La economía catalana va mejor de lo que se había pronosticado hace un año, cuando se veía venir en el horizonte una fuerte desaceleración. Por ahora, ha quedado en un menor crecimiento. La economía también va mejor de lo que algunos apocalípticos habían pronosticado a raíz del proceso independentista. En la realidad el crecimiento ha mantenido unos buenos registros, el paro se ha mantenido cuatro puntos por debajo del español y, de cara a lo que queda del año y el próximo, si hacemos caso de las previsiones que acaban de hacer los economistas del BBVA Research, la cosa sigue así, y por encima de la media española.

Esta evolución corresponde a una economía relativamente grande en volumen y relativamente rica en términos de PIB por habitante: con 231.000 millones de PIB en 2018, según el INE, Catalunya es la primera región económica española (19,1% del total) y registra un PIB por habitante 30.769 euros, frente a los 25.854 del conjunto del Estado, es decir, un 19% por encima.

La contribución de la economía catalana al funcionamiento del estado español es desproporcionada, tal como han ido mostrando los cálculos de las balanzas fiscales, que, por cierto, ahora no se pueden hacer porque el Estado no facilita datos territorializadas de gasto, imprescindibles para hacer los cálculos. La última balanza se publicó en el 2017 con datos del 2014. No hay indicios que hayan podido cambiar el resultado de aquel año en que la balanza calculada con el enfoque del flujo monetario era desfavorable a Catalunya en 16.570 millones de euros, lo que equivalía al 8,4% del PIB y que tenía una media del 8% en el periodo 1986-2014.

Pues, como es conocido por parte de todo el mundo que no esconde la cabeza bajo el ala, los catalanes son relativamente ricos y aportan una barbaridad de dinero al funcionamiento del Estado y al mantenimiento de unas estructuras que de un tiempo a esta parte los consideran (al menos a una buena parte) un grupo de miserables. Me explicaré.

La contribución de la economía catalana al funcionamiento del estado español es desproporcionada

El adjetivo miserable tiene diferentes acepciones, de las cuales me referiré sólo a las principales, para ver dónde se ubican los indeseables del nordeste del Estado. La primera acepción se refiere a aquella persona extremadamente pobre. En términos económicos no es aplicable a los catalanes, por los motivos que hemos dicho más arriba. También se dice miserable a aquel que es extraordinariamente tacaño, mezquino. De eso quizás los catalanes tienen algo, no se puede negar, pero no tanto como para merecer el apelativo de miserables, dado que dan muestras de generosidad, véase si no La Marató de TV3, las cajas de solidaridad o el rico tejido asociativo del país que trabaja en infinidad de campos, a base de poner horas gratia et amore. Por lo tanto, esta acepción tampoco funciona.

La tercera gran acepción del término hace referencia a aquella persona que merece el desprecio, la indignación, por su abyección, vileza. En los últimos años esta condición se ha asignado y se viene alimentando in crescendo hacia buena parte de catalanes, que representan la encarnación del demonio. Lo dice el Rey, lo dicen las altas instancias políticas (incluidos algunos catalanes del 155) y judiciales, que propugnan y aplican la vía represiva de la prisión, del exilio, de la humillación, la alteración de resultados electorales, etcétera, todo por votar en un referéndum. Curiosa concepción de la democracia en pleno siglo XXI. Claro que el argumento de la mayoría de ellos es que los miserables insurrectos tendrían que estar agradecidos, que en otras épocas eso habría acabado mucho peor, y ustedes ya me entienden.

También hay que hacer referencia a la cuarta gran acepción del término que nos ocupa. Se considera miserable a aquella persona que es despreciable por su ínfimo valor, su insignificancia o insuficiencia. En este punto si nos referimos al concepto de valor en sentido moral, étnico, etc., tiene unas ciertas equivalencias con la tercera acepción citada antes, por lo tanto también aplicable. Pero si nos referimos a la economía, la acepción de ínfimo valor no se nos puede aplicar, entre otras cosas por las grandes aportaciones de recursos que hace Catalunya al Estado. Lo dijo de manera transparente como el agua el exlíder de IU Cayo Lara, en un ataque de sinceridad pública, cuando preguntó a jornaleros andaluces: "Si Catalunya se independiza, ¿con qué piensan pagar el PER?". Y se podría añadir, ¿con qué piensan pagar al Rey, los Marchena, Llarena, Lamela y compañía, las estructuras de estado, los diputados que consideran a los catalanes unos miserables?

Los catalanes (soberanistas y no soberanistas) al final son tratados (peligrosamente) como de poco valor para unas cosas, pero en cambio son valiosos para otras. Se ve tanto el plumero, que millones de "desgraciados" de aquí han entendido que ser miserable no quiere decir ser idiota. Y que el futuro está por escribir. Me pregunto, ¿cómo puede, el Estado, llegar a ser tan miope? Realmente, ¿dónde están los miserables?