castellanizado y una escuela catalana en manos del PSC y los comuns —con quienes Junts y ERC han pactado que el catalán es lengua "vehicular" y el castellano es lengua "curricular"—, Gemma Geis es la encargada de gestar la apariencia de recatalanización de un mundo académico en el que los estudiantes de la Universitat Pompeu Fabra tienen que hacer huelga para exigir más horas lectivas en catalán, donde lo único que se ha conseguido ha sido un plan para que las clases se den en la lengua estipulada en la matrícula y donde el objetivo es que el año 2025 un 60% —¡poco más de la mitad!— de las clases sean en lengua catalana. Este es el panorama que les espera a los alumnos que ayer, hoy y mañana rellenarán el formulario anónimo para escoger en qué lengua quieren los enunciados de las PAU. Son jóvenes, los mismos que sólo hablan en catalán de manera habitual en un 28% de los casos en la ciudad de Barcelona, por ejemplo. También son los que únicamente consumen contenidos en castellano en la red y tienen que esperar a que algún programa como Crims o Eufòria les caiga del cielo para descubrir que en Catalunya hay gente que habla catalán. Son la gente a la que la política catalana abandona cada vez que se tapa una renuncia lingüística con un "no hay para tanto", cada vez que Òmnium y la Assemblea desaparecen del mapa cuando más se les necesita, y cada vez que se drena el catalán de los únicos lugares de donde no se le debería drenar nunca porque son los últimos baluartes de la lengua.

Al frente de nuestros anhelos tenemos a gente con muy poco sentido del sacrificio. Han hecho oficio propio del hacer aspavientos y simular indignación por unas "ignominias" que, de entrada, son las esperables cuando eres una minoría nacional en un estado como el español. De regatear siempre a la baja para no tener que asumir los costes de la confrontación, también. Con una mano hacen ver que son el escudo contra la asimilación española y con la otra colaboran de puntillas porque la alternativa no les interesa o les da miedo. Hacen de día y deshacen de noche sin problemas de conciencia, porque saben que cuando lleguen las elecciones, nuestros padres tendrán el voto a punto. Cada vez que "blinden" algo, temblad: sólo habrán blindado la manera de seguir pareciendo independentistas habiendo renunciado a aquello que nos hace ser catalanes.