El pasillo al cual hago referencia en el título de este artículo no tiene nada que ver con los pasillos o corredores humanitarios que se negocian en la guerra que Rusia ha declarado a Ucrania. Hace referencia a un concepto ideado y analizado por dos economistas americanos, Acemoglu y Robinson, que en el 2019 publicaron The Narrow Corridor (disponible en castellano), donde analizan la dinámica de los sistemas políticos a nivel mundial. Demuestran (y concluyen) que las democracias plenas discurren por un pasillo estrecho delimitado por la acción de dos fuerzas. Una de ellas es la sociedad y la otra es el Estado, este ente abstracto que ostenta el poder y que representa grupos de interés en un sentido amplio, los más visibles de los cuales son los partidos políticos, pero donde también tenemos que poner las élites económicas, militares, judiciales, al alto funcionariado, entre otros.

El pasillo estrecho por el que discurren las democracias a lo largo del tiempo viene delimitado, pues, por las posiciones de dominio de las dos fuerzas indicadas. Las presiones que ejercen la una y la otra determinan la posición de equilibrio democrático en cada momento, talmente como un juego de estirar la cuerda en el que los rivales hacen fuerza. Cuando uno de los dos arrastra al otro hacia su parte, sale del pasillo en que se producía el equilibrio.

Mi creencia que la democracia, al ser un sistema asociado a la libertad individual y al progreso económico y social de las personas, se acabaría imponiendo por todas partes, era naif.

Rusia venía de una época comunista en la que el Estado lo era todo, la sociedad aguantaba resignada la dictadura de las élites y no había ningún tipo de pasillo. La caída del imperio soviético abrió las puertas para que Rusia ensayara la entrada al pasillo estrecho. Pero fue un espejismo. Ahora ya hace años que está fuera y que el país está en manos de los designios de unas élites políticas y económicas que han recuperado vicios históricos. Como el imperialismo.

La invasión de Ucrania y una guerra atroz, declarada unilateralmente, es un acontecimiento que ha dejado helados a los demócratas. La crudeza, la destrucción, la ceniza, la sangre, el exilio de personas inocentes, la amenaza de invasión de otros países vecinos, la amenaza de conflicto nuclear de Putin nos han roto los esquemas a aquellos que pensábamos que el imperialismo sobre tierra quemada era cosa del pasado. Mi creencia que la democracia, al ser un sistema asociado a la libertad individual y al progreso económico y social de las personas, se acabaría imponiendo por todas partes, era naif. Vamos como los cangrejos y Rusia es un exponente claro. Pero quizás no tanto.

Por suerte, tan grave como es esta guerra y todo lo que representa, tan inmediata y contundente está siendo la respuesta de las democracias del mundo más desarrollado y democrático, que no han entrado en guerra militar con Rusia pero que le ha declarado la guerra en todos los otros frentes posibles. Los hay testimoniales, quizás un poco simbólicos, pero hacen un poco de daño, como la exclusión generalizada de toda competición deportiva internacional.

Pero los hay de más prácticos que todavía hacen más daño y que pueden situar Rusia en el umbral del abismo real: son los económicos y financieros. Han dejado prácticamente bloqueado el país en su vertiente de relaciones de mercado con el resto del mundo. Las medidas son lo bastante conocidas y cada día se añaden nuevas, la de ayer la prohibición americana y británica de comprar petróleo y gas a Rusia, dos pilares fundamentales de su economía. Si se añadiera la UE, cosa nada fácil por la dependencia energética, podría ser el jaque mate.

El mundo es un clamor enfrente de la invasión y la guerra. Incluso un país históricamente neutral como Suiza ha declarado su boicot a Rusia. A la reacción política se han añadido de manera decidida y significativa actores nuevos en conflictos de este tipo: grandes empresas líderes mundiales que contaban con amplias implantaciones productivas o comerciales en Rusia. Huyen como quien huye de la peste o bien suspenden las actividades: Microsoft, Google, Apple, Inditex, H&M, Starbucks, McDonald's, Coca-Cola, Pepsi, Visa, Mastercard, Nike, Adidas, Volkswagen, BMW, General Motors, Renault, Boeing y Airbus, ExxonMobil, Shell, BP, Maresk Line, Disney, Sony, Universal, Paramount, entre muchísimas otras.

El descontento que se producirá derivado del empobrecimiento coge a una población muy acostumbrada a aguantar, no solo las dictaduras, sino también la escasez de todo.

La economía rusa lo tiene difícil, se avista una quiebra. Le quedarán los minerales, el petróleo y el gas, de eso seguirá teniendo mucho, y todavía más si no lo puede vender fuera. Desconocemos qué hará caer del caballo internamente a Putin (si lo hace caer). Hay tres candidatos. Unos de los principales es la gran oligarquía, que con sus fortunas fuera de Rusia congeladas no son tan ricos como se pensaban por culpa de Putin, y además, todo el mundo los mira mal. Los otros son los empresarios rusos, que están abocados a la autarquía y al empobrecimiento. Los terceros son la contestación social interna. Pero eso es un poco más difícil por dos motivos: el primero, porque la represión del Estado es implacable; el segundo, porque el descontento que se producirá derivado del empobrecimiento (alta inflación, desabastecimiento de productos y servicios, aislamiento del resto del mundo, etcétera...) coge a una población muy acostumbrada a aguantar, no solo las dictaduras, sino también la escasez de todo.