La invasión en Ucrania ha desencadenado tantas sanciones económicas en Rusia que no sería de extrañar que el país muy pronto fuera declarado un estado en quiebra en términos de finanzas internacionales, y que fuera empujado a la autarquía y al empobrecimiento de la población. Sólo una superpotencia económica y militar como China, que comparte sistema político autocrático, puede aliviar parcialmente los efectos de las sanciones. Sin embargo, la economía rusa lo tiene difícil.

Desde el bloque de sistemas democráticos, el conflicto bélico en cuestión tiene graves consecuencias sobre sus economías, y más las tendrá si la confrontación dura mucho. Para empezar, ha desencadenado un factor vinculado a las crisis: la incertidumbre sobre el alcance y la duración del conflicto. La incertidumbre es una variable que influye de manera determinante sobre las decisiones empresariales (de inversión, de exportación, de investigación...) y las familias (consumo e inversión).

Ha sido ampliamente estudiado que históricamente las guerras provocan caídas del consumo y de la inversión, aumentos de precios, aumentos del endeudamiento público, caídas de la ocupación, entre otras cosas. En un nivel más concreto de esta guerra específica, resulta que Rusia y Ucrania son grandes proveedores en los ámbitos energético y de materias primas alimentarias, y eso ya se ha trasladado a nuestras familias y a nuestro sistema productivo.

En primer lugar, a remolque del gas y del petróleo ruso, el precio de la energía se ha disparado más de lo que ya lo estaba haciendo en 2021 sin guerra. El aumento de precios tiene unas consecuencias nefastas sobre las familias y sobre los sectores que son más consumidores, como algunas industrias y el transporte, que ven crecer sus costes. En segundo lugar, la disrupción del abastecimiento de materias primas alimentarias (como cereales o el aceite de girasol) ya ha provocado escasez y de aumentos de precios en toda la cadena alimenticia, que se suman a los aumentos de la energía. La situación es particularmente difícil para aquellas empresas que no pueden repercutir los aumentos hacia el cliente (una encuesta de Pimec sobre los aumentos de precios de las compras en 2021 indica que el 46% de las pymes industriales no pudieron repercutir los aumentos de costes).

Hay 71 filiales de empresas catalanas que están instaladas en Rusia y 11 en Ucrania. Estas pueden sufrir. También lo hará quien dependa mucho del turismo ruso

Específicamente, respecto a Catalunya, los efectos directos de la guerra los ha recogido un primer documento de ACCIÓ titulado Impacte econòmic del conflicte entre Rússia i Ucraïna. En síntesis, la exposición directa de la economía catalana es baja. En comercio exterior, tanto exportaciones como importaciones con los dos países representan una fracción pequeña, con porcentajes siempre inferiores al 1% de los totales. En materia de inversiones, la de los países afectados hacia Catalunya (concentrado en la construcción y las actividades inmobiliarias), no es significativa (menos del 1% del total en los últimos 5 años). La inversión catalana en los dos países es prácticamente nula.

Con todo, resulta relevante que hay 71 filiales de empresas catalanas que están instaladas en Rusia y 11 en Ucrania. Estas pueden sufrir. También lo hará quien dependa mucho del turismo ruso. Aunque globalmente tiene una importancia relativamente baja (4,1% de los visitantes extranjeros y 5,5% de su gasto en 2019; un 1% de los visitantes y 1,6% del gasto en 2021), puede resultar significativo en algunas zonas de Catalunya como Lloret o la Costa Daurada. El turismo ruso será igual a cero, desaparecerá mientras dure el conflicto. Y si la política rusa vuelve a los años cincuenta del siglo pasado, seguirá a cero durante bastante tiempo. En la misma línea, la notable presencia de propietarios rusos en el sector inmobiliario catalán parece condenada durante bastantes años, sea cual sea el fin del conflicto. El mundo democrático huye de todo lo que lleva la etiqueta rusa como quien huye de la peste.

En definitiva, a pesar de impactos puntuales de la guerra (agroalimentario, turismo, inmobiliario, empresas instaladas allí), gran parte de la afectación de la guerra para la economía catalana será la misma que el resto del mundo: aceleración de la inflación, desabastecimientos de algunos productos y pasar a consumir menos o a sustituirlos por otros. En el terreno macroeconómico, se ralentizará el crecimiento del PIB, la creación de empleo, aumentarán los tipos de interés, etcétera. Un descalabro general considerable, que ya despuntaba a nivel mundial durante la crisis de la pandemia, pero que la guerra ha acelerado y agravado. No cabe duda de que, a pesar de encontrarnos declaradamente en una crisis en múltiples ámbitos, la economía encontrará nuevos equilibrios en unos mercados de los que han salido de escena actores relevantes de la energía y de algunas materias primas. Pero eso no es el fin del mundo. El fin del mundo es empeñarse, al coste que sea y con los medios que haga falta, en hacer la guerra.