La discreción de los japoneses unida a la habitual reserva vaticana no deja entrever si el papa Francisco viajará a Japón próximamente. No es improbable. Si Francisco no estuviera ahora ocupado con la misión de ser el Papa, quizás estaría en el Japón dedicado a los más vulnerables como misionero. Era su sueño. Un deseo compartido por muchos jesuitas, fascinados por la historia de san Francisco Javier, que pisó estas islas en el siglo XVI. El Papa hace constantemente guiños al país nipón. En su mensaje contra la guerra y el horror de las armas nucleares de enero escogió una célebre foto de un niño japonés que carga en los hombros a su hermano muerto, mientras espera turno en el crematorio. La foto la hizo un militar de los EE.UU. después del bombardeo atómico de Nagasaki en 1945. Para el papa Francisco, la fuerza de Japón son los mártires que murieron, especialmente Paolo Miki y sus compañeros, que en 1597 fueron inmolados. También piensa en los cristianos escondidos, que entre 1600 y 1800 vivieron clandestinamente su fe. Si Francisco pisa Japón, no será el primer Papa en hacerlo. Cuando en 1981 el papa Juan Pablo II llegó a Tokio, fue acogido con frialdad. Desembarcó en la base americana guameña. Hacía frío, dentro y fuera. La visita de Juan Pablo II no fue considerada "oficial". Sólo un 0,3 % de la población era católica. En aquel momento la capital contaba con 68.000 fieles, el mismo número de taxis. La situación no ha mejorado sustancialmente numéricamente, pero la presencia católica es constante y varía de procedencia. Hoy se encuentran con que inmigrantes, sobre todo jóvenes vietnamitas y filipinos, están dando una nueva fisonomía a la Iglesia católica de este país que ha entrado de lleno en la órbita del papa Francisco. No sólo acaba de nombrar un cardenal nipón, que es una manera de asegurarse un asesor asiático, sino que también ha nombrado obispo auxiliar a un catalán, el claretiano leridano Josep Maria Abella, que se va al arzobispado de Osaka. Sólo alguien que domine la lengua, los códigos y la cultura japonesa puede entrar en la mentalidad local. Scorsese en su película Silencio ya hace referencia a la dificultad en llevar el cristianismo en este entorno.

Japón simboliza también un mundo capitalista que el Papa ve difícilmente compatible con una vida auténtica del Evangelio

La primera vez que el embajador japonés ante la Santa Sede me invitó a comer en su residencia, hablamos de la espiritualidad del vacío. Me confesó que para él era "incomprensible" la tradición católica, pero que la respetaba y admiraba. Yo era joven, mi nivel de dominio de los palillos no era superlativo, y estaba más concentrada en tener un papel discreto en aquella comida que en seguir la conversación religiosa a la que me había transportado el diplomático. No quería enviar una pieza de sushi a su ojo, que se sentaba hieráticamente delante de mí con una sonrisa contenida, una libreta y una pluma. El embajador tenía dos prioridades. Quería explicarme que para los japoneses la religión no es el centro de la vida, pero que sin embargo el Papa y el Vaticano representaban la "única" autoridad moral global. Para ellos, el hecho de que la institución hubiera resistido 2.000 años configura una prueba que sólo saben comparar con el imperio japonés. Lo valoraban. La segunda preocupación era preguntarme por algunos grupos dentro de la Iglesia, quería saber quiénes eran, qué hacían, dónde operaban. Quería contexto. Un japonés entendiendo la Santa Sede no es trabajo de un día.

La decisión del papa Bergoglio de visibilizar el país nipón no es sólo dar vida a la periferia. Japón simboliza también un mundo capitalista que el Papa ve difícilmente compatible con una vida auténtica del Evangelio. Hoy la Iglesia Católica en Japón está preocupada por la alta tasa de divorcios, por el suicidio entre jóvenes, por los hikikomori —las personas que se encierran en una habitación y renuncian a todo tipo de vínculo social— pero también está preocupada por el "relativismo moral, la indiferencia religiosa y la obsesión por el trabajo". Son palabras del papa Francisco, que en el fondo atacan la raíz de muchos males: la penetración de un materialismo exagerado que deja fuera a otras esferas, como la espiritual.