La experiencia de la huelga de hambre que hizo Lluís Espinal (el jesuita catalán asesinado en Bolivia en 1980) es de las más conmovedoras y pedagógicas que he leído jamás. Es un profeta que en Latinoamérica se considera un testimonio inequívoco de saber estar con su gente: comprometido, fiel, íntegro. El papa Francisco, en su visita en el 2015 cerca de La Paz, dijo a todo el mundo que "lo mataron por predicar el Evangelio".

Este religioso catalán especialista en medios de comunicación sabía que su vida corría peligro en Bolivia, pero decidió no volver: No es cristiano quien se guarda la vida para él mismo: el agua estancada se pudre".

Lluís Espinal es una figura ingente que ha pasado demasiado desapercibida fuera de los ambientes jesuitas, donde sí lo tienen presente y sobre todo ahora, cerca del aniversario de su asesinato.

El Lluís de nacimiento pasó a ser Lucho, y es uno de los profetas catalanes que no conocemos lo suficiente y que han dejado el listón muy alto. Había nacido en Sant Fruitós de Bages y se marchó a Bolivia, de donde ya no volvió. "Por fidelidad a Cristo, la Iglesia no puede callar. Una religión que no tenga el coraje de hablar en favor del hombre, tampoco tiene el derecho a hablar en favor de Dios" es una de sus frases.

El asesinato de Lluís Espinal fue la noche del 21 de marzo de 1980. Él volvía del cine, había ido a ver Los desalmados y volvía a casa a hacer la crítica para un programa de radio. Un jeep lo secuestró y lo torturaron y dispararon a muerte. 17 heridas de bala. Ochenta mil personas asistieron al funeral. Ochenta mil. Su tumba, siempre con flores frescas, tiene la inscripción que muestra su generosidad vital: "La vida es para gastarla para los otros". Al cabo de dos días, asesinaron en El Salvador a monseñor Óscar Romero. En un Quadern de Cristianisme i Justícia (centro de estudios que está precisamente dentro de la Fundación Lluís Espinal) se recuerda de que durante el franquismo le censuraron un programa de televisión, Cuestión urgente. Dimitió y desde 1968 se quedó en Bolivia trabajando especialmente para la gente más pobre y la justicia social. Los medios de comunicación eran para él un altavoz y se enfrentó con la dictadura de Hugo Banzer en Bolivia. Criticó siempre las faltas de libertad, los exilios, las detenciones, las masacres y el narcotráfico.

Es muy pertinente recordar a Espinal no sólo en el aniversario de su muerte, sino en el contexto coronavírico actual. Decía el sabio en una de sus plegarias más realistas: "Nos sobra activismo. 'Aprovechamos' demasiado el tiempo, en lugar de emplearlo, en adoración, a tu lado. El egoísmo lo ha ensuciado todo. La atmósfera es asfixiante de omisión. No queremos recluir a la persona en un concepto o en una fórmula. Énseñanos a desconfiar al echar nuestro primer vistazo, recordando que la realidad es mayor que nuestra inteligencia". Espinal ponía el foco en lo esencial. Su coherencia lo llevó a hacer una huelga de hambre de 19 días en 1977. La huelga la iniciaron con mujeres mineras que reclamaban la amnistía para los presos políticos. La huelga de hambre lo unió en solidaridad y comunión con la gente que sufría. Espinal fue un referente eclesial, social, humano. Lo añoran porque no predicaba y hacía algo distinto. Era uno de ellos. Ya lo dijo él mismo: "Da más carta de ciudadanía morir por un pueblo que nacer en un pueblo".