En un último artículo mío relativo al trato que estaba recibiendo el independentismo catalán (y más después de la sentencia) destacaba que este movimiento se había desacomplejado, que es un atributo positivo; pero que al mismo tiempo estaba indefenso, un atributo limitativo. El argumento de la indefensión lo basaba en el hecho de que un conflicto de naturaleza política se había puesto en manos de la justicia, las fuerzas de seguridad y el Rey, ninguno de los cuales tendría que haber intervenido porque no es su función.

Es como si en un partido de fútbol un equipo va preparado para la ocasión suponiendo que el rival jugará tal como toca, pero a la práctica este rival no saca jugadores sino jueces y policías y que, además, interpreta el reglamento a su conveniencia. ¡Ah!, y con un árbitro que bendice la operación. Esto ya se ve qué resultado le puede dar al pobre equipo que iba a jugar de la manera convencional.

¿Quiere decir eso que no hay nada que hacer? No, ni mucho menos. Hacemos una especie de inventario de los recursos de los cuales dispone cada una de las partes ante el conflicto que ha planteado. Empezamos por el Estado y sus aparatos.

El estado español dispone de recursos "convincentes": el monopolio de la fuerza, el amparo de sus leyes, el monopolio de la interpretación de estas leyes. Para completar el panorama, dispone de la discrecionalidad del alto funcionariado del Estado, que manda más de lo que uno se piensa. A su lado, un cargo elegido democráticamente tiene poco poder y poca autoridad. Para imaginárselo, piense el lector en lo que le puede decir el ministro de Interior al cabo de la Guardia Civil en Catalunya cuando este dice que ellos también lo volverán a hacer, y todos entendemos qué quiere decir. Si el ministro lo reprueba, me imagino fácilmente el jefe de la Guardia Civil diciéndole: "Señor, hace 20 años que estoy aquí, he hecho carrera, lo doy todo por la patria, usted acaba de llegar, mañana no sé si estará, lo que sí que sé es que yo estaré 15 años más". Y el ministro, que a la práctica depende de este jefe, le dirá, previsiblemente: ¡Sí, señor!

La creencia de que el conflicto catalán sólo se resolverá reprimiéndolo, ahogándolo, es tan grande, que no se tienen en cuenta los costes en materia de descrédito internacional

En este contexto de monopolio de la fuerza policial, militar y judicial, poca cosa se puede hacer para cambiarlo. Se trata de un territorio en el que el estado español se siente cómodo. Provocar al independentismo, como ha hecho y está haciendo el Estado con el fin de crear un relato tumultuario del 1-O, le es fundamental (como ha intentado hacer en la farsa judicial), porque intenta poner el conflicto en el campo en que se siente bien. Ahora bien, eso es jugar con las cartas marcadas, es interpretar la ley como a uno le conviene, encarcelar el pensamiento político, y situar la calidad institucional a la altura de Turquía y de China.

La creencia de que el conflicto catalán sólo se resolverá reprimiéndolo, ahogándolo, es tan grande, que no se tienen en cuenta los costes en materia de descrédito internacional. Estoy convencido de que todo el montaje de la sentencia y todo lo que vendrá, a la corta o a la larga pasará factura al estado español. Pero la obsesión de castigo es tan grande, que a veces me pregunto si el Estado incluso estaría dispuesto a que lo expulsaran de la UE a cambio de resolver "a su manera" el problema catalán.

¿Y con qué recursos cuenta esta otra parte? Para sistematizarlo un poco, los he agrupado en cuatro categorías:

  1. La magnitud del problema, el número de personas que hay detrás del conflicto. 2 millones de personas con derecho al voto son mucha gente. Es la mitad del electorado y después de la "sentencia venganza" creo que subirá, sobre todo por el desencanto con los políticos que ante el problema callan o miran a otro lado, haciéndose, por lo tanto, cómplices.
  2. La actitud del independentismo, que es pacífica en el 99,99% y que definitivamente se ha desacomplejado ante el Estado. Las nuevas generaciones, ejemplarizadas por el #tsunamidemocràtic, no entienden la obcecación en castigar con ensañamiento presos políticos y exiliados. Ante si, la obcecación del independentismo es la tenacidad en conseguir el punto que sigue.
  3. El objetivo del independentismo es mejorar la sociedad catalana, no ir contra nadie, ni de casa y, sobra decir, tampoco contra el resto del Estado.
  4. El instrumento: votar. No hay otro. Ahora el 10-N, más adelante un referéndum.

Los que se sienten dolidos por cómo les trata el Estado están indefensos ante tanta fuerza y tanta disposición a utilizarla. La desigualdad de medios entre uno y otros es enorme; tan enorme como la desigualdad en los recursos en que son fuertes los catalanes, que son la antítesis de la fuerza física y judicial. Los partidarios de la democracia y del progreso se encuentran delante de un muro. Sin embargo, como se demuestra a diario, siguen andando y no pararán, mirando un futuro mejor, porque detrás sólo está el abismo.