Los últimos datos de la Johns Hopkins University & Medicine indican que los dos países del mundo con más de 1.000 muertos por millón de habitantes, debido al coronavirus, son Italia (1.112) y España (1.044). Se acerca al guarismo en cierta manera fatídico de los 1.000, Estados Unidos, con 995. Detrás, entre los europeos, encontramos a Gran Bretaña (950) y Francia (892). Alemania, que vive con nervios la pandemia y que ha fijado restricciones severísimas para pararla, contabiliza 302 muertes por millón de habitantes, un 30% del registro español.

En Catalunya nos encontramos al nivel de Italia. Sin que sirva de ningún tipo de consuelo, hay comunidades autónomas como Aragón, las dos Castillas o Madrid, que pasan de los 1.700 muertos por millón de habitantes. Estamos en el segundo rebrote o quizás en las puertas del tercero, eso antes de que se empiece a aplicar la vacunación, una operación que durará meses hasta que (esperemos) se pueda dar por superado el problema sanitario. Y, de rebote, el problema económico.

El dilema entre salud y economía ante la pandemia no es nada fácil de resolver. De hecho, no hay una pauta generalizable. Mi instinto habría puesto por encima de todo la salud, pero hay compañeros de profesión que piensan muy diferente. No lo discutiremos aquí. En lo que sí que hay acuerdo es en que la pandemia ha hecho aflorar de manera descarnada algunos problemas económicos, sociales y políticos que permiten tener una fotografía de mejor resolución que antes. Han salido a flote algunas vergüenzas en la España (y Catalunya) desnuda.

La primera es que al competente sistema de salud, formado por grandes profesionales, se lo ha tensado y se lo ha relegado a un segundo término hasta que la situación se desbocaba, como si la pandemia la tuvieran que resolver políticos, militares y policías al dictado de grupos de interés económico. En España, error y cobardía política típicas.

La Generalitat, sin dinero, a remolque de las concesiones del Estado, sin acceso directo a los fondos europeos de reconstrucción (...), ha mostrado también su desnudez

La segunda vergüenza, ligada con lo anterior, es la queja iracunda por parte de algunos afectados por las restricciones. La vergüenza no es la queja en sí (todo el mundo tiene derecho a defender sus intereses), sino la miopía al señalar a quien hay que reclamar, como veremos después. La tercera es la irresponsabilidad individual de una parte de la población, con comportamientos de no respeto sistemático de las recomendaciones de las autoridades sanitarias. Eso es fácilmente perceptible en un país donde parece que bares y terrazas son lo más importante del mundo. La cuarta vergüenza que ha quedado al descubierto es la debilidad estructural que representa la gran dependencia económica del turismo.

La quinta vergüenza es que se ha dejado al descubierto la debilidad económica del estado español. Una vez reconocida la situación sanitaria alarmante (y ahora mismo en pleno rebrote), el Estado ha visto que no podía ser generoso como otros países, porque se le dispararía una deuda pública ya de por sí escandalosa. Las medidas para compensar el perjuicio económico se han centrado en ayudas directas a los asalariados (vía ERTE) y en los créditos y avales en las empresas, no ayudas directas. Y también, se ha abandonado el trabajo autónomo, al cual se aplican medidas del todo insuficientes. Son los grandes discriminados. Estos, en un movimiento inexplicable de desinformación o de confusión entre quién dicta las restricciones y quién tiene la responsabilidad económica de apoyar, han orientado la queja a la plaza de Sant Jaume en vez de hacerlo ante la Delegación del Gobierno central o en la plaza Letamendi.

Una sexta vergüenza es que, mientras desatiende los discriminados anteriores y mientras el sector privado sigue haciendo agujeros en el cinturón para que no se le caigan los pantalones, el Estado aumenta el sueldo a funcionarios y pensionistas, aumenta el gasto militar y el presupuesto de la Casa Real. Increíble en unos momentos de crisis.

La séptima y última vergüenza derivada del coronavirus es que se ha puesto al descubierto el centralismo del Estado y la debilidad de la Generalitat. Aquí quien tiene el dinero y las competencias es el Estado, Catalunya es una comunidad autónoma más, con capacidades propias de gestoría y una parcela de poder soberano diminuta, que la cúpula judicial cuida de controlar en casos de duda. Y la Generalitat, sin dinero, a remolque de las concesiones del Estado, sin acceso directo a los fondos europeos de reconstrucción, suplantando y asumiendo con presupuesto propio obligaciones que tocaban al Estado (como las ayudas a los autónomos), sin denunciar públicamente al Estado, ha mostrado también su desnudez. Muy clarificador, todo.

Modest Guinjoan, economista.