De Pantoja es una de las personas más cautivadoras del siglo XVII, un personaje que supo fusionar catolicismo y cultura china, un misionero español que llevó el cristianismo en China sin imponerlo. Fue uno de los compañeros de Matteo Ricci, un gigante a quien la corte china le permitió vivir en Pekín y que sorprendía a todo el mundo por su erudición. Se llama De Pantoja, y nosotros asociamos este apellido a Isabel, la cantante folclórica.

Diego De Pantoja, con sus conocimientos sobre cartografía china, ayudó a entender mejor no solo la cultura sino también el sistema de gobierno, y hoy su legado forma parte de los estudios de sinología de todo el mundo. Fue un joven audaz y preparado que, siguiendo el celo de san Francisco Javier, quería llevar el mensaje del Evangelio a la Ciudad Prohibida. Y lo consiguió.

En una carta de 1602 al jesuita provincial de Toledo, Luis de Guzmán, De Pantoja ya describe China de una forma excepcional. Creó un sistema de transcripción del chino al alfabeto latín. En Pekín dirigió una fábrica de relojes y el emperador le permitió establecerse en la ciudad. Se hizo chino entre los chinos, convencido de que la fe no se imponía a golpe de espada. Creía en la política de la adaptación. A De Pantoja, finalmente, lo expulsaron de China a causa de una estrategia evangelizadora llevada a cabo por otros sacerdotes cristianos que no respetaron su estilo y que irritaron al emperador. Murió en Macao en 1618, ahora hace 400 años. Se llamaba Pang Dié y vestía de forma oriental. De Pantoja fue el único jesuita español que tuvo acceso a la corte del emperador Ming Wan Li, y en unos días, en Tiannamen, delante de la Ciudad Prohibida, le dedicarán un concierto con instrumentos de la época. Este jesuita, nacido en Valdemora y que entró en la Compañía de Jesús cuando tenía 18 años, publicó en Pekín nueve obras escritas en chino, entre ellas Las siete victorias qikedaquan (contra los siete pecados capitales). También dibujó un mapamundi al emperador de la dinastía Ming.

Para el papa Francisco, China es una palabra que siempre viene acompañada de términos como encuentro, diálogo, respeto, admiración o empatía

Una de las frustraciones del papa Francisco es no haber sido misionero en Asia. De hecho, es misionero, misionero global, pero de joven tenía el sueño de otros tantos jesuitas "de ir a misiones". El papa Francisco también se ha hecho chino entre los chinos. Se adapta y no va por el mundo imponente su argentinidad. Y está dando pasos con China. No es un secreto que viajar a este país sería uno de sus sueños.

Federico Lombardi, jesuita y ex portavoz del Papa, subraya como para el papa Francisco China es una palabra que siempre viene acompañada de términos como encuentro, diálogo, respeto, admiración o empatía. Para Bergoglio, China es una prioridad. Concretamente, ha afirmado que "China siempre ha sido un punto de referencia de grandeza, un gran país; pero más que un país, una gran cultura, con una sabiduría inagotable". Se están llevando a cabo gestiones, con la delicada manera vaticana de negociar, y algo ya se mueve. Habrá que vigilar que no ocurra como con el efecto De Pantoja: dedicó su vida a integrarse sin imposiciones, pero llegó un provincial más torpe que, con mano dura, molestó a los chinos. Y los expulsaron. El Papa tiene que confiar en que las personas que hacen de puente son un poco del estilo De Pantoja: a favor de la fusión y el buen tono, y no de la dureza de la conquista. Se juega el futuro de la Iglesia, y no solo en números.